Francés
René Char
La fuente narrativa (1947)

Comparte este contenido con tus amigos

Fastos

El verano cantaba sobre su roca preferida cuando tú te me has aparecido, el verano cantaba apartado de nosotros que éramos silencio, simpatía, libertad triste, mar más aún que la mar cuya larga pala azul se entretenía a nuestros pies.

El verano cantaba y tu corazón nadaba lejos de él. Yo besé tu coraje, entendí tu desconcierto. Camino a lo absoluto de las vaguedades hacia esos altos picos de espuma donde cruzan las virtudes homicidas para las manos que llevan nuestras casas. Nosotros no éramos crédulos. Nosotros éramos agasajados.

Los años pasaron. Las tormentas murieron. El mundo se marchó. Yo tenía dolor de sentir que tu corazón justamente no me percibía más. Yo te amaba. En mi ausencia de semblante y mi vacío de felicidad. Yo te amaba, cambiante en todo, fiel a ti.

 

El sorgue

Canción para Ivonne

Río que demasiado temprano parte, en un tráfico, sin compañero,
Dona a los niños de mi país el rostro de tu pasión.

Río donde el relámpago acaba y donde comienza mi casa,
Que hace rodar por los escalones del olvido la rocalla de mi razón.

Río, en ti la tierra es escalofrío, el sol, ansiedad.
Que cada pobre en su noche haga su pan de tu mies.

Río frecuentemente castigado, río en el abandono.

Río de los aprendices de callosa condición,
No hay viento que no se doblegue ante la cresta de tus surcos.

Río del alma vacía, del harapo y de la sospecha,
De la vieja desgracia que se devana, del olmo, de la compasión.

Río de los extravagantes, de los febriles, de los descuartizadores,
Del sol suelto de su arado para conchabarse con el mentiroso.

Río de los mejores que sí mismos, río de nieblas abiertas,
De la lámpara que apaga la angustia alrededor de su sombrero.

Río de las consideraciones del sueño, río que enmohece el hierro,
Donde las estrellas son esta sombra que ellas rechazan al mar.

Río de los poderes transmitidos y de grito embocando las aguas,
Del huracán que muerde la viña y anuncia el vino nuevo.

Río del corazón jamás destruido en este mundo loco de prisión,
Protégenos violento y amigo de las abejas del horizonte.

 

¡Tú has hecho bien en partir, Arthur Rimbaud!

¡Tú has hecho bien en partir, Arthur Rimbaud! Tus dieciocho años refractarios a la amistad, a la malevolencia, a la necedad de los poetas de París así como al ronroneo de abeja estéril de tu familia de las Ardenas un poco loca, tú has hecho bien en lanzarlos a los vientos, de echarlos bajo el cuchillo de su precoz guillotina. Tú has tenido razón en abandonar el bulevar de los perezosos, los cafés de los mealiras, por el infierno de las bestias, por el comercio con los astutos y los buenos días de los simples.

Este impulso absurdo del cuerpo y del alma, esta bala de cañón que da en el blanco y lo hace estallar, sí, ¡esto es la vida de un hombre! No se puede, al salir de la infancia, indefinidamente estrangular a su prójimo. Si los volcanes cambian poco de lugar, su lava recorre el gran vacío del mundo y le aporta las virtudes que cantan en sus heridas.

¡Tú has hecho bien en partir, Arthur Rimbaud! Nosotros somos algunos que creemos sin prueba en la felicidad posible contigo.

 

Los primeros instantes

Vemos fluir delante de nosotros el agua creciente. Ella borra de un golpe a la montaña, se despeja de sus flancos maternales. Esto no era un torrente que se ofrecía a su destino sino una bestia inefable de la que nosotros llegamos a ser la palabra y la sustancia. Ella nos tenía enamorados sobre el arco todopoderoso de su imaginación. ¿Cuál intervención nos hubiera podido constreñir? La modicidad cotidiana había huido, la sangre echada estaba rendida a su calor. Adoptados por lo abierto, estarcidos por lo invisible, nosotros éramos una victoria que no requería jamás fin.

 

El vencejo

Vencejo de alas demasiado largas que gira y grita su gozo
alrededor de la casa. Tal es el corazón.

Él deseca al trueno. Él siembra en el cielo sereno.
Si él toca al sol, él se desgarra.

Su réplica es la golondrina. Él detesta la familiaridad.
¿Qué iguala al encaje de la torre?

Su pausa está en el hueco de lo más sombrío. Ninguno está
más estrecho que él.

El verano de la larga claridad, él hilará en las tinieblas,
por las persianas de medianoche.

No hay ojos que lo retengan. Él grita, es toda su
presencia. Un ligero fusil va a derribarle. Tal es el corazón.

 

Madeleine en la lamparilla de noche

para Georges de La Tour

Yo querría hoy que la hierba fuese blanca para pisar la evidencia de verte sufrir: yo no miraría bajo tu mano joven la forma dura, sin enlucido, de la muerte. Un día discrecional, otros, sin embargo, menos ávidos que yo, quitaron vuestra camisa de tela, ocuparon vuestra alcoba. Mas ellos olvidaron al partir cubrir la lamparilla de noche y un poco de aceite se derrama por el puñal de la flama sobre la imposible solución.

 

A un fervor belicoso

Nuestra Señora de las Luces que se queda sola sobre el peñasco, malquistada con tu iglesia, favorable a sus insurrectos, no te debemos nada más que una mirada desde aquí abajo.

Yo te he detestado algunas veces. Tú nunca estabas desnuda. Tu boca estaba sucia. Pero yo sé hoy que había exagerado, pues quienes te besaban habían mancillado tu mesa.

Transeúntes que somos, jamás exigimos que el reposo viniese antes de la extenuación. Guardiana de los esfuerzos, tú no estás marcada sino por el poco amor con que fuiste cubierta.

Tú eres el momento de una mentira alumbrada, el garrote enmugrecido, la lámpara castigable. Yo soy asaz brusco como para hacerte pedazos o tomar tu mano. Tú estás sin defensa.

Demasiados pillos te acechan y acechan tu pavor. No tienes otra escogencia que la complicidad. ¡Severo asco de construir para ellos, de tener que servirles a cambio, de confidente.

Yo he roto el silencio, pues todos han partido y tú no tienes nada más que un bosque de pinos para ti. ¡Ah! Corre a la carretera, hazte de amigos, tórnate corazón niño bajo la nube negra.

El mundo ha andado tanto después de tu venida que no es más que una maceta de huesos, que un voto de crueldad. Oh, Señora desvanecida, sirvienta del azar, las luces se trasladan adonde el hambriento las ve.

 

Basta de cavar

Basta de cavar, basta de minar la parte próxima. Lo peor está en cada uno, como cazador, en su flanco. Tú que no eres aquí más que una pala que el tiempo levanta, vuélvete sobre lo que yo amo, que solloza a mi costado, y rómpenos, te lo suplico, para que yo muera de una buena vez.

 

Juramento

Por las calles de la ciudad va mi amor. Poco importa dónde va en el tiempo dividido. Ya no es más mi amor. Cualquiera puede hablarle. No se acuerda más; ¿quién exactamente lo amó?

Él busca a su semejante en miradas de deseo. El espacio que él recorre es mi fidelidad. Dibuja la esperanza y ligera la rechaza. Él es preponderante sin que tome parte.

Yo vivo en el fondo de él como un pecio dichoso. Sin saberlo él, mi soledad es su tesoro. En el gran meridiano donde inscribe su vuelo, mi libertad lo ahonda.

Por las calles de la ciudad va mi amor. Poco importa dónde va en el tiempo dividido. Ya no es más mi amor, cualquiera puede hablarle. No se acuerda más; ¿quién exactamente lo amó y lo ilumina de lejos para que no caiga?

 

Citas de René Char

Las mujeres son amorosas y los hombres son solitarios. Ellos se vuelven mutuamente a la soledad y al amor.


El poeta muere de inspiración como el viejo de la vejez. La muerte es para un poeta lo que el punto final es para un manuscrito.


En la tormenta más fuerte, hay siempre un pájaro para tranquilizarnos. Es el pájaro desconocido; él canta antes de levantar vuelo.


Tened cuidado: todos no son dignos de confianza.


Nuestra herencia no está precedida de ningún testamento.


El relámpago me conserva. La poesía me robará de la muerte.


Nosotros estamos en el futuro. He aquí el mañana que reina hoy sobre la tierra.


La palabra levanta más tierra que la que el sepulturero no puede.


Húndete en lo desconocido que cava. Oblígate a dar vueltas.


No se puede comenzar un poema sin una partícula de error sobre sí y sobre el mundo, sin un defecto de inocencia en las primeras palabras.


El poeta es el hombre de la estabilidad unilateral.


El poema emerge de una imposición subjetiva y de una escogencia objetiva.


El poema es el amor realizado de deseo retrasado de deseo.


El poeta no se irrita por la extinción horrible de la muerte, pero confía en que su tacto particular transforma todas las cosas en prolongados tejidos.


Al poeta le atormenta la ayuda de secretos inmensurables de la forma y la voz de sus fuentes.


Ser poeta, es tener el apetito para un malestar cuya consumación, entre los torbellinos de la totalidad de las cosas existentes y presentidas, provoca, al momento de su clausura, la felicidad.


El poeta recomienda: “Inclínate, inclínate más”. Él no siempre sale indemne de ese episodio, pero como el pobre, dice que se libra partiendo a la eternidad de un olivo.