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Edgar Allan PoeEdgar Allan Poe (1850)
X en el pádafo

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A lo largo de este relato se encontrará usted con varias notas, se le recomienda leerlas al final para no interrumpir el dinámico ritmo de la historia. La traducción de este relato fue hecha como trabajo de fin de curso del primer módulo de la maestría Translation Studies, CELS, University of Birmingham, UK. La tutoría estuvo a cargo de Sophia Butt, y el jurado evaluador estuvo compuesto por Lorraine Adriano y Andrea Mayr.

Nota del traductor.

Los sabios Reyes Magos vinieron del oriente, que como todos saben queda hacia el este. Siendo que el señor Leónidas Guerra1 también procedía del este, podría asumirse que era rey o mago, o en su defecto, sabio; pues ni rey ni mago, sólo sabio, y quien requiera prueba de ello hela aquí: el señor L. G. era editor de prensa. La irascibilidad era su punto débil, y la obstinación que le atribuían sus semejantes la consideraba él como cualquier cosa menos un defecto, la veía más bien como su fuerte, su virtud, y convencerlo de lo contrario habría requerido toda la lógica de un trascendentalista.2

Como dije, Leónidas Guerra era sabio. La única ocasión en la que no se mostró infalible fue cuando abandonó el legítimo hogar de los hombres sabios, el este, y emigró a la ciudad de Alejandromagnópolis, o algún sitio de nombre parecido en el oeste.

Sin embargo, debo ser justo con él y aclarar que cuando decidió quedarse en ese lugar, lo hizo convencido de que en aquella región del país no existía periódico alguno, y en consecuencia, ningún editor de prensa. Al fundar su diario, “La Tetera”, tenía como expectativa acaparar todo ese campo para sí. Estoy seguro de que jamás habría considerado residenciarse en Alejandromagnópolis de haber sabido que en Alejandromagnópolis vivía un caballero de nombre (si la memoria no me falla) José Fierro,3 quien con el correr de los años había engordado silenciosamente en la sala de edición de “La Gaceta de Alejandromagnópolis”. Se debió entonces a una mala información que el señor Leónidas Guerra se estableciera en Alejan... llamémosle “Nópolis”, para resumir. Una vez allí, emergió su obsti... eh, firmeza característica, y decidió quedarse. Desempacó además su imprenta, su máquina de escribir, etc., etc., y tomó en alquiler una oficina ubicada justo enfrente de “La Gaceta”. Al tercer día de su llegada, lanzó el primer número de “La Tetera de Alejan... La Tetera de Nópolis”; ése era el nombre del nuevo periódico, si mal no recuerdo.

Debo admitir que el artículo principal fue brillante y por demás severo; especialmente sarcástico con todo en general; al editor de “La Gaceta” simplemente lo descosió. Algunos de los comentarios de Guerra fueron tan fieros, que desde aquel entonces y hasta nuestros días, José Fierro, quien aún vive, me recuerda a una salamandra enfurecida por el fuego. No pretendo reproducir al pie de la letra todos los párrafos de “La Tetera de...”; pero uno de ellos rezaba así:

“¡Oh, sí! ¡Oh, lo advertimos! ¡Oh, sin titubeo! ¡El editor de enfrente es un trasgo! ¡Oh, Dios! ¡Oh, cielos! ¡Oh, Santísimo! ¿Adónde iremos a parar? ¡O, tempora! ¡Oh, Jesús!”.

La clásica y a la vez cáustica filípica cayó como una bala de cañón sobre los hasta entonces sosegados ciudadanos de Nópolis. Grupos de individuos agitados se reunían en cada esquina; todos esperaban, con sentida angustia, la respuesta del digno señor Fierro. A la mañana siguiente, ésta se conoció:

“Enseguida citamos un párrafo publicado en ‘La Tetera’ del día de ayer: ‘¡Oh, sí! ¡Oh, lo advertimos! ¡Oh, sin titubeo! ¡El editor de enfrente es un trasgo! ¡Oh, Dios! ¡Oh, cielos! ¡Oh, Santísimo! ¿Adónde iremos a parar? ¡O, tempora! ¡Oh, Jesús!’ ¡Caramba, pero este sujeto es una O con patas! Eso explica que razone de forma tan circular, y que por ello no haya principio ni final para él, ni para nada que él diga. En verdad creemos que este vagabundo es incapaz de escribir una palabra que no contenga la letra O. Nos preguntamos si tanto ‘oar’ suyo es un hábito. A propósito, se supo que el sujeto salió del este con bastante premura. ¿Será porque allá ‘oaba’ tanto como lo hace aquí? ¡O! Qué patético”.

Ante tan escandalosas acusaciones, la indignación del señor Guerra es cosa que no me atrevería a describir. El ser despellejado vivo con ataques a su integridad no le irritó tanto como pudiera imaginarse. Fue el desprecio y la burla a su estilo de escribir lo que le exasperó. ¿Qué? ¿Él, Leónidas Guerra, incapaz de escribir una palabra que no contuviera la letra O? Muy pronto le haría ver a ese mequetrefe cuán equivocado estaba. ¡Sí! ¡Le haría comprender su error e impericia! Él, Leónidas Guerra, oriundo del Ranarium,4 le demostraría al señor José Fierro que sí podía redactar —si eso le complacía— un párrafo entero, ¡sí!, un párrafo entero, en el que no apareciera ni una sola vez tan despreciada vocal. O mejor no. Eso sería dar su brazo a torcer. Él, Leónidas Guerra, no alteraría su estilo para saciar los caprichos de ningún señor Fierro conocido o por conocerse. “¡Abajo tan ruin pretensión!”. “¡Arriba la O para siempre!”. Él le sería fiel a su O, sería tan “oáceo” como le fuera posible.5

Tomando su juramento con la misma pasión de un caballero medieval, el gran Leónidas Guerra hizo alusión al infortunado incidente, publicando en el siguiente número de “La Tetera” este sencillo pero contundente párrafo:

“El editor de ‘La Tetera’ tiene el honor de anunciar al editor de ‘La Gaceta’, que él (el editor de ‘La Tetera’) aprovechará la publicación del número de mañana para convencerlo a él (el editor de ‘La Gaceta’) de que él (el editor de ‘La Tetera’) es y será el dueño y señor de su estilo literario; él (el editor de ‘La Tetera’) intentará demostrarle a él (el editor de ‘La Gaceta’) el supremo y por demás fulminante desprecio hacia la crítica de él (el editor de ‘La Gaceta’) que dio vuelo al emancipado corazón de él (el editor de ‘La Tetera’) para redactar como respuesta a él (el editor de ‘La Gaceta’) un editorial, de mediana extensión, en el cual la hermosa vocal emblema de la eternidad, que tanto ofende la muy exquisita delicadeza de él (el editor de ‘La Gaceta’), no será omitida por este humilde servidor (el editor de ‘La Tetera’)”.

Al sentarse a redactar tan amenazante artículo, con intriga anunciado mas aún no materializado, el gran Leónidas Guerra hizo caso omiso a todas las súplicas de su prensista. “Vete al demonio”, le decía cuando él (el prensista) le aseguraba a él (el editor de “La Tetera”) que ya era hora de “pasar a imprenta”. Sordo ante todo ruego, como dije, el gran Leónidas Guerra estuvo en su escritorio hasta que terminó la jornada, y allí siguió quemándose las pestañas hasta entrada la noche, absorbido por la creación de este párrafo sin par:

“So tonto, José; no sois un dios del Olimpo, no; sois sólo un gallo en el ocaso; no os asoméis al sol, por favor; no hay caso. Oh, no, no, José. ¡Os oxeo a tu osera, oso! ¿Acaso no me oís, ganso onusto y soso? ¡Iros lejos, os acoso! Oh, José; pobre José; de no iros no sois homo, sois un odioso sapo de obeso lomo; una oca loca, un feo nomo. José, tonto José; sois un loco, sois muy poco, sois el coco, ¿de dónde, por todos los cielos, os salió tanto descoco? José, so tonto José; sois un oto con pico roto, un lago seco o con un solo loto, un cielo negro, un orto remoto. Oh, no. No, no, José. No sois un faro, ni un sabio claro; sois sólo un lerdo, como todo ignaro. Sois un lobo, sois un globo, sois un bobo; sois un chasco, sois un fiasco, sois un asco. No sois oro, sois un toro, sois un loro. ¡Oíd todos a José! ¡Oíd su lloro! José, oscuro y otoñal José; sois un jato, sois gabato, sois pacato; ¡Iros, por amor a Dios! ¡Iros de nuevo a Concord, mentecato!”.6

Exhausto, naturalmente, por tan grande esfuerzo, el gran Leónidas Guerra no pudo atender ningún otro asunto aquella noche. Con la actitud señorial de todo hombre poderoso, entregó su manuscrito al aprendiz de imprenta.7 Luego caminó lentamente hasta su casa, y se retiró a su recámara, irradiando un inefable aire de dignidad.

Mientras tanto, el aprendiz, en cuyas manos había sido confiado el manuscrito, se dirigió a su caja subiendo las escaleras con un apuro inenarrable. De inmediato se dispuso a “componé” el manuscrito.

Como la palabra inicial era “So”, zambulló su mano en el cajetín de la S mayúscula, retirándola triunfante con una S mayúscula empuñada. Exaltado por su logro, y con ciego ímpetu, introdujo su mano en el cajetín de la o pequeña. Nadie podría describir su horror al ver sus dedos emerger sin la esperada letra. Nadie podría retratar su asombro y rabia al notar que inútilmente había restregado y golpeteado sus nudillos contra el fondo de un cajoncillo vacío. No había una sola o en el cajetín de la o pequeña. Al observar el compartimiento de la O mayúscula, descubrió con terror que la misma dificultad se repetía por igual. Absorto, su impulso primero fue correr hacia el prensista.

—¡Señó! —dijo jadeando y falto de aire—. ¡No puedo componé sin oses!

—¡Explícate! —gruñó el prensista, de muy mal humor por haber sido obligado a trabajar hasta tarde.

—¡Pué, señó, que arriba no hay ni una sola o, señó! ¡Ni grandota ni chiquita, señó!

—¿Y dónde demonios están las que había en los cajetines?

—No sabo, señó —dijo el niño—. El muchacho de “La Gaceta” andó por aquí por la tarde, señó. A lo mejó se robó todas las oses, señó.

—¡Desgraciados! ¡No lo dudo! —gritó el prensista, tornándose púrpura de la ira—. Préstame atención, Beto,8 mi buen Beto... En cuanto puedas, te cuelas por allá ¡y les sacas sus maldit..! ¡Y le sacas las eses!

—Sí, señó —contestó Beto con un guiño cómplice—, iré pa’ ‘llá y me las pagarán. Pero ahora, señó, ¿qué hago con este pádafo? Tengo que componelo acektablemente, señó, o Dios me salve.

—Juegan los burros y pagan los arrieros —sentenció el prensista, suspirando profundamente—. ¿Es muy largo ese párrafo, hijo?

—Yo no lo veo largo, señó.

—Pues qué bien; acomódalo lo mejor que puedas. Debe pasar a imprenta cuanto antes —dijo el prensista, quien estaba hasta la coronilla de trabajo—. Coloca otra letra en lugar de la o y sanseacabó. A fin de cuentas, nadie va a leer esa basura.

—Sí, señó, enseguida.

La verdad es que aunque el marginado chiquillo tenía apenas doce años y no superaba el metro y medio de estatura, estaba por encima de cualquier reto, a su manera. Beto subió disparado hacia su caja, murmurando en el camino: “El señó no se atreve a maldecí, ¡pero qué cosas me manda a hacé! Que les saque las heces...9¡Será pué! Yo vengo aquí pa’ hacé lo que el señó me mande”.

La situación que a continuación les narro no es para nada extraña en una imprenta. No puedo establecer con qué frecuencia ocurre, pero es un hecho irrefutable que cuando existe déficit de una determinada letra, se adopta la x como sustituta de ésta. La verdadera razón de ello podría ser que la x es la letra más abundante en los cajetines, o así lo era en los viejos tiempos; por ende, la substitución descrita se hizo un hábito entre los prensistas. En su caso, Beto habría considerado una herejía el uso de otro carácter distinto a la acostumbrada x: “Le poneré x a este pádafo”, se dijo a sí mismo mientras miraba el manuscrito con asombro. “Y qué pádafo tan feúcho es... cuántas oses tiene”. Fue así entonces como el párrafo terminó compuesto con resuelta x-actitud, y a la imprenta fue x-pedido. A la mañana siguiente, la población de Nópolis fue sacudida por la publicación en “La Tetera” de estas extraordinarias líneas:

“Sx txntx, Jxsé; nx sxis un dixs del Xlimpx, nx; sxis sxlx un gallx en el xcasx; nx xs asxméis al sxl, pxr favxr; nx hay casx. Xh, nx, nx, Jxsé. ¡Xs xxex a tu xsera, xsx! ¿Acasx nx me xís, gansx xnustx y sxsx? ¡Irxs lejxs, xs acxsx! Xh, Jxsé; pxbre Jxsé; de nx irxs nx sxis hxmx, sxis un xdixsx sapx de xbesx lxmx; una xca lxca, un fex nxmx. Jxsé, txntx Jxsé; sxis un lxcx, sxis muy pxcx, sxis el cxcx, ¿de dxnde, pxr txdxs lxs cielxs, xs salix tantx descxcx? Jxsé, sx txntx Jxsé; sxis un xtx cxn picx rxtx, un lagx secx x cxn un sxlx lxtx, un cielx negrx, un xrtx remxtx. Xh, nx. Nx, nx, Jxsé. Nx sxis un farx, ni un sabix clarx; sxis sxlx un lerdx cxmx txdx ignarx. Sxis un lxbx, sxis un glxbx, sxis un bxbx; sxis un chascx, sxis un fiascx, sxis un ascx. No sxis xrx, sxis un txrx, sxis un lxrx. ¡Xíd txdxs a Jxsé! ¡Xíd su llxrx! Jxsé, xscurx y xtxñal Jxsé; sxis un jatx, sxis gabatx, sxis pacatx; ¡Irxs, pxr amxr a Dixs! ¡Irxs de nuevx a Cxncxrd, mentecatx!”.

El horror y griterío ocasionados por tan misterioso y cabalístico escrito jamás podrán ser concebidos por imaginación alguna. La primera idea abrigada por el populacho fue que algún mensaje diabólico estaba contenido en aquellos jeroglíficos. Una turba se dirigió a la residencia de Leónidas Guerra con la intención de lincharlo, pero a este caballero jamás se le halló; desapareció de la faz de la tierra, nadie sabe cómo. Desde entonces no se ha visto ni su fantasma.

Al no ser descifrado el significado legítimo del párrafo, la ira popular a la larga menguó, dejando tras de sí —cual sedimento— un popurrí de opiniones en cuanto a este infortunado suceso. Un caballero lo consideró una x-celente broma. Otro dijo que Guerra había hecho gala de su x-huberancia. Un tercer señor lo tildó de x-céntrico, y un cuarto hombre definió todo como una estrategia del yanqui para x-presar su x-asperación. “Un x-cepcional ejemplo para la posteridad”, lo bautizó un quinto poblador. Lo que sí estaba claro para todos, era que Guerra se había x-traviado. Cuando nadie pudo hallarlo, se habló de ajusticiar al otro editor.

La conclusión más común, sin embargo, fue considerar el asunto como algo x-traordinario e imposible de x-plicar. Hasta el matemático del pueblo admitió que poco podía hacer frente a tan turbio problema. X, como todos saben, es igual a una cantidad desconocida, pero en este caso —como bien observó el matemático— lo desconocido era la cantidad de X. La opinión de Beto, el aprendiz de imprenta (quien mantuvo en secreto su x-ceso) no recibió la atención que merecía, pese a que la expresaba abiertamente y sin temor. Para él, si bien Leónidas Guerra “no le acektaba un trago a nadien, siempre XXX-halaba mal aliento, y tanto empiná el codo lo X (marcó) en x-tremo”.

 

Notas de traducción

  1. Mr. Touch-an-go Bullet-head, en el texto original.
  2. “la lógica de un Browson”, en el original. Aquí Poe ha de referirse al escritor, y figura del trascendentalismo norteamericano, Orestes Augustus Brownson (1803-1876). En su cuento “Revelación hipnótica”, Poe relata: “El Charles Edwood del Sr. Brownson, por ejemplo, fue puesto en mis manos. Lo leí con profunda atención. En toda su extensión lo encontré lógico, pero las partes que no eran meramente lógicas eran infelizmente los argumentos iniciales del incrédulo héroe del libro. En su sumario me pareció evidente que el razonador no había triunfado en convencerse a sí mismo” (traducción de Rubén Darío Ponticelli). Charles Edwood es una de las novelas autobiográficas de Brownson. De acuerdo con Tom Quirk, en Nothing Abstract: Investigations in the American Literary Imagination. Columbia: University of Missouri Press, 2001, este cuento, “X-ing A Paragrab”, se interpreta como una sátira de Poe hacia los trascendentalistas, entre ellos Emerson, cuyo poema “Círculos” (Circles) inspiró a Poe a tildarlo de “filósofo circular”. Emerson murió en Concord, Massachussets. Nótese que en el párrafo protagonista de este relato, Poe hace referencia a dicha población. En el original, escribe: “-so go home at once, now, John, to your odious woods of Concord” (“regresa a casa ya, John, a los odiosos bosques de Concord”) y más adelante: “come out of a Concord bog” (saliste de un cuchitril de Concord).
  3. Mr. John Smith, en el texto original.
  4. Frogpondium, en el texto original. “Frogpondium”, o “Frogpond”, es el nombre con que Poe se refiere a Boston, su ciudad natal; así lo afirma Burton R. Pollin en Poe, Creator of Words, Baltimore: The Edgar Allan Poe Society of Baltimore, 1974. “Ranario” es una palabra de la jerga veterinaria —no incluida en el Diccionario de la Real Academia Española— que podría ser equivalente al término Frog Pond (estanque donde viven y se crían ranas).
  5. En el original, el protagonista termina su juramento con la frase “So much for Buckingham!”. Esta exclamación, cuya forma entera es: “Off with his head! So much for Buckingham!” es del puño y letra de Colley Cibber (1671-1757)actor, dramaturgo y poeta inglés, y pertenece a la adaptación que Cibber hiciera de Ricardo III, de William Shakespeare, en el año 1700. La versión de Cibber, preferida por actores y directores de la época, no era bien vista por los amantes de Shakespeare. Tal vez Poe, en su ánimo de satirizar, haya querido sugerir que el protagonista no era capaz de citar las palabras textuales de Shakespeare, sino las de una versión más digerible; el equivalente en nuestros días a alguien poco aficionado a “leer tanto”, que prefiere una versión televisada o cinematográfica a un original escrito.
  6. En el original: “So ho, John! how now? Told you so, you know. Don’t crow, another time, before you’re out of the woods! Does your mother know you’re out? Oh, no, no! -so go home at once, now, John, to your odious old woods of Concord! Go home to your woods, old owl- go! You won’t! Oh, poh, poh, don’t do so! You’ve got to go, you know! So go at once, and don’t go slow, for nobody owns you here, you know! Oh! John, John, if you don’t go you’re no homo- no! You’re only a fowl, an owl, a cow, a sow,- a doll, a poll; a poor, old, good-for-nothing-to-nobody, log, dog, hog, or frog, come out of a Concord bog. Cool, now- cool! Dobe cool, you fool! None of your crowing, old cock! Don’t frown so-don’t! Don’t hollo, nor howl nor growl, nor bow-wow-wow! Good Lord, John, how you do look! Told you so, you know- but stop rolling your goose of an old poll about so, and go and drown your sorrows in a bowl!”.
  7. Devil, en el texto original. “Devil”, en inglés no sólo significa “demonio”; tiene también la acepción de “aprendiz de imprenta”. Con la palabra “Devil”, Poe tal vez habría querido englobar la idea de “aprendiz de imprenta malévolo”.
  8. Bob, en el texto original.
  9. A Bob le ordenan sacar las íes y las zetas (“I’s and izzards”) de la imprenta de “La Gaceta”. Bob malinterpreta esta orden, pues “I’s” (plural de la letra i en inglés) es fonéticamente exacto a “eyes” (“ojos”, en inglés), y “Izzards” (arcaísmo inglés para “zetas”) es muy parecido a “gizzards”, (“molleja”). Así que para sorpresa de Bob, su jefe —que ni siquiera osa maldecir— le ordena sacarle “los ojos y las vísceras” a un tercero.