Especial • Mario Vargas Llosa al claroscuro
Mario Vargas Llosa
Mario Vargas Llosa en dibujo del autor de este trabajo.
El campeonato mundial de las letras

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¿Acaso puede agregarse una palabra nueva al torrente de tinta y letras que ha producido la designación del escritor peruano Mario Vargas Llosa como Premio Nobel de Literatura 2010? Es claro que no, aunque lo interesante en este caso es constatar que la mayoría de escritos elogiosos, ricos en adjetivos generosos, hablan no sólo de la calidad literaria, sino de la personalidad cálida, franca y humana del galardonado; no han faltado otros discordantes, pero sabemos que obedecen a la distancia ideológica, a la simple envidia o al deseo de llamar la atención. Quizás nada resulte novedoso desde la óptica individual pero puede ensayarse una propuesta desde la perspectiva colectiva.

No sólo Mario Vargas Llosa acaba de ganar el Premio Nobel de Literatura, sino todo un país; estoy seguro de que en el Perú desde los altos dirigentes políticos hasta los más humildes ciudadanos reconocen en esta distinción un logro nacional, digno de celebrar como las gestas históricas o deportivas (que en nuestra era son las que han reemplazado a las antiguas victorias militares, lo cual es afortunado desde mi perspectiva). En estos tiempos, un premio Nobel equivale a la obtención de un campeonato mundial de fútbol, el logro de un individuo contagia a toda una nación, de repente todos se convierten en aficionados a la literatura, así no hayan leído al galardonado; en Colombia todavía sacamos pecho con el premio de Gabriel García Márquez.

Claro, no todos piensan igual. En la mañana gloriosa en que los académicos suecos anunciaron al mundo el nombre favorecido de don Mario Vargas Llosa, un taxista que me llevaba al destino del trabajo decía no entender cómo le daban tanto dinero a un escritor; en vano intenté hablarle que lo del dinero en alguien como Vargas Llosa era lo de menos, pues seguramente tenía más que suficiente, pero el buen hombre insistía en el tema del dinero, diciendo que comprendía que le dieran ese premio a médicos o científicos que trabajan por el bienestar del ser humano, pero no a “tipos que sólo se dedican a escribir”. En el tono algo peyorativo de la frase del transportador, se denotaba esa tendencia a percibir al creador literario y artístico como una criatura inservible que no aporta mucho al conjunto social, aparte de subrayar el dinero como máximo valor que justifica la distinción, más allá de la condición honorífica.

En todo caso, no pude ni quise refutarle al taxista, porque aunque intentara ensayar un discurso sobre la importancia de las letras y cómo estas contribuyen al “estar bien” de las personas gracias al conocimiento y entretenimiento que proporcionan, desde el punto de vista pragmático, algo de razón podía tener el conductor. Sin embargo, si el ganador hubiera sido un autor colombiano, es probable que el taxista hubiera razonado diferente, entonado al unísono como muchos peruanos deben estar diciéndolo en este momento, con gran orgullo, ¡ganamos un premio Nobel!

La reciente novela de Mario Vargas Llosa se titula El sueño del celta, en nuestro caso podría decirse que la feliz noticia del galardón cumple la expectativa del “sueño del inca”, si no desde la perspectiva individual, porque el escritor ha declarado que desde hace años ya no pensaba con este premio (lo que indica claramente que durante mucho tiempo sí lo hizo), al menos cumple con una aspiración colectiva, el sueño del pueblo inca, que año tras año veía cómo el anuncio de un nombre diferente al esperado se constituía en frustración comunitaria, sentimiento que hoy afortunadamente se ha trocado en orgullo nacional y por extensión en alegría latinoamericana.