Finalmente, después de cincuenta años, había llegado el momento que tanto
esperó. Recordó, como en un sueño lejano, la tarde en que planificó su propia
muerte. Pero fue sólo un instante de nostalgia que se disipó con el batir de
las olas. Una vez más, verificó. El lugar escogido era el mismo. El puñal de
plata, el mismo con el que había dado muerte a su joven esposa, envuelta aún
en aquel instante de nostalgia. Sabía que faltaba menos de un minuto.
Metódico, elevó la hoja de metal a la altura del corazón. Veinte segundos:
catorce. "Será un suicidio perfecto", decía entre dientes. El puñal destelló
una mirada en el calor del mediodía. Cinco, cuatro segundos. Sonreía. Quiso
recordar entonces, por última vez, pero entendió que el segundero era más
veloz que la memoria.