Letralia, Tierra de Letras - Edición Nº 5, del 15 de julio de 1996

Las letras de la Tierra de Letras

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Prosa y poesía de Miguel Rodríguez Vergara

Miguel Rodríguez Vergara

(Nota del editor: Miguel Rodríguez Vergara vive en pos de la explicación de Dios y las grandes motivaciones de los hechos humanos. Letralia ofrece hoy a los habitantes de la Tierra de Letras estas dos pequeñas muestras de su prosa y de su poesía).

Los ojos del espejo

Allí están otra vez esos ojos expresivos, esos ojos desorbitados color de sangre acusándome, cual juez a su rehén. Son los mismos, puedo descubrirlo en su expresión de odio y lástima a la vez. Ellos recorren mi cuerpo como clíper en el mar. Se quedan fijos, viéndome, reprochando con odio toda mi existencia.

Vuelven a moverse en forma saltona y desequilibrada. De pronto se clavan en mí, como si fueran cuchillos atravesando cada átomo de mi cuerpo. En ellos veo nostalgia y arrepentimiento. Tratan de decirme algo y a la vez siento que no quieren. Lloran, se hinchan de dolor y me contagian su sentimiento. Veo sus lágrimas correr cual torrente sin parar. De pronto cobran valor y me dicen: "Hazlo; debes hacerlo".

Cierro mis manos, me siento en el piso y oigo el latido de mi corazón que salta de tal manera como si quisiera salir de mí. Dejo descansar mis párpados y nombro la palabra "¡Dios!", y luego me lo reprocho.

Abro mis ojos y vuelvo a ver aquellos, que pertenecen a un cuerpo que ahora suda, tiembla y delira de emociones confundidas, miro hacia otra parte para tratar de disimularlos y luego vuelvo a ver al lugar donde estaban y los consigo nuevamente, viéndome profundamente como si estuvieran pidiendo mi alma. Ellos me castigan, me atormentan con su mirada fija. Pero ahora no sólo veo éstos, sino también una boca con una sonrisa burlona y picaresca. Ella me dice:

—Tú eres el culpable, y por lo tanto debes hacerlo. Anda, hazlo, será fácil.

Bajo mi cara. Seco el sudor de mi frente y froto mis ojos cansados y llenos de oscuridad. Suspiro y me quedo dormido.

Veo en mis sueños todas mis frustraciones.

Lo que no pude tener, que en este sueño eran las nubes que en lo más alto se iban con la brisa y yo viéndolas, lloraba por no poderlas alcanzar.

Sentí mi odio hacia los demás, que era una culebra enrollada triturando mi cuerpo, tratando de morder mi cara.

Veía todo lo que obtuve con trampas, que eran sombras que me perseguían incansablemente.

Me vi niño, adolescente, anciano, todas las etapas de mi vida una a una rápidamente. De pronto veo un anciano de túnica negra, ojos profundos y sus brazos abiertos acercándose como si lo trajera la brisa; rápidamente llega a mí y me dice: —Bienvenido. Bienvenido a lo que realmente eres. Sombra, sombra de oscuridad. Bienvenido a la nada, ¡miserable!

De pronto, sobresaltado, me despierto.

Abro mis ojos y están los mismos verdugos acusadores viéndome fijamente, pero esta vez veo en ellos tristeza, resignación e infinita melancolía. De pronto cambian, tiemblan, lloran de odio y se desorbitan. Y yo desesperadamente trato de controlarme. —¡Dios! —grito. Me sereno y me enfrento a ellos acercándome lentamente y observándolos fijamente, ya sin miedo, sin temor, sin nerviosismo llego a ver su iris color de noche y en ellos diviso la minúscula imagen de un cuerpo que yace desnudo en el suelo frente a un espejo y el eco de una voz ya apagada que dice:

—Gracias, querido arsénico.


La pequeña duda

Sueño despierto en mi peregrinar perpetuo,
navego en los mundos de lo ideal y el
materialismo,
rasgo mi alma por mi conciencia,
majestuosa diosa que me encadena.
Miro al horizonte, volteo a mi pasado
sin que los lados se den cuenta.
Camino por mi cuerpo y busco el resultado.
Consigo mi postración febril
en la espera de mi sino.
Analizo mis sueños,
sólo símbolos oníricos.
Sigue la constante.
Creo en Dios y creo en mi conciencia,
¿cuál de los dos primero?
Dios creador de mi conciencia
o mi conciencia creadora de él.
Cierro mi imaginación y me busco.
Casi no me hallo.
Sólo veo mi cuerpo envuelto en un aura
hecha por las ideas que se adhieren a mí
llenándome de manchas visibles a todos.
Indago, analizo y pienso;
doy vueltas en el mismo sitio.
Sigue la úlcera de la duda
impregnada en las paredes de mi mente.
Ella me pregunta:
¿Hay que creer en Dios por temor o por amor?
¿Quién ama a Dios?
¿Quién es Dios?
¿Seré yo mismo, por casualidad?
¿O será alguien que quiso que sea?
¿Quiénes son los dementes?
¿Quiénes temen a su conciencia?
¿Quiénes la queman?
Filosofar no es un arte,
es una agonía.
Levanto mi frente;
abro bien mis ojos en la oscuridad
y prosigo con mi condena,
seguir viviendo.


       


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Depósito Legal: pp199602AR26 • ISSN: 1856-7983