Especial
Exégesis maracucha en Caracas
Fotografía: Joaquín Ferrer Ramos

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Norberto José OlivarQue un vampiro diga que dios existe puede que suene mal, acaso muy mal, pero que además se dé aires de teólogo y exponga que dios es un individuo de fina ironía, de agudo sentido del humor y de una puntería inaudita, pues se sobreentiende que sus motivos tendrá, piensa uno, pero es lo menos que se espera cuando se ostenta un abolengo en esencia maligno y defectuoso. Sin embargo, estas motivaciones o improvisaciones teológicas tan súbitas, vienen de la estupefacción que sobrecogió a Maracaibo, hace unas pocas semanas, cuando una despiadada centella decapitó a la muy venerada y excelsa patrona de nuestra querida y sanguinolenta playa.

Que un rayo impacte sobre una de las imágenes de la Chinita no es cosa de otro mundo, si se considera que hay más de cien distribuidas, estratégicamente, en toda Maracaibo, pero que fulmine a la principal, a la número uno, de entre tantas, a la que vigila, amorosa, su Basílica en mitad del frontispicio y da la bienvenida a los fieles, sí es un asunto de cuidado.

Entendiendo la gravedad del caso, su excelencia, monseñor Eleuterio Cuevas, diligente y presuroso, apareció haciendo exégesis de lo que sin duda era, que lo es, un mensaje divino.

Dijo, con mucha sobriedad, que se trataba de un llamado a las mujeres del Zulia para que no decaigan en su lucha contra el mal, contra la delincuencia y otras cosas muy feas que las acechan a diario.

Escuchado esto, decido poner al final de las palabras de su excelencia un adecuado así (sic), para que se entienda que eso fue justo lo que dijo, y lo que yo escuché de tan incisivo y esclarecido intelecto.

Y si casi nada sé de historia, que se supone vivo de ella, pues objetar a este santo varón, que sí sabe de teología, se hacía un acto de necedad flagrante cuando mínimo.

Parecía que las extrañezas se cancelaban con las templadas palabras del prudente vicario, pero yo, confieso, tenía dudas y callé.

Siete días después —nótese el cabalístico número—, llegaba otro curioso mensaje: unos supuestos forajidos secuestraron la musa del insigne poeta zuliano, Udón Pérez, dejándolo en la más completa soledad. Según las investigaciones que adelantó la policía científica, la musa fue fundida y sacada de la ciudad en una sigilosa operación.

Nadie dijo nada, la indignación dejó mudos a los opinadores de oficio, pero yo, modestamente, he descifrado el mensaje que une a estos dos hechos insólitos acaecidos en tan breve lapso. Y voy a develar el misterio en este momento.

Veamos: la Chinita y Udón Pérez constituyen dos figuras fundamentales de nuestro delirante regionalismo, acaso faltaría el generalísimo Rafael Urdaneta, pero tumbar El Puente habría sido exagerar la urgencia del mensaje y confundirlo con pulsiones políticas extremistas. Y no es el caso ni la intención.

De seguidas, violando el estricto protocolo científico, me pregunto por aquello que no pasó, por ejemplo, ¿por qué la centella no cayó sobre el gran Luis Aparicio?, pero no digamos nada sobre esto, y que el silencio lo diga todo. Sé que son buenos entendedores.

Pues bien, en mi criterio, la mensajería divina ha sido bastante clara pese a su eventual extravagancia, pero cada quien tiene sus maneras, y si no juzgué a monseñor por su luminosa exégesis, tampoco haré de censor de estilo del otro.

El asunto es simple, obvio, pero incómodo. Empecemos por el poeta, el venerado Udón Pérez, que siempre escribió para los protocolos gubernamentales, para el gamonal de palacio, poemas ditirámbicos de la geografía local, pero con una ausencia absoluta de carácter, de humanidad, como diría Musil, o acaso un delincuente de la poesía si se lo deja en manos de Hermann Broch. Y don Pérez estuvo muy consciente de eso, anoto en su favor, tanto, que se burlaba de quienes se desvivían imitándole. Pero los constructores del santoral local lo han canonizado sin miramientos, sentenciando, además, que ni antes ni después se ha visto un vate más formidable por estos lares vaporosos.

De la Chinita mis sospechas son mayores. El cuento de la tablita, acepto, es uno de los mitos más elaborados, que se conozca, en mi querida playa. Y esta idolatrada santa, ha sido cómplice, por omisión, tan quieta y muda, de las marramuncias de tantos politiqueros y gaiteros que se esconden detrás de ella, haciendo negocios y engañando gentes en su nombre y a su gloria. Si al poeta le secuestraron su musa para que callara, el centellazo que decapitó a la Chiquinquirá fue, sin duda, para que hablara. Puede que esta sea la médula del mensaje encriptado en estos dos acontecimientos nada casuales.

Sigamos ahora en una tónica más amplia, profundizando su significación, diciendo lo que todos saben y que en mis adentros es lo más desastroso: que sobre estas figuras tan defectuosas —y otras que no he citado—, pero incuestionables, se ha montado un discurso localista que mucho daño le ha hecho a Maracaibo. Es más una fachada que bien se ha usado como tapadera de nuestras deficiencias: el político se chancea en su conuco, sabiéndose incapaz de no ser otra cosa que cola de león, quizás algo de pereza, comodidad, y mucho de vanidad liliputiense.

El poeta cuestiona todo lo que no entiende, sospecha del forastero capitalino. Su fidelidad y sus deseos son emular a Udón, a Yepes y a Lossada, como si en ellos se agotara la literatura y el mundo, y ya sabemos que uno siempre cae más abajo de lo que aspira.

O el historiador, especie aun más pintoresca (soy uno de ellos) que confecciona sesudos y prodigiosos programas de investigación para hacer de maestros caletreros y comerciantes de baratijas próceres fundacionales, y algunos, buscan sustanciar la perorata secesionista con la que se patalea en los momentos de intensa bravura.

La cosa no sería tan mala, créanme, si no fuera por una odiosa sentencia: nadie en Maracaibo puede superar a estos anacrónicos figurones: poetas, políticos, académicos, pintores, músicos, científicos, estamos condenados a la sombra de tan malos modelos. ¿Qué sentido tienen nuestras vidas si no podemos ser mejores que Bolívar y Urdaneta? ¿Qué esperanza tiene una sociedad que no puede superar su pasado, a sus héroes? Esto me lo he pensado desde hace unos quince años, y sólo consigo problemas, y hablo, insisto, de Maracaibo.

Es una necedad, un suicidio, que los marabinos sigamos ensalzando un pasado que no existió, nunca hemos sido la Atenas de América, ni del Caribe siquiera. En el pasado no está la felicidad que anhelamos en el presente, el pasado no debe acomplejarnos.

Hace poco la ciudad de Maracaibo cumplió 480 años. Ese día, con mucha paciencia, me senté a mirar los canales locales de televisión, y todos, absolutamente todos, apostaban a que la gloria de nuestra playa, de nuestra amada playa, estaba en su inigualable pretérito, pintaban un maracucho que ya no existe, que ni ellos son, una caricatura que insisten, ridículamente, en sostener.

Una periodista me escuchó, con paciencia, todo estos “agravios”, y me preguntó, algo molesta y a mansalva, ¿cuándo te vas de Maracaibo? Jamás lo he pensado, acaso cuando me jubile, y si es que tengo cobres, me compraré una casita en alguna montaña andina, pero pagaré fielmente mi suscripción a Panorama y mi abono para las Águilas del Zulia, cuarentonas ya, y aunque no ganen ni uno. Si no tenemos conciencia de lo que somos, de nuestras limitaciones, y de nuestras fortalezas, por supuesto, le dije a la iracunda periodista, difícilmente construiremos la ciudad que deseamos.

En fin, me parece que si los marabinos o maracuchos, como sea, seguimos con el lloriqueo que bien funciona de excusa, con el asunto del centralismo, no vamos a llegar a nada. Y si la capital se engolosina en el deslumbramiento de la provincia, pues estamos, entonces, en juego trancado. Y lo que no se mueve, señores, perece.

A qué viene todo esto, se estarán preguntando igual que yo, que mientras escribía estas líneas, me decía, pero bueno, no es de literatura la excusa con la que vas, sí, claro, es literatura, pero es que los camaradas de Ficción Breve cuando me llamaron con la noticia de que el Vampiro les había caído muy bien, lo primero que me dicen es que estaban muy contentos de un veredicto que premiaba una novela maracucha, “pa que no digan, después, que las mafias centralistas nos lo cogemos todo”, y bueno, eso disparó todo este vagabundeo playero que ustedes, con buenos modales y paciencia, han aguantado. Pero la culpa no es sólo de ellos, que la es, que me dijeron lo que ya les dije, es que también todo lo que escribo, todo lo que he escrito, es sobre Maracaibo, sobre esa Maracaibo desconocida, oscura, defectuosa, a la que casi nadie quiere, pero que a mí me atrae fatalmente. Al principio quise escribir ensayos historiográficos, pero mis maestros me desautorizaron inmediatamente, entonces me fui a la novela, al cuento, para que me dejaran en paz, y para poder decir las cosas “tal cual como sucedieron”. Todos mis proyectos están ejecutados tras una investigación histórica de lo más tradicional, y si uso la imaginación, no lo niego, lo hago tanto como mis maestros historiadores, lo cual demuestra, para angustia de ellos, no mía, que la historia no es más que un género literario.

“Un vampiro en Maracaibo”, de Norberto José OlivarHablando de esto, en los primeros meses de este año, 2009, se publicó un trabajo sobre la novela histórica actual. Se hablaba de Falke, El pasajero de Truman y El último fantasma, mi Vampiro quedó a un lado, no es que la autora de este texto lo desconociera, más bien fue que no lo consideró inscrito en ese género. Esto se lo comenté a mi amigo Antonio Isea —ilustre profesor de la Universidad de Michigan—, y me explicó, con detalles, que mi Vampiro no aplicaba según los cánones de la novela histórica. Así que la más “historiográfica” de mis novelas no se ajusta a estas exigencias, y eso que fue trabajada con la obsesión investigativa de los “severos” historiadores aquí mentados. Pero mi despecho ilustra lo que pasa cuando tenemos una idea ya desfasada de lo “histórico”.

Renahit Guja, en Las voces de la historia, critica el haber convertido la vida del estado en el centro de la historia, reivindica como historia las voces anónimas, las voces de queja, que no se articulan a la biografía estatal, a la de los superhéroes, pero que sin duda, están en el proceso. Y esas son, precisamente, las voces que estoy intentando que se escuchen en mis trabajos, y que son, en definitiva, quienes nos hacen mucho más universales, quienes nos permiten dialogar con textos y angustias de otras latitudes.

También me llama la atención que tanto Vegas, Suniaga y Liendo, autores de las novelas citadas, dijeran que no tuvieron la intención de hacer una novela histórica. Confieso que esa declaración me cogió fuera de base, pero se explica y se entiende por el fastidio que provocan los malos humores de este gremio “científico”, lo que lamentablemente contribuye a la demarcación de las zonas limítrofes que los virulentos historiadores demandan con la literatura.

¡Total!, y como ven, mi gran pesadilla es Maracaibo, de modo que siempre seré un escritor de provincia. No obstante, agradezco a ustedes, gentiles amigos, amables lectores, cruzados de Ficción Breve Venezolana, Econoinvest, Cultura Chacao, y, claro, al honorable jurado de este premio, que hayan legitimado mis desvelos con esta certificación de buena conducta que han extendido a un extravagante vampiro de aguas dulces y contaminadas. Un abrazo para todos y montones de gracias, otra vez.

 


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