Especial • La tierra del tigre. La poesía de Eduardo Lizalde
Eduardo LizaldeBreve epílogo

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Me asombra, como a Marco Antonio Campos, leer reunidas las páginas de esas entrevistas y ensayos que él ha publicado sobre mis libros y poemas, distrayendo mucho tiempo la pluma que mejor podría emplear en proseguir con su ya vasta y reconocida obra de notable poeta y escritor.

Nada alienta y altera positivamente a un poeta como la mirada incisiva y la lectura recreadora de un lector de talento, y nada contribuye tampoco más poderosamente a revelarle al mismo poeta sus involuntarios tropiezos artísticos y, también los aciertos estéticos que, desde su interesado punto de vista, no han sido apreciados por sus críticos y lectores.

Alguna vez me decía mi admirado colega y viejo amigo Salvador Elizondo: “En realidad, nadie, sino el propio autor, puede leer a fondo su obra”. Algo, es natural, hay de eso. Los top secrets de un gran cocinero no son sólo aquellos que él se niega a revelar a sus admiradores, sino también aquellos que están inconscientemente relacionados con su irrenunciable temperamento, su técnica de trabajo y sus descubrimientos impredecibles.

Al escribir esos textos (Autobiografía de un fracaso) en que trataba de exponer las miserias y malos pasos juveniles de mi experiencia poeticista y post poeticista, cargué las tintas tal vez demasiado, como me lo dijo algún cómplice de aquellas faenas.

Es verdad que revelé, denuncié y confesé evidentes atrocidades y atentados contra el buen gusto y el arte poéticos, tanto provocativa como involuntariamente cometidos, pero al mismo tiempo previne exageradamente a los lectores que pudieran acercarse a esos textos con un lapidario “cave canem”, que ha impedido registrar algunos versos y poemas rescatables y afortunados, pese a las invalideces y estorbosas exigencias a las que me obligaba la obediencia de mi obsesión poeticista y marxista.

Como bien lo han dicho varios inteligentes y estudiosos de mis poemas juveniles [Ulises Mata en su libro La poesía de Eduardo Lizalde o Evodio Escalante en su reciente ensayo La vanguardia extraviada], los poeticistas desvariábamos y cometíamos ilegibles agresiones literarias, aunque fuéramos poseedores de alguna aceptable técnica. Personalmente, a medio siglo de distancia, continúa pareciéndome repelente e insoportablemente fallido mi libro La mala hora (Los Presentes, mayo de 1956) y creo con algún comentarista que los muy escasos versos tolerables que allí pudieran hallarse habían sido echados a perder por toda la morralla del sarampión marxista y discursero que los acompañaba. Algún amable colega (el desaparecido peruano Manuel Scorza) llegó a celebrar hallazgos de corrido popular como los de “Pan de ayer”:

Pero el pan subió de precio
Y con ello fue mayor su lentitud.
Era el pan de los hambrientos
para llegar tortuga y liebre para irse.

o bien, algunos versos del poemita sobre la bomba atómica que encabezaba el bello epígrafe de la “Oda al Átomo de Neruda“: “...los hombres fueron súbitos leprosos”:

El átomo irrumpió en los dormitorios:
hizo estallar en vómitos de sangre
                           los volcanes del sueño,
convirtió el vino en arsénico,
el rubor en roña,
toda la carne en víboras,
todo el acero en espadas,
todas las flores en llagas del jardín,
cada espina de rosa en traidora tachuela,
cada aguja en puñal,
cada rincón oscuro en cueva de panteras,
cada mano de niño en inminente tarántula.
Todos los perros mordieron a sus amos.

Y paremos de contar; todo ese melodramatismo e indignación revolucionaria me hizo retroceder poéticamente aun frente a los anteriores experimentos de arte-purista poeticismo que habían sido parte de mi trabajo anterior.

En fin, no puedo sino agradecer todo lo que mis lectores y críticos se hayan tomado el trabajo de detectar como decorosa obra poética en los varios miles de versos que me he atrevido a publicar.

He continuado escribiendo. Después del año 2000 (en que se cierra el ciclo de esa última edición de Nueva memoria del tigre) he producido muchos otros textos, entre ellos el largo poema Algaida (2004), que ha sido objeto de alguna crítica favorable.

Al fin de cuentas, creo que un país, un continente y un territorio lingüístico en el que fulguran tantos verdaderos grandes poetas, ya debería uno gloriarse de ser considerado al menos poeta, y acaso, cuando más, un buen poeta.

Ciudad de México, noviembre de 2005