Especial: David Sánchez Juliao
David Sánchez JuliaoEl último de mis seres imaginarios

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Era yo un niño de apenas 9 años cuando me sorprendió la muerte de un personaje que a duras penas había reconocido en un texto algo extraño para mí. Uno de mis hermanos conservaba entre sus libros un ejemplar de Editorial Bruguera con el nombre de El libro de los seres imaginarios, y debajo de unas negras letras góticas, el nombre del mayor de esos seres, Jorge Luis Borges, un dios para mí. Hoy rebusco entre sus textos interesantes fragmentos que luego comparto con mis estudiantes y algunos amigos; y en algunas pausas de mi fatigante labor, sigo escuchando sus audios, en su propia voz, que probablemente sea una prolongación pálida de su pluma.

Hace poco, el 17 de mayo de 2009, me vuelve a sorprender la despedida de otro de mis seres imaginarios, que quizá tenga con el primero pocas cosas en común, pero que, a mi manera de ver, esas pocas cosas se ven multiplicadas por el gusto por la poesía y el fantástico estilo de conjugar la compleja intelectualidad con la sencilla rutina. Los textos de Mario Benedetti me inundaron la mente justo en el momento en que sexualizaba mi pensamiento, por eso no resultó difícil disfrutar de sus cuentos, de sus dramas y de su poesía. Cómo disfruto compartiendo con mis estudiantes de matemáticas su “Triángulo isósceles”, que a su vez lo compartió conmigo uno de mis maestros; o leyendo en voz alta “Beatriz, la polución”, para mis hijas o para las niñas de mis cursos. A mí me encanta “En primera persona”, lo encuentro parecido a un texto mío; a mi mujer le gusta mucho “Bodas de perlas”. En general, en casa compartimos frecuentemente sus relatos y también sus audios, porque al igual que Borges, Benedetti alcanzó a plasmar su hipnótica voz en el acetato. La muerte de Benedetti me ha hecho sentir más viejo de lo que soy.

Y esta mañana la repentina despedida de quizá el último de mis seres imaginarios ha vuelto a revivir en mí ese desagradable pero realista sabor a tumba, y ha hecho que vuelva a pensar en Borges. Y es que más allá de la anfisbena, de la Hidra de Lerna o los ángeles de Swedenborg, más allá, o mejor, más acá, estaba El Flecha, El Pachanga, Abraham Al-humor, Gallito Ramírez, doña Tulia, El Capi y otros seres no tan imaginarios, los que el controvertido David Sánchez Juliao puso en mis oídos un día de septiembre del 85, cuando, por accidente, encontré en una lustrosa maleta de otro de mis hermanos, una carátula color marrón, que contenía 4 casetes blancos en los que festivamente un hombre de voz fuerte contaba historias “bacanas” que se parecían mucho a las que se tejían en mi barrio.

Con la muerte de Sánchez Juliao, los cordobeses estamos despidiendo a un coloso contador de historias que se atrevió a cruzar la línea de la estética, a escribir y narrar en un simpático estilo para muchos y grotesco para otros. Tantas veces le reprocharía sus obras la clase literata, que una vez cuando tuve la oportunidad de preguntarle lo que pensaba de El Flecha, me dijo que se trataba de textos que nunca más volvería a escribir. Por eso me sorprendió grata y grandemente cuando publicó El Flecha II.

Seguramente, después de su muerte, volverán a circular sus memorables textos como Cachaco, Palomo y Gato; Pero sigo siendo el rey; Mi sangre aunque plebeya, Aquí yace Julián Patrón y otros relatos, algunos de ellos llevados a la televisión. Y para los que nos fue posible, gracias a su obra, hablar de nuestra identidad cultural sin ser sancionados, será razón de orgullo recordar a David Sánchez Juliao, el contador de historias, como uno de esos seres imaginarios que existieron en la realidad.