Friedrich Hölderlin
Friedrich Hölderlin.

Wilhelm Waiblinger: Hölderlin en Tubinga

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En 1803, Hölderlin sufre fuertes agitaciones psíquicas y alucinaciones muy frecuentes. En los períodos de calma, traduce a Sófocles y prepara un conjunto de poemas a los que titula Cantos de la noche, según afirma por carta a su amigo y editor Friedrich Wilmans. Es el año de la muerte de su admirado Klopstock. Luego se recupera lentamente y, ante la solicitud de ayuda de sus amigos, se niega a vivir a expensas de ellos; es Sinclair quien encuentra el modo de hacerlo sin que el poeta lo advierta: finge haberle encontrado un puesto de bibliotecario.1 Vive en casa de un relojero y su salario es pagado por el propio Sinclair hasta que éste es procesado por alta traición. Esto no es obstáculo para que ambos viajen, tiempo después, a Tubinga, donde el poeta es internado, a raíz de una recaída, en la clínica del doctor Authrenriet. Son los días de la entrada de Napoleón en Berlín, 1806. Retirado, en 1807, por su familia de la clínica, Hölderlin es alojado en la buhardilla de la casa del carpintero Ernst Zimmer, junto al Neckar, donde pasará los restantes treinta y seis años de su vida. Entre las visitas que recibe, la de quien sería su primer biógrafo, el joven estudiante y poeta Wilhelm Waiblinger. Del diario que éste redacta reproduzco estos pasajes, extraídos de Conocer Hölderlin y su obra, de Javier García Sánchez.2

...Se abre la puerta y en el centro de la habitación hay una figura enjuta que se inclina profundísimamente sin cesar de hacer reverencias, con unos ademanes que estarían llenos de gracia si no tuvieran algo de convulsivos. Es de admirar su perfil, su despejada frente, su mirada amistosa, si bien apagada, no sin vida todavía; las devastadoras huellas de la enfermedad mental se notan en sus mejillas, en su boca, en su nariz, sobre los ojos, en los que hay un grave rasgo de dolor... Uno le dice algunas palabras de introducción, que son acogidas con las más corteses reverencias y con un diluvio de palabras que desconciertan al visitante. Hölderlin, que fue y sigue siendo muy cortés en las formas, siente entonces la necesidad de decir algo amable al visitante, formularle alguna pregunta... El propio Hölderlin no espera en absoluto una respuesta; más bien al contrario, se desorienta si el extraño se esfuerza en seguir una idea... El extraño se ve tratado con los títulos de Su Majestad, Su Santidad, Reverendo Padre. Hölderlin está visiblemente turbado; acepta estas visitas de muy mala gana y después de ellas está más inquieto que antes... Cuando Hölderlin empezaba en seguida a agradecer la visita, a inclinarse de nuevo, era entonces aconsejable no demorarse más tiempo allí...

Wilhelm Waiblinger
Wilhelm Waiblinger.

...estaba expuesto a las burlas de esas personas infames que hay en todas partes, para cuya bestialidad ni siquiera la terrible desintegración mental producto del infortunio deja de ser objeto de estúpidas burlas. Cuando Hölderlin reparaba en ello se tornaba tan violento que les lanzaba piedras y barro y seguía furioso todo el día... Con alguna frecuencia la mujer del carpintero, o bien alguno de sus hijos o hijas, llevaban al pobre a las fincas y viñedos, donde él se sentaba sobre una piedra y esperaba hasta que volvían a casa. Hay que señalar que había que actuar con él igual que con un niño para que no fuera terco. Cuando sale hay que exigirle antes que se lave y asee, puesto que normalmente tiene las manos sucias porque se entretiene durante media jornada en arrancar hierba. Cuando ya está vestido no quiere salir de ningún modo. Se levanta el sombrero, calado hasta los ojos, ante un niño de dos años, si no está demasiado enfrascado en sí mismo. He de decir que es signo de alabanza que las gentes de la ciudad que le conocen no le hacen burla, sino que le dejan seguir en paz su camino, diciendo muchas veces: “¡Ay, qué inteligente y culto era este hombre y ahora está chiflado!”. Pero no le dejan salir solo más que a pasear por el parque zoológico, ante la casa...

...A menudo hablaba consigo mismo largo rato... y en una ocasión me dijo: “¡Me he vuelto ortodoxo, Su Santidad! ¡No, no! En la actualidad estoy estudiando el tercer tomo del señor Kant y me ocupo mucho de la nueva filosofía”. Le pegunté si se acordaba de Schelling, y contestó: “Sí, estudiaba en la misma época que yo, señor Barón...”. Recordaba a Matthison, a Schiller, a Lavater, a Heinse y a muchos otros, pero no a Goethe, como pude constatar.3 Su memoria seguía siendo buena. Una vez me pareció sorprendente que tuviera un retrato de Federico El Grande colgado en la pared y le pregunté por ello, a lo que me contestó: “Eso ya lo había advertido usted en otra ocasión, señor Barón”, y recordé que, en efecto, ya lo había advertido yo varios meses antes. Así reconoce a todos cuantos ha visto...

...Este paseo por el parque se prolonga por acá y por allá cuatro o cinco horas, hasta que está cansado. A menudo se entretiene llevando en la mano un pañuelo y dando con él en los postes del cercado o arrancando la hierba. Lo que encuentra, aunque sólo sea un pedazo de hierro o cuero, se lo guarda y se lo lleva. Entre tanto, habla consigo mismo y se pregunta y responde tan pronto “sí” como “no” y a menudo ambas cosas, porque le gusta negar... Aún toca el piano,4 aunque de un modo sumamente extraño. Cuando se pone a ello puede permanecer sentado días y días. Toma entonces una idea de simpleza infantil y puede tocarla y volver a tocarla cien veces, de modo que se hace insoportable. A eso se añaden unos rápidos movimientos convulsivos que le obligan a veces a recorrer las teclas como un rayo, y el molesto golpear de sus larguísimas uñas, pues se las deja cortar con sumo disgusto, y para convencerle son necesarias un sinfín de artimañas... Cuando ha tocado un rato y su alma se ha enternecido, cierra a veces los ojos, levanta la cabeza y parece que estuviera a punto de expirar; comienza a cantar. Nunca pude saber en qué idioma, a pesar de haberle escuchado a menudo, pero lo hacía con exaltado patetismo y resultaba estremecedor verle y oírle. Su canto rezumaba melancolía y tristeza... Los niños le gustan mucho, pero ellos le tienen miedo...

...Muchas veces me leía fragmentos de Hiperión. Cuando terminaba un párrafo comenzaba a decir con una mímica exagerada: “¡Qué hermoso, qué hermoso, vuestra Majestad!”. Luego continuaba leyendo, pero podía añadir de pronto: “¡Mire, estimado señor, una coma!”... Ni una palabra dice sobre Frankfurt, Diotima,5 Grecia, sus poemas y asuntos semejantes que fueron tan importantes para él. Cuando se le pregunta directamente si hace mucho tiempo que no ha ido a Frankfurt, contesta con una inclinación: “Oui, Monsieur, usted afirma eso”, y después sigue un aluvión de palabras medio en francés... Si se le dice que su Diotima tuvo que ser una noble criatura, contesta conmovido: “¡Ay, mi Diotima!... No me hable usted de mi Diotima. Trece hijos me ha parido. El uno es el Papa, el otro Sultán, el tercero Zar de Rusia... ¿Y sabe usted lo que le ha pasado? Se ha vuelto loca, loca, loca, loca...”.6

Si bien escrito por otro visitante, Georg Fischer, poeta suabo, por entonces de 27 años, transcribo un testimonio muy importante. Se trata de la última visita conocida al poeta, en abril de 1843, un mes antes de su deceso.

...Mi última visita tuvo lugar en abril de 1843. Como debía salir de Tübingen, le pedí algunas líneas. Y él me dijo: “Como desee, Su Santidad. ¿Debo escribir sobre Grecia, la Primavera, el Espíritu del Tiempo?”. Yo le pedí esta última. Con los ojos brillando con un fuego juvenil, se acomodó en el pupitre, tomó una gran hoja, una pluma nueva y escribió, escandiendo el ritmo con los dedos de la mano izquierda sobre el pupitre y exclamando un “hum” de satisfacción al terminar cada línea, al tiempo que movía la cabeza en signo de aprobación...7

 

Notas

  1. Del Landgrave de Homburg von der Höbe, a quien dedicará su Patmos. Precisamente, en su afán por liberarse del pasado, Hölderlin, entre otros nombres, gustaba de autollamarse Gran Bibliotecario.
  2. Barcelona: Dopesa, 1979. Colección dirigida por Higinio Clotas, Nº 23.
  3. Sostienen algunos que, al final de su vida, Hölderlin sí lo recordaba y al hacerlo se encolerizaba.
  4. “...La princesa de Homburg le ha regalado un piano. Le ha cortado las cuerdas, pero no todas, de tal manera que muchas de las teclas suenan todavía y sobre ellas improvisa. Me gustaría ir junto a él; esta locura me parece tan grande, tan dulce...” (Bettina von Arnim).
  5. Susette Brokenstein, esposa del banquero Gontard, de quien Hölderlin, instalado en la casa de ambos en Frankfurt después de aceptar un puesto de preceptor, se enamoró, en 1795. Luego de un violento altercado entre el poeta y el banquero, durante un tiempo los amantes cruzaron abundante correspondencia y se vieron a escondidas, fugazmente, o a distancia, en el teatro, en la calle. Hiperión, terminada en 1796, acaso el momento más feliz, si no el único, en la vida de Hölderlin, es un canto a Diotima, personificación de Susette.
  6. Hölderlin y Susette dejaron de verse y, luego de un terrible quebrantamiento sentimental, el poeta, gracias a su amigo Sinclair, se hospeda en Homburg. Dos años más tarde, en 1800, Hölderlin padece perturbaciones mentales. El 22 de junio de 1802, se entera de la muerte de Susette. Ha regresado de Burdeos, donde ejerció como preceptor, tal vez a pie, hasta Nürtingen; viste con harapos. Según una testigo que dio la noticia a Moritz Hartmann, estando en los alrededores de París, Hölderlin, desgreñado, saludaba a las estatuas con los brazos en alto, como lo hacían los antiguos griegos para dirigir plegarias a los dioses, e, incluso, al preguntársele su nombre, respondió: “Mañana se lo diré. A veces me cuesta recordar mi nombre”. Ya en casa de los Zimmer, sostienen algunos, Hölderlin se enojaba mucho si le pedían que firmase un poema con su propio nombre (los firmaba Gran Bibliotecario, Buonarotti, Killalusimeno o Scardanelli).
  7. “La vida es la tarea del hombre en este mundo, / Y así como los años pasan, / así como los tiempos hacia lo más alto avanzan, / Así como el cambio existe, así / En el paso de los años se alcanza la permanencia; / La perfección se logra en esta vida / Acomodándose a ella la noble ambición de los hombres” (El Espíritu del Tiempo). Lleva como fecha la del 24 de mayo de 1748 —Hölderlin, en su reclusión, acostumbraba fechar sus escritos 1940, 1676, 1743, 1748... Y un nombre: Scardanelli. La dedicatoria tiene una sola palabra: Humildemente.