Leon BloyLa guerra en el diario de Leon Bloy

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1915

Noviembre, 18... A las seis de la tarde llega Ricardo Viñes y poco después Pierre van der Meer, que vienen a cenar con nosotros. Conversación interesante, en la que coincidimos en que se está realmente en el umbral del Apocalipsis. Pierre, mejor informado que nosotros, declara no comprender cómo sigue Alemania manteniendo sus fuerzas sin desgaste aparente y puede presentar un formidable frente en Franca, Rusia y los Balcanes. En cuanto al Papa, parece desinteresarse de todo, excepto de Austria.

Noviembre, 22. Jornada pasable. Lectura del Eclesiástico.

Por la tarde, carta de Philippe Raoux, que habla de lo sobrenatural a sus artilleros.

Diciembre, 1. Carta emocionante de André Dupont, que va a partir para el frente. Se muestra dulcemente resignado y, por si llega a morir, nos recomienda su mujer.

A Dupont:

Mi querido André:

Sus dos últimas cartas, la de hoy y la del 19 de octubre, que contesté el mismo día que me llegó, me han traído una dulce y honda emoción. Lo veo a usted resignado a todo, más resignado, acaso, de lo que estaría yo mismo si mi edad y la lamentable condición de guiñapo en la que me hallo convertido no se opusieran a toda veleidad guerrera.

Quisiera, sin embargo, agregar algo a la paz de su alma expresándole mi íntima confianza en que una especial y amorosa protección velará por usted.

Hasta es posible que en medio del frío, del lodo y de la angustia física, esa debilidad de corazón que tanto teme le sea a usted ahorrada. Es lo que me pasó a mí hace cuarenta y cinco años, en presencia de estos mismos diabólicos enemigos. En los peores momentos, cuando la desesperación parecía ya próxima, una súbita oleada de paz interior me inundaba y, abolido de inmediato y maravillosamente todo temor, toda tristeza, experimentaba una instantánea renovación de mi vigor corporal...

Diciembre, 11. A Baumann:

...A usted, querido amigo, los acontecimientos lo acongojan, y a mí me torturan hasta el punto que podría decir que la visión de esta injusticia monstruosa no es ajena al quebranto de mi salud. Pero esto es cosa puramente humana, y no comparto su pesimismo. Peregrino de lo Absoluto, yo debía llegar necesariamente al umbral del Apocalipsis. Puesto que es Dios quien obra, ¿cómo podría no sentirme jubiloso, por muy horrendas y dolorosas que sean las contingencias?

Cosas más terribles veremos.

Onus Galliae, para hablar a la manera de los profetas. Sí, sin duda. Pero sabemos que Dios necesita a Francia, que ama incorregiblemente a esta envilecida y que, afligiéndola con penas cada vez más enormes, la trata, en realidad, amorosamente. Ya se verá más tarde que las trabas que le pone hoy en las manos y alrededor del corazón, para que los miserables puedan ultrajarla, no son sino ataduras de misericordia y bienaventuranza: caritatem vinculum perfectionis.

...Un millón de hijos suyos han aceptado la muerte por ella, y con frecuencia una muerte horrible. Sé muy bien que en ese número enorme había muchos bastardos; pero también dieron su sangre como los otros, y el Agonizante del Jardín de los Olivos ha contado todas sus gotas. Cierto es que hay en Francia muchos miles de infames que se enriquecen con la guerra, mas también a éstos les llegará su turno, y he aquí por qué el fin de ella no será el fin. Hartos de sangre de los pobres y de los inmolados, reventarán innoblemente, como chinches, en un incendio purificador.

¿Qué otra cosa puedo decir, si no que espero al Espíritu Santo, que es el Fuego de Dios?

Diciembre, 17. Carta de Francis de Miomandre, pidiéndome mi opinión sobre lo que será la literatura francesa después de la guerra. Interesa muy particularmente lo que piensa a ese respecto el autor de las Exégesis de lugares comunes.

¿Qué responder?

A Francis de Miomandre:

Estimado señor:

Lamento decirle que no ha comprendido usted mis Exégesis de lugares comunes, puesto que supone que puedo tener opinión sobre algo, sea lo que fuere. Lo único que tengo son creencias o certidumbres absolutas, las cuales, por lo mismo, no cabe sino aceptar o rechazar.

Las expresiones antes de la guerra y después de la guerra no tienen para mí ningún sentido. Desde hace muchísimos años soy el espectador enormemente privado de alegría de un horrendo y universal embrollo cuya solución escapa a toda conjetura humana. ¿Qué tiene que hacer en ello la literatura? Excepción hecha de mis libros, que sólo son leídos por algunos generosos alienados, todo lo demás es nada. Se revienta simplemente, sin ninguna esperanza de “resurrección” ni de “purificación”.

Yo espero la llegada de un Hombre, de un Jefe enviado por Dios, que tarda en venir. He ahí, estimado señor, mi único voto y todo lo que puedo responderle.

Diciembre, 27... Escribo por la tarde a Jean Boussac. Confío en que esta carta, que me ha fatigado mucho, será consoladora para él. Después de hablarle de mi estado de miseria física, le digo que a pesar de todo me llena de júbilo ver que Dios opera, al fin visiblemente sobre la tierra.

...Porque lo que pasa no es, en verdad, obra del hombre, y estamos sin ninguna duda, en el umbral del Apocalipsis. Hay ahora dos Francias: la del frente y la de retaguardia, la una casi sublime y la otra prodigiosamente abyecta. Se precisa así, por primera vez, con una fulgurante simplicidad, la harto inadvertida antinomia que es el fondo de la historia humana. Una muralla viviente de pobres que han aceptado la muerte y los tormentos, y detrás de esa muralla que los ampara, los buscadores de oro entre la sangre y las inmundicias, los aprovechados y los gozadores. Sin hablar de los infames mercados de guerra, favorecidos por el más canallesco de los gobiernos; sin hacer mención de la purulenta ignominia de los acaparadores y concesionarios de todas las categorías, que hacen echar de menos la guillotina del Comité de Salud Pública, ¿qué pensar del monstruoso ardid del empréstito del cinco por ciento, llamado “de la victoria”, que probablemente será cancelada con la quiebra y del cual, una vez que los innumerables intermediarios hayan tomado lo suyo, los desdichados artesanos de esa victoria no verán acaso un quincuagésimo?

 

1916

Enero, 30. Domingo. Un zeppelín lanzó ayer bombas sobre París. Las víctimas, entre muertos y heridos, son no menos de quince o veinte.

Febrero, 26... Triste y vana jornada, que ensombrece más la espantosa batalla de Verdún, donde los alemanes, ante los ojos de su emperador, han hecho un esfuerzo inmenso, sin conseguir otra cosa que pérdidas infinitas. Se habla de doscientos mil muertos. Pero, ¿cuáles serán las nuestras? ¿Y qué habrá sido de mi querido Philippe Raoux, que me dejó para ir precisamente a Verdún, donde ha debido encontrarse en medio de esa infernal tempestad de artillería?

Me acuesto triste y deprimido, lleno de negros presentimientos.

Marzo, 9. Me falta coraje para salir. Carta abrumadora de la cuñada de Raoux. Mi pobre amigo Philippe ha sido muerto. La noticia, fechada el 24 de febrero, la ha mandado el capellán, que promete detalles. Me siento agobiado.

Le escribo algunas líneas a Termier, para darle la mala nueva.

Jornada horriblemente triste y de extrema debilidad.

Marzo, 21. Esta tarde, a las tres, carta de la señora de Raoux a Juana. Muy dolorosa. Envía copias de dos misivas del capellán amigo de Raoux, pero estos testimonios carecen de precisión en lo que respecta a la muerte de éste. Se hace mención de una herida en la garganta y de fragmentos de obús en el vientre, pero no se dice que nadie lo haya visto caer ni que fuera socorrido.

La señora de Raoux habla de una carta que habría recibido del comandante, donde se dan detalles. Me interesaría leerla.

Juana y yo trabajamos en la siembra de capuchinas y volúbilis. Ocasión de respirar el aire delicioso de este primer día de primavera.

(De Bloy, Leon, La puerta de los humildes, diario del autor 1915-1917. Traducción de José Mazzanti. Buenos Aires: Mundo Moderno, 1950).