Maurice Maeterlinck

Algunos pasajes de Maurice Maeterlinck

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Hay belleza y grandeza en todo, puesto que basta una circunstancia inesperada para hacérnolas ver. La mayor parte de los hombres lo saben, pero por más que lo sepan, sólo bajo el látigo de la fortuna o de la muerte rondan el muro de la existencia en busca de grietas por donde llegar hasta Dios. No ignoran que hay grietas eternas en las pobres paredes de una cabaña y que los más pequeños cristales no quitan una línea o una estrella a la inmensidad de los espacios celestes. Pero no basta poseer una verdad, es necesario que la verdad nos posea.

(La vida profunda)

 

Vendrá un tiempo tal vez, y muchas cosas anuncian que se acerca, llegará un tiempo tal vez en que nuestras almas se percibirán sin mediación de los sentidos. Es indudable que el dominio del alma se extiende de día en día. Está mucho más cerca de nuestro ser visible y toma en todos los actos una parte mucho mayor que hace dos o tres siglos.

(El despertar del alma)

 

Y, sin embargo, es posible que nada cambie en la vida que se ve; pero ¿es eso lo único que importa, y no existimos realmente más que por actos que pueden cogerse en la mano como los guijarros del camino? Si os preguntáis, como nos dicen que es necesario preguntarnos cada noche: “¿Qué he hecho de inmortal hoy?”, ¿necesitáis buscar siempre desde luego por el lado de las cosas que se pueden contar, pesar y medir sin error? Es posible que derraméis lágrimas extraordinarias, que llenéis el corazón de certidumbres inauditas, y que deis la vida eterna a un alma sin que nada cambie; que nadie lo note, sin que vos mismo lo sepáis. Es posible que a la prueba todo se derrumbe y que esa bondad ceda al menor temor. No importa. Se ha operado algo de divino, y nuestro Dios debe haber sonreído en alguna parte.

(La bondad invisible)

 

Se me figura que no sería muy temerario sostener que no hay seres más o menos inteligentes, sino una inteligencia esparcida, general, una especie de fluido universal que penetra diversamente según sean buenos o malos conductores del espíritu, los organismos que encuentre. El tal caso, el hombre sería ahora, en la tierra, el modo de vida que ofrecería menor resistencia a ese fluido que las religiones llaman divino. Nuestros nervios serían los hilos por donde se distribuiría esa electricidad más sutil. Las circunvoluciones de nuestro cerebro formarían de cierta manera la canilla de inducción en que se multiplicaría la fuerza de la corriente; pero esta corriente no sería de otra naturaleza, no procedería de otro origen que la que pasa por la piedra, por el astro, por la flor o por el animal.

(La inteligencia de las flores, XXX)

(De Mauricio Maeterlick, La inteligencia de las flores; traducción de Juan B. Enseñat. Buenos Aires: Tor, 1949).