Paul ValéryPaul Valéry: las bellezas contra lo bello

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I

Yo no digo que el descubrimiento de la Idea de lo bello no haya sido un hecho extraordinario y que no haya dado lugar a consecuencias positivas de importancia considerable. Toda la historia del arte occidental pone de manifiesto lo que se le debe, durante más de veinte siglos, en materia de estilos y de obras de primer orden. El pensamiento abstracto se ha mostrado aquí no menos fecundo de lo que ha sido en la edificación de la ciencia. Pero esta idea, sin embargo, llevaba en sí el vicio original e inevitable al que acabo de aludir...

…El único propósito de la “Ciencia de lo bello” debía fatalmente ser arruinado por la diversidad de las bellezas producidas o admitidas en el mundo y en el tiempo. Tratándose de placer, sólo hay cuestiones de hecho. Los individuos gozan como pueden y con lo que pueden; y la malicia de la sensibilidad es infinita. Los consejos mejor fundados son burlados por ella, incluso cuando son frutos de las observaciones más sagaces y de los razonamientos más desligados.

¿Qué más justo, por ejemplo, y más satisfactorio para el espíritu, que la famosa regla de las unidades, tan conforme con las exigencias de la atención y tan favorable a la solidez, a la densidad de la acción dramática?

Pero Shakespeare, entre otros, las ignora, y triunfa...1

 

II

¿A santo de qué, por lo demás, formar, precisar, el intento de “hacer una estética”? ¿Una ciencia de lo Bello?... Pero, ¿usan aún los modernos ese nombre? ¿Es que sólo lo pronuncian a la ligera? O bien... es que piensan en el pasado. La Belleza es una especie de muerte. La novedad, la intensidad, la extrañeza, en una palabra, todos los valores de choque, la han suplantado. La excitación completamente bruta es la dueña soberana de las almas recientes, y las obras tienen por función actual arrancarnos del estado contemplativo, de la felicidad estacionaria cuya imagen estaba antaño íntimamente unida a la idea general de lo Bello. Están cada vez más penetrados por los modos más inestables y más inmediatos de la vida psíquica y sensitiva. Lo inconsciente, lo irracional, lo instantáneo, que son —y sus nombres lo proclaman— privaciones o negaciones de las formas voluntarias y sostenidas de la acción mental, han sustituido a los modelos alcanzados por el espíritu. Ya no se ven apenas productos del deseo de “perfección”; observemos de paso que ese deseo anticuado debía desvanecerse ante la idea fija y la sed insaciable de la originalidad. La ambición de perfeccionar se confunde con el proyecto de hacer una obra independiente de toda época; pero la preocupación de ser nuevo quiere hacer de ella un hecho destacado por su contraste con el instante mismo. La primera admite e incluso exige la herencia, la imitación o la tradición, que son sus etapas en la ascensión hacia el objeto absoluto que piensa alcanzar. La segunda los rechaza y los implica aún más rigurosamente, pues su esencia consiste en diferir.

En nuestro tiempo, una “definición de lo Bello” sólo puede, pues, ser considerada como un documento histórico o filológico. Tomada en la antigua plenitud de su sentido, esta palabra ilustre va a reunirse en los cajones de la numismáticos del lenguaje con muchas otras monedas verbales que están fuera de curso.2

(De Picon, Gaetan, Panorama de las ideas contemporáneas, traducción de Gonzalo Torrente.Madrid: Guadarrama, 1958)

 

Notas

  1. Publicado originalmente en Variété IV, Gallimard, 1938.
  2. Publicado originalmente en Variété III, Gallimard, 1936.