Buenos Aires LiterariaAlgunos poemas publicados por la revista Buenos Aires Literaria

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Buenos Aires Literaria fue una revista, cuyo número inicial apareció en octubre de 1952, dirigida por Andrés Ramón Vázquez. El grupo de redactores incluía a Enrique Anderson Imbert, Ana María Barrenechea, Julio Cortázar, Daniel Devoto, Roberto Di Pascuale, José Luis Romero, Pepita Sabor, Gregorio Santos Hernando y Oscar Uboldi, entre otros. Luego, en el rol de secretario de redacción, Alberto Salas. Dispongo de numerosos ejemplares de la revista, desde el primer número hasta el dieciocho, aparecido en marzo de 1964. Elegí algunos poemas recogidos en sus páginas y a través de este medio los doy a conocer al lector.

C.B.

 

El fuego

Gregorio Santos Hernando

Pensante tarde, sola, por entre corredores,
viejo silencio, sombras, acederaques verdes,
junto a los estandartes enmohecidos sables.
Qué importa si esto es sólo un cuadro sin destino.

Una piel desvelada por caricias. Catorce
sílabas desleales que pronuncian: antaño.
Era el asesinato de algunos comensales:
Lucrecia Borgia, Antígona, Genoveva desnuda.

Balaustradas con flores y begonias colgantes.
Dispersos libros, tazas y condecoraciones.
Llegó el viento del sur empujando las llamas.
Después del fuego, a veces, encontramos cenizas.

21-5-52

(1, octubre 1952)

 

Daniel Devoto

Amor, ante los espejos
que tu persuasión me ofrece,
duele cómo se parece
un reflejo a otros reflejos.

Quizás el ojo que indaga
llevado en su apetencia
engendra su penitencia
viéndose en su propia llaga.

Y en cada espejo que encuentro,
que es cada espejo que dejo,
me aterra mi rostro, viejo,
mirándome desde adentro.

29-X-52

(4, enero 1953)

 

Los dioses

Ernesto Mejía Sánchez

Caricias no esperadas, regalos que el azar
del amor ofrece a sus fieles servidores,
pasiones las más limpias y nunca duraderas,
en los ojos de alguien sin sentido y oscuro.
Desvelos de otros hombres y mujeres lascivos,
toda la maravilla que el cuerpo me depara,
el orgullo, el beso del amante, las lenguas
que el divino creador ha saboreado, por
indelebles ojos hacia mí dirigidos. Alguien
que no soy yo me rodea y me nombra. Huyo como
Caín. La mirada de fuego se ha posado en mis
hombros. Y quiero, y no, morir sin conocerla.

(8, mayo 1953)

 

Poeta ignorante

Eugenio de Nora

Conjuro las palabras en la noche,
uno gritos y llanto, pongo en línea
muchos cientos de imágenes, revisto,
como un fusil por dentro, los suspiros.

¡Y ya está! ¡Ya está todo! Este es el orden
de toda mi reserva frente al canto.
Delante están los montes, silencioso
bajo el peso lunar el humo quieto

en las ingles del valle; se adivinan
hombres bajo las ramas, con cuchillos
escribiendo en sus diestras manos;
tantos niños melódicos de lloro...

¿Qué ocurrirá? Yo escucho las pisadas
del regador; los grillos van callando,
y el insecto febril, remotamente,
zumba feroz en la ansiedad del alma.

Voy a partir a conquistar la sombra.
¿Qué ocurrirá? Quiero llegar, tocaros,
ver ojos, tener manos, latir lejos,
y regresar con mundo en las palabras.

Pero la oscuridad es terca. ¡A tientas
qué, qué podré auscultar, pulso de vida!
Apartar unas ramas, y de pronto,
húmedas, sí, ¡de sangre! Tú ¿qué dices?

(10, julio 1953)

 

Alba

Eduardo Jonquières

El mundo se desprende del sueño.
Suenan duramente los huesos
De dos manos que se juntan.
El mundo empieza a divagar por dentro
De su paz, sordo de nuevo a la mudanza.

La sombra calla en el hueco de la arena.
Hay que romper el cerco de la estrella,
Partir la piedra que al caer del viento
Asoma entre dos ríos,
Acuñar un duelo para los meditabundos.

El mundo se desprende del sueño,
Entra en otro sueño, ya despierto.

(11, agosto 1953)