Franz KafkaLas mujeres en los diarios de Kafka (II)

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La muchacha de ojos negros, piernas largas, piel amarillenta, pueril, alegre, atrevida y vivaz. Ve a una amiguita que lleva el sombrero en la mano. “¿Tienes dos cabezas?”. La amiga entiende inmediatamente la broma, en sí bastante pobre, pero vivaz a través de la voz y de toda la diminuta personita que simboliza. Riendo, se lo cuenta a otra amiga, a quien encuentra unos pasos más allá: “¡Me preguntó si tenía dos cabezas!”.

(5 de mayo, 1915)

 

Las dos maravillosas hermanas, Esther y Tilka, como el contraste de una luz encendida y una luz apagada. Sobre todo Tilka es hermosa: tez morena, cetrina, pestañas curvas, largas; profundamente asiática. Ambas llevan chales sobre los hombros. De estatura mediana, más bien baja, y sin embargo parecen erguidas y altas como diosas, una sobre el brazo redondeado del sofá, Tilka en un rincón, en algún asiento indiscernible, tal vez una caja. Semidormido, prolongada aparición de Esther, que mordía un nudo de una cuerda con la pasión que me parece sentir por todo lo espiritual, y se balanceaba enérgicamente en el vacío como el badajo de una campana (recuerdo de un aviso cinematográfico).

Las dos L. La maestrita demoníaca, que también vi en sueños; cómo subía y bajaba volando en una danza furiosa, una especie de danza cosaca pero flotante, sobre un piso de ladrillos pardo oscuro, ligeramente inclinado, rugoso, bajo la luz crepuscular.

(3 de noviembre, 1915)

 

Excepto en Zuckmantel, nunca tuve gran intimidad con ninguna mujer. Sí, también con la suiza de Riva. La primera era una mujer, y yo era inocente; la segunda una niña, y yo era una perfecta confusión.

(6 de julio, 1916)

 

La señorita K. Coqueterías que no concuerdan con su persona. Se mueve, se despereza, señala, hace mohines con los labios, como si se los modelara invisiblemente con los dedos. Sus movimientos repentinos, probablemente nerviosos, pero dirigidos, y siempre sorpresivos; por ejemplo cuando se acomoda la falda sobre las rodillas, cuando cambia de asiento. Su conversación, con pocas palabras y pocas ideas, que no requiere la ayuda de los demás, esencialmente mantenida mediante giros de la cabeza, ademanes, pausas diversas, vivacidad de la mirada; apretando los diminutos puños, si es necesario.

(30 de julio, 1916)

(De: Kafka. Diarios 1914-1923. Volumen II. Buenos Aires: Marymar, 1977. Traducción de J. R. Wilcock).