Tres cuentos chinosTres cuentos chinos

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El muchacho que no tenía papel

Un mozalbete que había tenido la desgracia de perder a su padre, cuando apenas contaba cuatro años de edad, deseaba prepararse para los exámenes; pero su madre vivía miserablemente y no podía comprarle papel, plumas y tinta. El muchacho, cuyo nombre era Jang-su, apuróse mucho a causa de esto y durante algún tiempo no supo qué hacer. Sin poder escribir, no podía estudiar y ¿cómo podría escribir faltándole el papel? Pues en el caso del joven Jang-su se demostró bien pronto que cuando hay voluntad no se tarda en encontrar una solución. El muchacho vivía cerca de la costa, y bajando a la playa con una rama de árbol resolvió el problema trazando sobre la arena las palabras que sobre el papel hubiera trazado.

 

La gran tinaja de agua

Un chiquillo llamado Kwang, que era muy inteligente, porque siempre prestaba atención a sus lecciones, esforzándose en comprender todo lo que observaba, hallábase jugando con varios camaradas cuando uno de ellos se cayó en una tinaja de barro llena de agua. La tinaja era muy grande y ninguno de los niños podía alcanzar a su compañero, que seguramente hubiera perecido ahogado a no ser por la penetración del pequeño Kwang. Éste se daba cuenta de que quien intentara salvar al caído por la boca de la tinaja no sólo fracasaría en su intento, sino que muy probablemente caería también en ella. Por esto, Kwang cogió del suelo una gran piedra que lanzó con toda su fuerza contra la tinaja, y al romperse ésta se escapó el agua rápidamente quedando a salvo el pequeñuelo.

 

El estudiante soñoliento

En la provincia de Tsu vivía un muchacho ansioso de distinguirse en los exámenes, para ser así la gloria de sus padres, y de su pueblo natal. Pero observó que, tras algunas horas de estudio, comenzaba a invadirle una gran somnolencia, que terminaba en un sueño profundo. Esto le apenaba muchísimo, y durante algún tiempo no supo cómo ingeniarse para permanecer despierto. Por fin, se le ocurrió una idea salvadora. Ató una cuerda al extremo de su trenza, sujetando la otra extremidad de aquélla a una viga de techo, de suerte que, si se dormía y daba cabezadas, el tirón de la coleta le despertaría al punto.

(De: El tesoro de la juventud o Enciclopedia de conocimientos. Tomo XVII. Buenos Aires: W. M. Jackson, 1956).