François FénelonUn pasaje de François Fénelon

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Mientras Hasaël y Mentor hablaban, percibimos a los Delfines cubiertos de escamas que parecían de oro y azur. Jugando, levantaban olas espumosas. Cerca de ellos venían los Tritones, que tocaban la trompeta en conchas retorcidas. Todos rodeaban el carro de Anfitrie, tirado por dos caballos marinos, más blancos que la nieve, que hendiendo la onda salada dejaban hasta lejos, tras de sí, un vasto surco en el mar; sus ojos eran inflamados y sus bocas humeantes. El carro de la diosa era una concha de maravillosa figura y de una blancura más deslumbrante que el marfil, con las ruedas de oro. El carro parecía volar sobre las apacibles superficies de las aguas. Una multitud de Ninfas coronadas de flores navegaban reunidas detrás del carro. Sus hermosos cabellos caían sobre sus espaldas y flotaban a merced del viento. La diosa tenía en una mano un cetro de oro para mandar a las olas y con la otra llevaba sobre sus rodillas al pequeño dios Palemón, su hijo, prendido a su pecho. Tenía un rostro sereno y una suave majestad, que hacían huir a los vientos sediciosos y a las negras tempestades. Los Tritones conducían a los caballos y sostenían las doradas riendas. Una gran vela de púrpura flotaba en el aire, semihinchada por el soplo de una multitud de pequeños Céfiros, que se esforzaban por empujarla con sus alientos. Veíase en medio de los aires a Eolo, diligente, ardiente e inquieto. Su rostro arrugado y agrio, su voz amenazante, sus cejas espesas y caídas, sus ojos llenos de fuego sombrío y austero, mantenían en silencio a los fieros Aquilones y sosegaban todas las nubes. Las inmensas ballenas, y todos los monstruos marinos, haciendo con sus narices un flujo y reflujo con la onda amarga, salían apresuradamente de sus profundas grutas para contemplar a la diosa.

(De: Francisco de Salignac de la Motte Fénelon. Aventuras de Telémaco. Versión libre del francés con reseña sobre el autor por J. J. Narvaja César. Buenos Aires, 1945).