Si bien en la antigüedad el habla se consideraba esencialmente como una herramienta para expresar ideas y nada más, hubo notables excepciones que contribuyeron a la posterior creación de una ciencia reflexiva en la que se analizan algunos parámetros de esta capacidad.

El lenguaje adolescente contemporáneo

Se debe admitir que el problema del lenguaje se ha convertido en una preocupación dominante en los últimos años si se compara con la más reciente de las filosofías clásicas que trató cuestiones sobre el mismo tema: el pensamiento hegeliano. La reflexión filosófica del último decenio, especialmente en Francia, se desenvuelve casi exclusivamente en el discurso sobre el discurso mismo.

Si bien en la antigüedad el habla se consideraba esencialmente como una herramienta para expresar ideas y nada más, hubo notables excepciones que contribuyeron a la posterior creación de una ciencia reflexiva en la que se analizan algunos parámetros de esta capacidad. Esta ciencia es la lingüística, método que estudia los fenómenos referentes a la evolución y al desarrollo del lenguaje, su distribución en el mundo y las relaciones existentes entre las distintas lenguas. Ya en las obras de Platón y Aristóteles se perfilan las bases de una ciencia del lenguaje, pero se debe recordar que estos sabios estaban limitados a la estructura del griego clásico y, en consecuencia, las investigaciones surgidas en el viejo mundo de occidente se restringían a las gramáticas grecolatinas.

Debido a que la lingüística ha obtenido ciertos éxitos estableciendo algunos resultados indiscutibles, puede considerarse, en el ámbito científico, el problema del lenguaje como un escollo superado; sin embargo, a la filosofía le tocaría esclarecer aquellos puntos que aún no han podido ser resueltos.

La lingüística ha logrado definir las estructuras del lenguaje, es decir, ha analizado sus elementos y ha establecido las relaciones que tales elementos mantienen entre sí, exponiéndolos en la fonética, la gramática, la sintaxis, etc., pero no ha dado respuesta a una pregunta fundamental: ¿cuál es la naturaleza del lenguaje? Si bien éste se manifiesta como un conjunto de elementos con relaciones mutuas, su característica esencial es el sentido de lo que el sistema significa. Además, desde un punto de vista histórico, no está claro su origen; la falta de hechos y documentación sólo permite una argumentación teórica respecto a los inicios de la comunicación humana.

La importancia del lenguaje crece vertiginosamente si se atiende a una muy posible realidad que está en auge en las concepciones de los científicos de este siglo; físicos, etnólogos, antropólogos, botánicos, neurocirujanos e incluso místicos comprenden que, de alguna manera, el mundo está hecho a partir del lenguaje. Esta proposición, por mucho que sorprenda, coincide con gran parte del pensamiento lingüístico actual y tiene una fundamentación estrictamente científica. En efecto, meticulosos estudios en diferentes campos de la ciencia relacionan esta preocupación del lenguaje con una transformación sensible del universo observable. Misia Landau, antropólogo de la universidad de Boston, afirma: "La revolución lingüística del siglo XX es el reconocimiento de que el lenguaje no es únicamente un instrumento para comunicar conceptos acerca del mundo, sino más bien, en primer lugar, un instrumento para crear al mundo. La realidad no se 'experimenta' o 'refleja' simplemente en el lenguaje, sino por el contrario, es producida por éste."

De cualquier manera, el lenguaje es mucho más que un aspecto de la civilización; es una asociación directa de la conciencia de ser, de pensar, de existir y manifiesta una necesidad de saber, participar, comunicar, etc. Esta necesidad parece responder a un impulso motor inculcado en el ser viviente como un recurso de sobrevivencia. Sin embargo, no está claro si los estímulos que produjeron el habla y sus asociaciones respondieron únicamente a una consecuencia darviniana o si existió una razón más profunda ligada, intrínsecamente, a la conciencia. Si fuera cierta esta posibilidad, el lenguaje estaría impulsando una actividad de otra naturaleza, distinta y anterior a la propia vida orgánica y a sus mecanismos. Lo que ciertamente se puede establecer es la condición inseparable que comparten el lenguaje y la razón; en efecto, es evidente una dependencia recíproca y un modus operandi similar en el manejo de asociaciones comparativas rescatadas de la experiencia, la cultura y demás bloques de información inconscientes que, en definitiva, rigen el comportamiento del hombre.

Cabe señalar que las analogías del "lenguaje" del animal con el humano, cuyas similitudes analiza la psicología comparada, manifiestan un estado rudimentario de la lingüística basado en estímulos visuales (gestos, colores, señales, etc.) y auditivos (gruñidos, silbidos, gritos, etc.). Estas mismas coincidencias indican una tendencia de racionalización animal que, seguramente, fue luego heredada y perfeccionada en el hombre. Pero lo que llama poderosamente la atención es la asombrosa rapidez con que se produjo, en los primeros homínidos evolucionados, la eclosión del lenguaje. Esta germinación aconteció simultáneamente a un desarrollo cerebral. La masa encefálica evolucionó de un peso de 500 gramos hasta alcanzar el peso actual de aproximadamente 1.300 gramos. Este tipo de desarrollos, que se caracteriza por la implicancia de grandes mutaciones en los animales superiores, suele necesitar de períodos prolongados. Muy raramente, estos períodos son inferiores al millón de años y, más a menudo, de unos diez millones. Aun así, en apenas tres millones de años, se llevó a cabo la, para la mayoría de los científicos, inexplicable transformación del homo erectus que data de una fecha que oscila entre hace unos 100 a 150 mil años según los datos resultantes de la investigación paleoantropológica y genética. Algunos investigadores, como Philis Lieberman y Jeffrey T. Laitman, piensan que el lenguaje articulado no pudo aparecer antes del hombre moderno.

Habría que añadir que, si bien el lenguaje es un complejo que tiene por objeto recibir y transmitir información, no puede considerárselo como un sistema estático y acabado; al contrario, las formas de expresión humanas comprenden un organismo indefectiblemente dinámico, sensible a las condicionantes que las determinan. El hecho de que exista todo tipo de diferencias en la inmensa gama de la comunicación se debe, precisamente, a esas condicionantes. No se puede aludir, por lo tanto, a la existencia de un lenguaje humano único y perfecto porque esta denominación estaría implicando una inmutabilidad muy similar al silencio que algunos místicos señalaron como la única explicación del Tao, empero, no estaríamos hablando ya de un vocabulario humano.

Por otra parte, la lingüística no puede abarcar completamente las repercusiones que genera la palabra hablada o escrita en el espíritu humano; la carga significativa que excita a la emoción o induce a la acción pertenece ya a la poética o a la retórica. El lenguaje emotivo que enriquece la obra en el drama, en la poesía y, por qué no, en la música y la pintura (otras formas de expresividad); el ánimo, la decisión o el miedo que despiertan la oratoria y el discurso, conforman, sin lugar a dudas, el objetivo inmediato que persigue el autor. ¿Quién no ha oído hablar de Cicerón, el orador latino que destruyó al conspirador Catilina tan sólo con sus famosas arengas políticas (catilinarias)? ¿Quién puede dudar de la fuerza de la palabra si el mismo Evangelio enseña: "En el principio existía el verbo y el verbo era Dios"? (S. Juan 1).

Es evidente que el objeto de la lingüística es el lenguaje como signo, es decir, como un sustituto simbólico de la realidad y no el del lenguaje como señal, es decir, como un estímulo capaz de desencadenar una reacción emotiva o activa. Lo que pretendo haciendo esta distinción es dar una idea de la amplitud del lenguaje y su significación, que acarrea, indiscutiblemente, una reacción, y que, por lo tanto, no se alcanza a definir con la semiología y ni siquiera con la lingüística.

Corresponde, entonces, si se pretende lograr un juicio medianamente objetivo del desarrollo contemporáneo del lenguaje en nuestro país, determinar las funciones prioritarias que cumple el atributo de la comunicación, en general, teniendo en cuenta la relativa libertad humana, en particular. Como ya hemos visto son muchos los factores que determinan el idioma, la cultura y demás características que convierten, al lenguaje, en un área fecunda y fluctuante que viaja desde la jerga, usada por grupos individuales, hasta las más sutiles formas de expresión artística nacidas, según el eminente médico austríaco Sigmund Freud, de las oscuras aguas del inconsciente humano. Algunas de estas condicionantes, que diversifican las formas de la lengua y la semántica, son evidentes: época, lugar geográfico, cultura individual, clase social, profesión y religión del sujeto, etc. Existen, también, otras disposiciones más difíciles de identificar que, no obstante, forman el bloque rector de mayor importancia; me estoy refiriendo a los fenómenos de naturaleza inconsciente que rigen la conducta del hombre y que, en última instancia, gobiernan, entre otras cosas, la expresión humana desde el recóndito mundo subyacente y responsable de los orígenes psíquicos del lenguaje.

Para comprender la incidencia del lenguaje en la imagen del universo, es decir, en nuestra realidad existencial y de la forma en que, a su vez, el mismo es afectado por ésta, propongo exponer un breve análisis de los modelos de pensamiento oriental y occidental. Este análisis intentará demostrar que la relación es válida y que, por ende, no se puede ignorar la equivalencia existente entre esta propiedad filológica del hombre, el pensamiento y la visión general del mundo que nos rodea.