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Dino Campana (1885-1932): Cantos órficos

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Dino CampanaA manera de epílogo
Artículo de Curzio Malaparte (1898-1957) acerca de Dino Campana
Aparecido en Milán el 7 de mayo de 2002

Traducción: Wilfredo Carrizales

Dino nace el 20 de agosto en Marradi, un pequeño campo en la provincia de Firenze, en el confín con la Romaña. “La mañana sonríe sobre la cima de los montes. En lo alto sobre las cúspides de un triángulo desolado se ilumina el castillo, más alto y más lejano. Venus pasa en carro acurrucada por la carretera conventual”.

Aunque la prosa de Campana es pura poesía, pura y disonante como bronce de campana, como el vacío de la noche, agujero negro que chupa su espíritu tan necesitado de ser reconocido, como enfermo, como persona, como poeta. El amor en los poetas es linfa vital, para la naturaleza, para la mujer, para el cosmos, para él es hambre devorante... El amor lo conoce tarde, poco, desprevenido y con el alma en desorden. Sibilla Aleramo lo amó por su talento, por la verdad que le inspiraba, incapaz, al final, de contener tanto dolor.

El derecho de persona le fue negado bien pronto en la incomprensión familiar, en la educación represiva del colegio, de un vicio de poeta que no se adapta a las reglas del mundo, que arrolla lo que encuentra, como la crecida de un río. Todo esto lo llevó, rebelde y desesperado, a las huidas, retornos, viajes, ilusiones, quimeras, prostitutas, visiones delirantes, ingresos en los manicomios.

Como poeta fue reconocido después del internamiento definitivo en el manicomio, después de la muerte. El texto de los “Cantos Órficos”, confiado a Papini y Soffici, fue perdido y él lo reconstruyó con la fatiga y la furia de un gigante que no teme recomponer la propia imagen. En su locura de poeta emergieron visiones nocturnas, de un día que se precipita rápidamente en la melancolía de la noche, en el temblor nocturno, en la oscuridad del espíritu.

Génova hizo comprender mejor la intensidad, la plenitud, la simbiosis afectiva que Dino experimenta en las confrontaciones de un mundo que no se arriesga a separarse de sí y que le es hostil. El Poeta y Génova están estrechados en un abrazo, nunca la ciudad fue cantada de aquel modo tan íntimo que parece obsceno.

La pureza deriva de Campana de una infantil, fallida mediación con la realidad que lo circunda. El solo instrumento es la palabra, incomprendida, rechazada, escondida (el manuscrito perdido, sus versos recompuestos en un desván en 1931) que quedó incontaminada precisamente porque no fue usada, no fue explotada. Perla de una ostra que el hado ha vuelto aislada, encerrada. La poesía no tolera reclusiones, el canto es liberación de los afanes, es deseo, es sueño, recuerdo, futuro que fluye y ahora la palabra constreñida al silencio de Dino Campana, si se desprende y se alza como grito, como hoja, como luna eléctrica, como pura energía poética.

“Oh Poesía poesía poesía
Surge, surge, surge
Sobre, en la fiebre eléctrica del adoquinado nocturno
Desenfrénate en las clásicas siluetas equívocas
Escúrrete en el disparo y en el grito improvisado...”

La poesía se desarrolla en un “eterno presente”, incapaz de historizar la vida interior, el Poeta, del primero al último verso, revela una igual grandeza y tensión. La experiencia no se arriesga a colocarse, a integrarse sobre un fundamento cierto y seguro, son experimentadas separadamente, como relámpagos de luz, esquirlas de dolor. Los fragmentos de la poética están tejidos, conservados juntos con el sublime lenguaje, casi fuerza primigenia que lo contiene, con armonía.