Francés
René Char
La fuente narrativa

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Prefacio y traducción: Wilfredo Carrizales
    Ilustración: collage de Pedro Holder

René Char

René Char siempre amó vivir al margen de la sociedad. Le gustaba trabar amistad con los “matinaux”, rompedores del alba o de la aurora, suerte de vagabundos que transcurrían sus vidas al ritmo de los días y las estaciones.

Había nacido René Char el 14 de junio de 1907 en L’Isle-sur-la-Sorgue en Provenza, sureste de Francia. El 20 de febrero de 1928 aparecen sus primeros poemas en las “Ediciones Rojo y Negro”, bajo el título Las campanas sobre el corazón, escritos entre los quince y los veinte años. Al año siguiente se adhiere al movimiento surrealista. Cuenta por entonces con veintidós años y la mayor parte de los poetas —Aragon, Eluard, Breton— rondaban los treinta. Yo era un rebelde y buscaba a los hermanos: yo estaba solo en L’Isle, salvo la amistad de Francis Curel que tenía la imaginación nocturna.

En 1934, él reafirma su independencia. Su obra llega a ser la de un solitario que no acepta ningún compromiso. Ella testimonia su insumisión ante las agresiones del mundo. Char fue un hombre de acción. En 1937 dedica su Placard para un camino de los escolares a los niños de España. Su estadía en Alsacia le va a permitir introducir en su poesía la penumbra de los bosques, la nieve voluptuosa. Desmovilizado en 1940, él ingresará, sin embargo, a la Resistencia bajo el nombre de guerra de “capitán Alejandro”, de 1942 a 1944. La vida dura, subterránea, de los maquis de los Bajos Alpes será consignada después en Hojas de Hypnos (1946): afronta la muerte y la traición, un regreso hacia la vida de las cavernas, sumergido en una noche que sólo ilumina la bujía de Georges de La Tour, amistad fantástica. Después de la Liberación se edita Solos permaneciendo, resumen de los tiempos de la guerra, seguido de Poema pulverizado (1947), de Furor y misterio (1948) y Les matinaux (1950) que son misión para despertar, y da una oportunidad para salir de la reclusión, a los miles de arroyos de la vida diurna.

Introduce Char la vivacidad de una poesía oral que se hunde en la tradición de los contadores de cuentos provenzales: aquellos lúcidos trashumantes. Después de 1950 la vida de Char, al lado de Ivonne Zervos, se hizo más invisible, pero se enriqueció con el reencuentro con los aliados sustanciales de la pintura (Braque, Staël, Miró, Vieira da Silva) y filósofos y pensadores (Beaufret, Heidegger, Bataille, Camus, Blanchot).

Sus plaquettes publicadas fueron reunidas por Gallimard: La palabra en archipiélago (1962), El desnudo perdido (1971), La noche talismánica (1971), testimonios de una época de insomnios habitada por los ensayos acerca de pintura; Aromas cazadores (1976), donde intenta trazar un tercer espacio, cuando el espacio íntimo y el espacio exterior son subvertidos, destruidos; Cantos de la Balandrana (1977); Ventanas durmientes y puerta sobre el tejado (1979), donde la áspera denuncia de las utopías sangrantes del siglo XX alterna con el despertar de las ventanas de los pintores; en Las vecindades de Van Gogh (1985), el sentimiento de la proximidad de la muerte rinde una ternura reavivada para salvar al mundo con sus más minúsculos despertadores: Ahora que nosotros estamos liberados de la esperanza y que la velada refresca... aguzanieve, ¡feliz fiesta!

En la obra de Char la imagen paradojal del poema es la más resistente y toma diversas formas: aforismos que no limitan a la metáfora, sin tutela, poemas versificados al ritmo de marcha, poemas en prosa donde el sujeto se integra a una materia resistente, se anuda a la sintaxis, teatro bajo la floresta donde la palabra se aligera para el vuelo y se cambia y muta y permuta.

La poesía, colocada entre el furor y el misterio, entre la fragmentación de una energía dislocante y la continuidad de esta inmensidad, esta densidad realmente hecha para nosotros y que con todas las partes, no divinamente, nos mojan y nos hacen gravitar alrededor de cualquier elemento central. Así la contradicción, de la obra con la naturaleza, la historia, la lengua y la animación de la lucha de los leales adversarios, lámpara y viento, serpiente y pájaro, roca y tormenta, luz y defensa, abeja y virtud... Estas exaltadas alianzas de los contrarios producen la agitación de lo real que le permite al poeta, “pasador” y “transeúnte”, atravesar los altos estrechos; imantada por lo desconocido de adelante que aclara y pulveriza el presente, esta poesía que no ha cesado de afirmar un “contraterror”, constituye el anuncio del estallido de las ataduras del hombre, aprisionado en sus intolerancias, opuesto al avasallamiento de los sitios que hacen surgir la muerte. Imperiosa y tierna, nube y diamante, la poesía de Char también danza en los espacios cósmicos con un canto de grillo o de cigarra. El poeta recurre a la apelación, siempre casada con cualquiera, cimentada sobre una presencia común, un presente común que hace pasar, en conjunto, a los seres hacia el porvenir, con viático de esperanza de “lo inesperado”. Ella, su poesía, prosigue, sin interrupción, por la realidad y en la tierra. Char estaba enraizado en su país natal y se inspiró abundantemente en Provenza, en sus piedras, en su flora y su fauna, en sus vientos. Pero esa costa bucólica no es más que la apariencia de una búsqueda siempre asaz rigurosa de su estado del hombre. Este élan absurdo de los cuerpos y del alma; esta bala de cañón que alcanza el blanco en el hecho del estallido, sí, ¡está bien la vida de un hombre! No se puede, al salir de la infancia, indefinidamente estrangular su proximidad.

En La fuente narrativa está el fermento que se desplegó a través de Hojas de Hypnos. Las formas son las mismas; los poemas, en prosa, largos o pequeños. El molde axiomático o aforístico.

A los lectores de la poesía de René Char (especialmente Furor y misterio) les está reservado el descubrimiento de un vocabulario que delinea el retrato de un hombre (un poeta). Voluntarioso, enérgico, tenso por la impaciencia, trémulo, con una fuerza considerable y casi animal. No le provoca nada más que la inmovilidad (es decir: la aceptación, el statu quo, la resignación). Así se explica ese vocabulario, esas imágenes en movimiento. El movimiento no flexible: insinuante. Pero rápido, fuerte, violento, incluso brutal. El poeta proyecta su voz hacia nosotros y hacia sí mismo. Constata que los hombres malogran a menudo los frutos de los sabios y de los humildes. Ante el poeta se manifiestan los espectáculos del mundo y él los amasa con el sudor terreno y los lanza al cielo para que se distribuyan en los nichos que oyen.

Por temperamento, René Char creó imágenes paroxísticas, cuadros de sangre y luz, para enfrentar a los colores enemigos. También paisajes megalíticos, la carnalidad en erupción, rostros y cuerpos atormentados, situaciones de una hostilidad general. Su poesía posee un acento acuciante, de oráculo, de apóstrofes, de invocaciones e interpelaciones y que se ha elevado a ella misma hasta una familiar altura y especial nobleza y que existe, sobre todo, en la expresión concisa, en la síntesis y en el más fiel laconismo. Su poesía no es una poesía fácil. Sus dificultades muchas veces están en nosotros, debido a nuestros viejos hábitos de ver y a nuestra resistencia a imaginar y volcar lo establecido. Hay que leer y releer para, poco a poco, sentir en nosotros la debacle de antiguos diques y para que la pereza a soñar se torne un cántaro de astros espejeantes.

René Char contó tanto con enemigos irreductibles como con amigos fieles. Algunos le reprocharon haber contribuido a la edificación de su propia estatua; otros vieron en él a un mistificador que abusó de las seducciones del hermetismo para deslumbrar a los universitarios ávidos de misterios y de vanguardia.

El poeta murió de una crisis cardiaca el 19 de febrero de 1988. En mayo del mismo año apareció una colección de poemas titulada Elogio de una sospechosa.

En junio de 2007 se cumplió el centenario del nacimiento de René Char. Tanto en L’Isle-sur-la-Sorgue como en Aviñón, París y Alsacia se realizaron coloquios, lecturas y conversaciones sobre su obra y su vida. Se recordó que también había sido pintor.

La traducción de los nueve poemas de La fuente narrativa (perteneciente al libro Furor y misterio [1948]) que aquí se ofrece, junto con algunas citas del propio poeta, pretende ser un sencillo homenaje a René Char en el año cuando se alcanzó los cien de su natalicio.