Francés
Alejandra PizarnikLa traducción
como reescritura
en La Condesa Sangrienta
de Alejandra Pizarnik

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1. ¿Plagio o intertextualidad?1

La obra visible que ha dejado esta escritora es de fácil y breve enumeración. Sus auténticos amigos han visto con alarma ese catálogo y aun con cierta tristeza. He dicho que la obra visible de Pizarnik es fácilmente numerable. Examinado con esmero su archivo particular, he verificado que consta de las obras que siguen:

  1. En un ligero volumen de veintidós páginas y dieciocho centímetros de envergadura, Pizarnik concentra los textos de La última inocencia (Buenos Aires, Ediciones Poesía, 1956. Reeditado en 1976 por Ed. Botella al Mar, junto con Las aventuras perdidas).
  2. Con un título alegórico, llega a los lectores la nueva obra de Alejandra, Las aventuras perdidas (Buenos Aires, Altamar, 1958).
  3. La rama editorial de la revista Sur publica este año Árbol de Diana (Buenos Aires, Sur, 1962).
  4. Se edita el poemario Los trabajos y las noches (Buenos Aires, Sudamericana, 1965).
  5. Extracción de la piedra de locura (Buenos Aires, Sudamericana, 1968).
  6. Nombres y figuras (Barcelona, Colección La Esquina, 1969).
  7. El infierno musical (Buenos Aires, Siglo XXI Argentina, 1971).
  8. Los pequeños cantos (Caracas: Árbol de Fuego, 1971).

Hasta aquí la obra visible de Pizarnik, en su orden cronológico. Paso ahora a la otra: la subterránea, la interminablemente heroica, la impar. También, ¡ay de las posibilidades del hombre!, la inconclusa. Pizarnik no quería componer “otra” Comtesse Sanglante —lo cual es fácil— sino “La” Comtesse Sanglante. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran —palabra por palabra y línea por línea— con las de Valentine Penrose. El método inicial que imaginó era relativamente sencillo: conocer bien el francés, recuperar la imaginaria surrealista, olvidar la historia de la Europa en guerra, ser Valentine Penrose. Pizarnik estudió ese procedimiento pero lo descartó por fácil. ¡Más bien por imposible! dirá el lector. De acuerdo, pero la empresa era de antemano imposible y de todos los medios imposibles para llevarla a término, éste era el menos interesante. Ser, de alguna manera, Penrose, y llegar a la Comtesse Sanglante, le pareció menos arduo —­por consiguiente, menos interesante— que seguir siendo Pizarnik y llegar a la Comtesse Sanglante a través de las experiencias de Pizarnik. “Mi empresa no es difícil, esencialmente”, leo en otro lugar de la carta que Pizarnik me escribió: “Me bastaría ser inmortal para llevarla a cabo”.

¿Por qué precisamente La Comtesse Sanglante? dirá nuestro lector. La carta precitada ilumina el punto. “La Comtesse Sanglante”, aclara Pizarnik, “me interesa profundamente, pero no me parece ¿cómo lo diré? inevitable. Mi solitario juego está gobernado por dos leyes polares. La primera me permite ensayar variantes de tipo formal o psicológico; la segunda me obliga a sacrificarlas al texto ‘original’ y a razonar de un modo irrefutable esa aniquilación... A esas trabas artificiales hay que sumar otra, congénita. A pesar de esos tres obstáculos, la fragmentaria Comtesse Sanglante de Pizarnik es más sutil que en Penrose. El texto de Pizarnik y el de Penrose son verbalmente idénticos, pero el segundo es casi infinitamente más rico. (Más ambiguo, dirán sus detractores; pero la ambigüedad es una riqueza).

Es una revelación cotejar La Comtesse Sanglante de Pizarnik con la de Penrose. La escritora argentina, por ejemplo, escribió:

Envíame noventa gatos, pues tú eres la suprema soberana de los gatos. Ordénales que se reúnan viniendo de todos los lugares donde moran, de las montañas, de las aguas, de los ríos, del agua de los techos y del agua de los océanos. Diles que vengan rápido a morder el corazón de... y también el corazón de... y el de... Que desgarren y muerdan, también, el corazón de Megyery el Rojo. Y guarda a Erzébet de todo mal.2

Penrose, en cambio, escribe:

Envíame noventa gatos, pues tú eres la suprema soberana de los gatos. Ordénales que se reúnan viniendo de todos los lugares donde moran, de las montañas, de las aguas, de los ríos, del agua de los techos y del agua de los océanos. Diles que vengan rápido a morder el corazón de... y también el corazón de... y el de... Que desgarren y muerdan, también, el corazón de Megyery el Rojo. Y guarda a Erzébet de todo mal.3

No hay ejercicio intelectual que no sea finalmente inútil. Una doctrina es al principio una descripción verosímil del universo. He reflexionado que es lícito ver en La Comtesse Sanglante “final” una especie de palimpsesto, en el que deben traslucirse los rastros —tenues pero no indescifrables— de la “previa” escritura de nuestra amiga. Desgraciadamente, sólo una segunda Pizarnik, invirtiendo el trabajo de la anterior, podría exhumar y resucitar esas Troyas...

Pizarnik (acaso sin quererlo) ha enriquecido mediante una técnica nueva el arte detenido y rudimentario de la lectura: la técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas.

 


  1. El texto ha sido armado con fragmentos del cuento de Borges “Pierre Menard, autor del Quijote”, en Obras completas, Buenos Aires, Emecé Editores, 1974, pp. 444-450.
  2. Pizarnik, Alejandra, Prosa completa. Barcelona, Lumen, 2002, p. 292.
  3. Penrose, Valentine, La Condesa Sangrienta. Madrid, Siruela, 1987, 108.