Alberto Hernández
despojarse de nuevo
de los pasos
en huida
hacia
la ventana
donde una mueca
sirve
para iniciar la búsqueda
otras palabras
son vocablos perdidos
insomne
acosado
vuelvo al poema
—no verte—
temo a mis espaldas
vuelve al espejo
donde
el tiempo
aquel interior intacto
es vértigo
y espera
Ligia se debate entre la vida y la danza del vientre allá en la otra habitación. Un amago de la tarde para decir que esta manera de contemplar el silencio es el mismo aire que circula por el cuerpo de la bailarina de ombligo pentagonal
Ella, la única que ha logrado ver más allá de cierta sintaxis, es capaz de entender que para pensar el texto —el poema— hay que levitar entre la ansiedad y el aguacero,
y dejar correr los humores por la alfombra nueva, donde el paso de ganso moja con agua de ginebra
Que sobre esa tela navegan los pies de esa mujer
no logramos ver el espejo
en el espejo somos los mismos animales
la mentira nos anima
a recoger el reloj
ciertas horas vacías
y el canto del pájaro
la cama tibia
y los rostros dormidos
hasta la siguiente ronda
de amenazas
rostros
pasan sobre la calle
—construimos
con memoria cansada—
el fuego la hornilla
el olor
—y vemos el lugar dejado
atrás—
una palabra confusa
abandona la otra boca
(a Laura Antillano)
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