Especial: Adiós a Jorge Enrique Adoum
La vasija enorme de Jorge Enrique Adoum
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Jorge Enrique Adoum nos había acostumbrado a su inmortalidad física porque ya pertenecía al inventario geográfico, natural, cultural e histórico de Ecuador y América Latina. Ha vuelto el poeta a la vasija de barro junto con su entrañable amigo, el pintor Oswaldo Guayasamín, que un día se nos quedó en un aeropuerto de Estados Unidos. La vasija de barro es de una materia noble, absolutamente terrena y digna. Desde el fondo de la tierra, su voz y poesía nos seguirá hablando de su compromiso con la gente y la vida. Un poeta no es más que sus palabras y consecuencias, finalmente, siempre vuelve al principio. Adoum es un poeta telúrico, vivencial, del amor, de las causas sociales, de la vida que abandonó por razones y causas mayores, ajenas a su voluntad.

Viajero inagotable y animador de tertulias y foros literarios, Adoum concluyó su carrera como abogado en Chile y por dos años fue secretario de Pablo Neruda. Estuvo aquí y allá en medio de las grandes agitaciones políticas de su época y no se conformó con escribir poesía, sino se comprometió con la historia y su tiempo. El poeta miró los cuatro colores opacos de la realidad

Poeta, ensayista, novelista, crítico, político y diplomático, autor de una vasta y profunda y variada obra, amó la vida y el amor, soñó por todo el Ecuador. Su primera época poética, como suele corresponder a la poesía joven, se armó bajo el paraguas nerudiano. Pero es notable, con el tiempo, cómo Jorge Enrique Adoum trabajó, con sus propias palabras e historia, el lenguaje que le caracterizó. No podía ser de otra manera, un poeta busca su propio nicho mucho antes de morir. Un poeta vive su propia historia y sobrevive su propia vida por cuenta y riesgo propios. Batalló por las causas de los más desfavorecidos, pero no se panfleteó. Fue nerudiano y cortazariano (Ecuador amargo... Entre Marx y una mujer desnuda) y mucho más, sin duda, porque fue él mismo. Trabajó con todos los olvidos de Nuestra América. Ese es nuestro trabajo, digo, en la Gran Casa de la Poesía.

Con su libro Los cuadernos de la tierra obtuvo el Premio Nacional de Poesía del Ecuador en 1952. A partir de allí, se convertiría en un poeta emblemático en el Ecuador, siempre nombrado, antologado, citado y referencia obligada para las nuevas generaciones.

Con su mirada egipcia, donde el destino era el presente, siempre se instaló en la realidad y vivió la época dura de los pasos cambiados en América Latina. Un poeta verdadero siempre se sale de sus cauces y Adoum fue uno de ellos, experimentó en la vanguardia.

Y ahí, bajo un pino, que llamaron sus dolientes el Árbol de la Vida, reposa a la derecha de Guayasamín, el pintor del horror y la salvación indo-mestiza, de esos rostros y manos que salen de los cuerpos de América. Presintió la muerte en el día de su cumpleaños, hace unos días, aunque estaba en perfectas condiciones, contó su mujer Nicole. Cosa de poetas.

 

Recuerdo de la bella

después de añísimos de quizases talveces ojalases
no quedan sino porqués nuncamases y tampocos
ya jamásmente la ísima
ya sólo la escorpiona
parasiempremente no sida
el puro postamor casi inamor amortajado
en la subalma o la desvida
diciembremente terminado

JEA

Despedida y no, por Augusto Rodríguez
La vasija enorme de Jorge Enrique Adoum, por Rolando Gabrielli