Especial • Centenario de Miguel Hernández
Miguel HernándezDos poemas en homenaje a Miguel Hernández

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Mesa con cebollas

“Todas las casas son ojos
que resplandecen y acechan...”

M. Hernández.

I

La usura salda a veces
las cuentas con el rito
al aflorar del suelo
lo enterrado.

Mira
su rostro familiar de surcos,
libre y noble sonríe
ofreciéndonos paz de bienvenida.
Ya sin las negras huellas
sobre el hielo,
puertas hacia la luz
clara y diurna,
con su vaivén de arrullo nos reciben
sobrias sobre la mesa las cebollas.

Capa a capa desvelan
su envoltura de tierra,
su desnudez de escarcha.
Quebradizas esferas,
puras como la nieve
en esta hora
en que atrapas instantes
y recorres con ojos
despiertos y esenciales,
un libro abierto al tiempo,
como un soplo de vida
que acunó desventuras.

 

II

Traslúcidas preservan esa imagen
del sueño transparente
que una vez fue
trocado en pesadilla.

Conmueve,
este dolor sin voz de los presagios
cuando se sabe que el aire encendido
destruyó lo más limpio y lo más noble
que arropa al ser humano.

Fluyen y están ahí,
de un salobre sabor
nunca fingido,
humilde testimonio
casi sacrificial
en su palpitación
de soliloquio.
Tiemblan los ojos,
y se enrasan,
tiemblan,
cuando ojeo estas cebollas,
les doy una ojeada:

Las hojeo,
como se leen los versos
que alumbran la intrahistoria
al margen de los brazos
tibios de la ternura.

Como un milagro súbito,
desgarrado e hiriente,
me hacen sentir físicamente el frío;
los estragos del hambre,
de las desolaciones...
Son páginas que guardan
el llanto de la noche sin consuelo,

el azufre del viento de los aciagos días
mezclado en la cadencia,
desesperada y dulce,
de una nana que agita
los silencios del mundo.

 

Patio con higuera

“Todas las casas son brazos
que se empujan y se estrechan”.

M. Hernández.

Seduce este volver sin abandonos.
Prolonga la mañana sobre esta luz herida
la pasión transitada,
forjando gota a gota su elegía.

Si el cuerpo permanece entre barrotes
cruda es la libertad de la palabra,
al final vencedora de tanta luminaria,
ofuscación perpetua de dogmas y proclamas...

(Lo que se sabe derrotado siempre
vocifera victorias)

Torso del hombre, hoguera de secretos
latidos incrustados donde apoyar la frente
convictos sobre el aire la sombra y la sospecha.

Espacios de la ausencia,
un pensamiento guarda
lo que ensancha la fuga.
Dureza extrema, transparente verbo,
augural energía que sostiene
este pulso latente de la higuera,
reiterativa sombra de lo que no se advierte
y alerta permanece tras la corazonada
que dispuso el silencio.
Sangradura del tacto,
volcando sobre el tiempo este desfogue
de un pacto con la luna
que es perita en lealtades.
Tras la amarga raíz premonitoria,
trama la savia su paciente anhelo
deslizando su luz ennoblecida
por la tinta secreta que los frutos esparcen
en su ritmo constante,
como el perenne ciclo
que arrostrara un destino.
Una incisión, cumplida la frescura
de lo que pese a todo prevalece;
el verdor como un cuerpo
que retoña en palabras
en la ascensión vital de su estatura.

Nos herirá el asombro
más allá de un adentro estremecido
nos herirá el asombro;
el frescor de la lluvia
deslizándose vivo entre las hojas,
o sobre las pasiones,
lavando las heridas
que lentas cicatrizan sobre los algodones
o entre las azucenas.
Sobre inútiles rejas
por donde el verbo escapa
por sus fueros al alba
con la vida aguardando,
como entonces y ahora,
las palabras que cantan:
lo que el viento no olvida.