Portugués
Carlos Drummond de Andrade
Subsidios para un retrato del poeta
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Liminar, traducción y notas: Wilfredo Carrizales

Carlos Drummond de Andrade
Fotografía de M.G.E. en la casa da rua Joaquim Nabuco, Río de Janeiro, 1951.
Carlos Drummond de Andrade
Subsidios para un retrato del poeta
José Alberto Braga

Cierto final de una tarde de un día lluvioso, un rapaz de veinte años seguía de cerca a un señor magro, larguirucho y algo seráfico, que caminaba con la cabeza baja, envuelto en las brumas del pensamiento. Allá caminaba el señor de traje oscuro, el paraguas abierto y con un pequeño bulto blanco, que se equilibraba al balancearse, preso en un hilo cuasi imperceptible. El señor de carnes magras y de mirar vago, un tanto angelical también, parecía levitar en el medio de la henchida agua. No miraba para los lados, no veía a nadie. Parecía seguir una ruta propia, imperceptible para el resto de los mortales. El joven siguiólo por casi toda la avenida Rio Branco. Casi al fin de la vía, el hombre magro desapareció; “se hizo anónimo” en la multitud de aquel final de una sofocante tarde carioca. El rapaz aun recorrió con la vista, de un “zoom”, pero no lo vio más. Tanta gente y un poeta, un poeta y tanta gente y, en el mar humano, anotó el rapaz, ninguno consiguió identificar al poeta de Itabira, aquel hombrecillo del paquete blanco. El automóvil no paró, la vida tampoco y el adolescente se juró a sí mismo poner un día en el papel este desencuentro del poeta con su gente, con la vida común, finalmente. Promesa cumplida.

Carlos Drummond de Andrade, cuasi anónimo en sí mismo, no sólo pasaba desapercibido en la labor literaria, ya se tratase de poemas, crónicas, aforismos, dibujos o cartas. Las misivas fueron decenas, porque el poeta consideraba una ofensa no responder las millares de cartas de los lectores y de centenas de poetas más o menos esforzados, deseosos de recibir, a vuelta de correo, un adjetivo que impulsase un comienzo de carrera.

En el perfil esbozado por cronistas apresurados, sobresale el poeta solo, el versificador introspectivo, casi siempre esquivo a la entrevista o la buena prosa. Pero es una falsa imagen, o por lo menos un retrato parcial, finalmente poco profundo. Drummond parecía usar un misterioso escudo mágico que blandía para alejar a los curiosos de superficialidades. Su aire tímido, un tanto ausente también, funcionaba como un antídoto para las falsas intimidades. Mas ese era un Drummond, porque existían otros, y uno de ellos no rehusaba el carioquísimo “bate-papo”1 con los amigos. Llegó a ser famoso el “Sabadoyle”, neologismo creado por Raúl Bopp, porque se llevaba a cabo los sábados en la casa de Plínio Doyle, en el predio 7 de la Rua Barao de Jaguaribe, Río de Janeiro. El Sabadoyle reunía una singular cofradía compuesta por una decena de escritores, entre los cuales Alphonsus de Guimaraes Filho, Pedro Nava, Homero Homem, Afonso Arinos, Joaquim Inojosa y el crítico literario Wilson Martins. El encuentro de los sábados nació un cierto día, cuando Carlos Drummond de Andrade resolvió consultar libros y revistas en la magnífica biblioteca de Plínio Doyle. La cofradía tenía como menú la palabra, y la conversación era alimentada únicamente con bizcochos y cafecitos. Testigos oculares de la historia de Sabadoyle ratifican a Drummond como uno de los dos mayores entusiastas de aquel entretenimiento sin compromiso. Buena parte de las frases y los aforismos del poeta pueden ser explicados por ese trasvasar del conjunto de frases, aquí y allí recuperado para las crónicas que escribía regularmente en el Jornal do Brasil.

Hoy se tiene la legítima sospecha de que Drummond fomentaba su propia soledad para de ella extraer los poemas plenos de angustia y de metafísica. Solitario, sí, mas nunca alejado de la vida o de las gentes de su tiempo. Los más recientes biógrafos escarbaron en sus pasos y descubrieron una vida amorosa paralela, o que, aparentemente, no casaba con aquel señor burgués de aire circunspecto. Una nueva faceta aguzó el apetito de los editores que, sumergidos en el generoso baúl de los inéditos, encontraron versos eróticos para aclamar los placeres del cuerpo, vertidos para un libro reciente, de nombre El amor natural, editado sin su presencia. Voluptuosidad, audacia e irreverencia se vierten en los versos de Drummond que, rápidamente, abandona la fama de hombre tímido para exaltar el encuentro de los cuerpos por la vía de la sensualidad. Hechos en homenaje a un amor “prohibido”, los versos mantienen el compromiso con una originalidad y una parsimonia y, en ellos, el poeta minero hace cuestión de mantener una cierta contención en los versos algo eróticos: “Lo que pasa en la cama es secreto de quien ama”, señala el poeta a los más curiosos.

Una otra paradoja de Drummond surge en la leyenda de haber sido un escritor opuesto a las entrevistas, a dar opiniones políticas o de firmar manifiestos. Esta afirmación no corresponde del todo a la realidad, la prueba es que él concedió una serie de entrevistas importantes, principalmente en los últimos años de su vida, muchas de ellas para azotar a la dictadura militar, y no se refutó en las memorias y en la reminiscencia, dando testimonios del tiempo y de sí propio a los eventuales interesados. Lo que Drummond no hacía era alarde de sus convicciones y, como hablaba en un tono de voz bajo, su opinión pasaba muchas veces desapercibida al lado de los sectores mediáticos.

Se puede decir que en la obra de Drummond coexisten el entusiasmo y la desesperanza de su tiempo. En sus versos sigue un modernismo salido de la fase más eufórica, sin rechazar las vertientes sociales y metafísicas, trabajadas obsesivamente en el sumar de las palabras. La claridad es un imperativo que se coloca a sí mismo. La objetividad de la forma y de la idea, asimismo cuando se sumerge en reflexiones algo subjetivas, son perseguidas obsesivamente por el escritor.

Drummond debutó con libro en 1930. Ya en su primera obra, Alguma poesia (1930), el autor revela una timidez, mas también el “gauchismo”, no fue por ahí que llegaría a ser famoso, especialmente en la primera mitad de su trabajo, como en “Poema de siete faces”: “Cuando nací, un ángel tuerto de esos que viven en la sombra dijo: ‘¡Ve, Carlos! Ser gaucho en la vida’. Carlos fui, mas contemporizaba su rebeldía con un empleo de funcionario público, en el Ministerio de Educación”.

Como poeta, él integró el movimiento literario modernista por el grupo de Belo Horizonte, con Emilio Moura, Abgar Renault, Pedro Nava y otros. En calidad de periodista, editó con sus compañeros de generación A Revista (1925-1926), primera publicación modernista mineira, fue redactor-jefe del Diário de Minas y redactor de Estado de Minas, después del Diário da Tarde, y colaboró en diversas revistas cariocas.

En calidad de cronista, forma que mucho apreciaba, Drummond escribió en el Diário da Manha, Río de Janeiro, entre 1954 y 1968, una crónica llamada “Imágenes”, en que hablaba del día a día, de la realidad cotidiana o de la condición del hombre y del mundo. Es de esa época el personaje imaginario de Joao Brandao, el cual captaba situaciones y circunstancias, vertidas en comentarios y muchos aforismos. Tres veces por semana, hasta poco antes de morir, Drummond mantuvo una crónica en prosa o en verso en el conocido “Cuaderno B” del Jornal do Brasil. Jubilado del servicio público en 1962, después de 35 años de servicio, Drummond, en calidad de secretario, colaboró con su amigo Gustavo Capanema, entonces ministro de Educación.

Mas es un poeta, Drummond, que brota encima de todos los hombres. Después de Pessoa es suyo el título de mayor poeta contemporáneo en el mundo de expresión portuguesa. Como señal, los dos se tocan en múltiples aspectos y, de modo esencial, en el mirar desencantado del mundo. “Finjo la alegría que no tengo”, decía el hombre de Itabira. El poeta es un fingidor, mas finge tan completamente que envuelve la platea, de la lágrima a la risa. No sorprende, por tanto, que el escritor revele su fascinación por la figura de Charlot, otro personaje “gaucho” y solitario. Y a través del payaso él redime la esperanza: “Viejo Chaplin, la vida está apenas alboreando y los niños del mundo te saludan”.

El poeta enfrenta la problemática del destino, y el ejemplo de Dante o de Poe se sumerge en el misterio de la vida. “El mundo no vale el mundo”, versifica desesperado el escritor, para luego cuestionar su validez en cuanto escritor: “Y ya no sé si es juego, o si poesía”, se desahogaba.

Las palabras, en Drummond, son encantatorias. Nos encontramos frente a un poeta de recursos semánticos, palabras de pura abstracción, donde es raro el adjetivo y donde la sorpresa espera al lector, verso a verso. En él es común la repetición, nunca para adjetivar, sino para cadenciar, para subvertir la idea y la eventual acomodación a la lectura. Es famoso su verso: “En el medio del camino tenía una piedra / tenía una piedra en el medio del camino / tenía una piedra / en el medio del camino tenía una piedra”. Durante años, lectores en general, y críticos en particular, profundizaron en la eventual esencia de este raciocinio drummondiano. El poema llegó a darle algunos dolores de cabeza. Alguna crítica llegó a dar verdascazos a su trabajo a partir de la piedra enigmática. Mas, ¿qué camino? Mas, ¿qué piedra? Los críticos se detuvieron en el camino, mas el poema fue más adelante, lleno de graduaciones, pleno de intencionalidades. Y entre tanto la explicación surge fácil, clarividente. Donde está la piedra es sólo para colocar el nombre del poeta.

En el medio del camino tenía un poeta: Carlos Drummond de Andrade, versificador gaucho, iluminado, arrojado a hilo de plomada por los dioses y soltado en la tierra por un ángel un día de rara inspiración.

 


  1. Charla menuda o superficial.

José Alberto Braga es un periodista, dramaturgo y escritor nacido en Braga, Portugal, en 1944. Emigró a Río de Janeiro a los quince años. Regresó a Portugal en 1982. Ha publicado diversas obras de teatro, biografías, reflexiones y ensayos políticos. Es fundador de la revista Lusofonia.