Portugués
Dos cuentos de Ronie Von Rosa Martins
Lobo

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Todas las prisiones están en el cuerpo. El límite del cuerpo. El espacio delimitado del cuerpo. La carne el hueso el paso tímido de la pierna exacta.

La prisión es la cama el cuarto y la casa. La cerca es el espacio que te traza.

En los libros las trazas. Letras y mas letras, palabras, verbos, versos, universos. Igual de preso. El mismo rehén de las limitaciones de su carne.

Sobre la mesa el grueso volumen. Moby Dick. Ahab. El Océano.

Civilizado. Domesticado. Aflojó la corbata. Horca estética de varios colores y tejidos.

El respirar del cuerpo a pesar del nudo.

El vaso de whisky por la mitad. Dos icebergs flotando. El deshielo. El hielo.

Rasgan el tedio, la moral, las órdenes. Lo real.

Una sonrisa se dibuja en labios que no sonríen. Pero. El alcohol es el secreto para el otro mundo. Dimensión de otra inmensidad.

El cuerpo presiona una tecla y Nei Lisboa canta sólo para él: “Seremos siempre así, siempre que haga falta. Seremos siempre quien tuvo coraje. De errar sobre el camino y de encontrar la salida. En el laberinto del cielo que es pensar en la vida. Y por el que siempre vas a pasar”.

Pensar en la vida. Errar sobre el camino.

Los pasos llevan el cuerpo a la ventana. El vidrio prohíbe el aire. La visión es a través, filtrada, controlada. Los ojos de la casa. No miran hacia fuera, más bien hacia dentro.

No hay nadie. Todos no están. Memorias. Imágenes. Rostros. Acciones. Todos perdidos en el flujo de tiempo de Cronos.

Civilización. Al final del brazo la mano y sus dedos. Uñas cortadas y pulidas. Mano enflaquecida. Brazo cansado. Los pies cubiertos por objetos de cuero. Lustrosos y blandos. ¿El pie?

Sentado se desamarra el zapato. La media oscura. Ahora la visión del pie. Todos los dedos. Sonríe. No siempre observa su propio pie. Mueve los dedos. Buena sensación. Un pie emblanquecido, sin vida. Sin color. Al lado el zapato observa, aguarda, vigila. Listo para enclaustrar nuevamente. Proteger, cuidar, colocar el pie al lado de tantos otros. Calzados. Ellos vuelan. Primero uno. Después el izquierdo. En la calle ya oscura se arrastran. Serán los pies de un mendigo cualquiera. Un hombre que mendiga pasos ciertos y exactos.

La casa está expectante. En silencio. Presiente algo. Las paredes vibran silenciosas. Puertas y ventanas están ansiosas y asustadas. Entonces la casa ofrece el cuarto, cama grande y blanda, aire acondicionado, televisión; seducir. Es lo que el carcelero piensa. Seducir al hombre. ¿No? ¿Todavía no? La cocina. La nevera repleta, queso rebanado, jamón, gallina, yogures, cremas, dulces, bebidas... ¿no?

 

El agua lava el cuerpo en ríos. Ríos que corren por la carne. Por el rostro. ¿No? ¿Son lágrimas? ¿Saladas?

Desnudo. Apaga las luces. La oscuridad. Del otro lado la noche. La casa ya no tiene poderes. Las paredes son apenas ilusiones. Las fosas nasales buscan todos los olores. Todos los aromas que se mezclan y confunden. Los ojos se dilatan. Buscando en la distancia aquello que no se ve. La casa ya es nada.

Y la noche clama. La noche llama. Y entonces es ella. Sola. Redonda. Brillante. Él piensa en la vida. Piensa en los zapatos. En las puertas. En la ropa. En las palabras dulces, en las reglas, en los detalles... piensa en las filas, en el humo de cigarro... y vomita. Vomita su civilidad. Por la garganta. Pedazos de una vida en pedazos.

Y él brama. Y aúlla. Y salta. La furia es el camino. El desatino. Y atraviesa el vidrio que corta. Y la sangre que escurre. El aroma, el gusto de la vida.

Del otro lado de la casa la noche lo amolda, lo acoge. Y él corre. Piernas que no son las mismas. Otro corazón. Fuerza que invade cada célula, cada molécula. Salvaje. Entre los carros. Los puentes. Los hombres. El miedo, el susto. El pánico. Fiera. Sudor. Escurriendo abundante, expurgando todos los miedos, todas las ansias. Musculatura que salta sobre cercas. Se lanza sobre los árboles, arbustos. Placer animal. La tierra en el pie, el viento en las narices, los ojos engullendo todo, devorando toda una vida que pasa. El campo. Los árboles. La mata. El aullido. El grito. La furia se expandió sonoramente como una ola que va arrastrando todo y a todos. Después el silencio. Después los comentarios. Después la versión oficial, después la mentira. Después la exageración, después la leyenda. Después el tiempo. Después las calzadas. Después los predios. Después el acero y el vidrio, después... después.