Portugués
Dos cuentos de Ronie Von Rosa Martins
Vigilia

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El cigarro ya comenzaba a calentar sus dedos. Le hubiese gustado incendiarse y de una vez por todas acabar con aquello. Esperar. Observar. Comprobar. Ya estaba cansado. Su vida no era más que pedazos de tantas vidas que observaba. Siempre al acecho. Escudriñando la vida ajena. Los detalles, la sordidez, las pequeñas alegrías, los dolores. La traición. Todos traicionaban. De una manera u otra la raza humana era traidora. Y le pagaban para que él observara y contara. Relatar los hechos.

Noche. Sentado al volante del carro lanzó la colilla del cigarro por la ventana. El pequeño bólido incandescente trazó una curva en el aire y murió en el suelo escupiendo algunas chispas del antiguo brillo. Muerte.

Todos querían saber. Interiormente ya lo sabían. Todos los que lo contrataban lo sabían. Pero necesitaban pruebas “¡Tráigame la verdad!”. Entonces él salía por las noches. Olfateando las fallas humanas, los deslices, las flaquezas.

Llenó el vaso del termo de café. Bebió un largo trago. Muy dulce. Pero le gustaba. Le gustaban las cosas dulces...

Entre la oscuridad y el silencio de la calle, un perro se aproximó y orinó la rueda del carro. Él sonrió. Le gustaría ser un perro y orinarse encima de alguien. Mostrar que ni siquiera estaba allí. Rechazar un trabajo... mear sobre el pie de un idiota cualquiera.

De golpe volvió su atención hacia la casa. Movimiento. Lentamente se abrió la puerta, una sombra masculina parecía besar un bulto que no salía hasta la puerta. Sin encender las luces alcanzó la calle. Manos en los bolsillos, cabeza baja.

Sí, era él. Ya tenía suficientes fotos y grabaciones para comprobarlo. La mujer estaba “frita”.

El marido en viajes de negocio y ella allí, disfrutando de la vida con el abogado de la familia. Intentó sentir alguna cosa con relación a los hechos. Nada. Rabia: un hombre trabajando y la vagabunda haciendo aquello... Nada. No conseguía sentir nada. El marido podía ser un crápula, golpear a la mujer, y esos escapes eran la única forma de ella “vivir”... Nada. No conseguía involucrarse más. La vida de los otros comenzaba a acabarse para él. Ya no había ningún placer.

Estaba muriendo. Si vivía entre los pequeños estratos de los otros, entonces ahora estaba muerto.

Guardó la foto de la mujer dentro de un sobre. Mujer bonita, unos treinta y siete años, ojos tristes y boca sensual. Recordó el rostro del marido. Hombre serio y arrogante. Acostumbrado a mandar. Cejas espesas y sonrisa irónica. Guardó la foto del abogado. Chico joven y alegre, una mirada que denotaba algo de presuntuoso... Levantó el rostro hacia el espejo del carro. Se miró. Nada.

Al otro día el marido recibió un extraño sobre. Un olor extraño venía de adentro. Abrió el sobre enojado y sofocado por el olor. Sacó del interior algunas fotos y documentos variados, todos manchados y mojados. Nada podía leerse o verse. ¿Pero qué es esto? Pensó. Agarró el teléfono. Discó el número que se sabía de memoria. “¿Pero qué es esto?”. “Nada”, fue la respuesta al otro lado de la línea. “Me estoy yendo”. “Hijo de p...”. El olor a peste inundaba la sala. “¿Qué olor tan horrible es éste?”. “Meado”.