Japonés
Dos cuentos de Kenji Miyazawa
La maleta de piel

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La maleta de piel (Kawa no Toranku: 革トランク) es una obra inédita. Se publicó en varias antologías, después de la muerte del autor. Esta traducción está basada en una versión moderna de la Biblioteca Digital de Internet, Aozora Bunko.

En esa primavera, Saito Heita salió [de su pueblo natal y fue] a la ciudad de Naraoka. Presentó tres exámenes de admisión, uno para la secundaria, otro para la escuela agrícola y un último para el colegio técnico. Pensó que no había aprobado ninguno, pero por alguna circunstancia extraña, gracias a su gran suerte [quizás], logró pasar el del colegio técnico. Luego cursó sin mayores dificultades el primero y segundo año y logró graduarse con éxito, ya que su profesor titular, quien era un torpe utilizando el ábaco, había sumado mal las notas de su boleta de calificaciones.

(Este tipo de sucesos son realmente inusuales)

Al graduarse de inmediato tuvo que regresar a su casa, ya que su familia vivía de la agricultura y su padre era el alcalde del pueblo, pero al final, el padre de Heita accedió a que su hijo colocara frente a la puerta de la casa un letrero que decía: “Se diseñan planos y se construyen edificios”.

De inmediato vinieron dos pedidos. Uno era un edificio de dos pisos; [en la planta baja] estaba una estación de bomberos, [en el primer piso] una oficina de asesoramiento. El otro encargo era una escuela.

(Este tipo de sucesos son realmente inusuales)

Saito Heita tardó cuatro días en trazar ambos planos.

Después fue a buscar a varios señores carpinteros del pueblo y comenzaron las obras. Saito Heita se puso unos pantalones de equitación color café y se anudó una corbata roja. Estuvo yendo de aquí para allá. Estaba muy ocupado supervisando ambas obras. Los planos quedaron extendidos en el centro del pequeño taller [sin que los viera nadie].

Ahora bien, por alguna extraña razón, cada vez que Heita supervisaba las obras, los señores carpinteros tenían una cara extraña y bajaban la cabeza, evitando decir una palabra. Los carpinteros querían a Heita [sin duda]. Además, les había pagado. Sin embargo, por alguna razón siempre tenían esos extraños semblantes.

(Este tipo de sucesos son realmente inusuales)

Cuando Heita iba a supervisar las obras de la escuela, los señores carpinteros comenzaban a dar piruetas; se paraban; y se agachaban tan gracioso, pero por alguna razón no querían caminar de lado.

(Este tipo de sucesos son realmente inusuales)

Cuando Heita iba a supervisar las obras de la estación de bomberos, los señores carpinteros comenzaban a dar vueltas; se paraban; agachaban; y caminaban hacia los costados tan gracioso, pero por alguna razón no querían transitar de arriba hacia abajo.

(Este tipo de sucesos son realmente inusuales)

Las obras avanzaron.

Saito Heita utilizó el número de albañiles de manera tal que las fechas de terminación de ambas se empalmaran. Casi al mismo tiempo las obras se concluyeron.

(Este tipo de sucesos son realmente inusuales)

Al terminar, los señores carpinteros mostraron un semblante raro; suspiraban y estaban viendo hacia abajo.

Saito Heita quiso entrar a la sala de profesores por la puerta principal de la escuela, pero no pudo. No había pasillos.

(Este tipo de sucesos son realmente inusuales)

Saito Heita se amilanó en extremo, fue de prisa a la estación de bomberos. Después de examinar la primera parte, quiso subir al primer piso para ver cómo había quedado la oficina de asesoramiento, pero no pudo. No había escaleras.

(Este tipo de sucesos son realmente inusuales)

Saito Heita se puso de muy mal humor y de manera sigilosa abrió su cartera y vio su contenido. Tenía tres yenes y con esos pantalones de equitación puestos cruzó el río, se fue hacia la ciudad y de ahí tomó un tren. Se fue a esconder a Tokio.

Cuando llegó ahí, le quedaban todavía seis céntimos. Con ese dinero, Saito Heita comió dos veces tofú, queso de soya.

Después de eso, buscó trabajo, pero como su dialecto era tan incomprensible, en cualquier casa; en cualquier fábrica lo largaron sin permitirle decir nada. Saito Heita estaba en un verdadero lío, su boca también ya estaba reseca, pero buscó trabajo durante tres días.

A pesar de eso, en cualquier lugar lo rechazaron, Saito Heita, el egresado del Colegio Técnico de Naraoka, se desmayó.

Un oficial de policía [lo encontró] y le echó agua [para que despertara]. La oficina municipal tomó su custodia. Posteriormente, le dieron de comer. Estaba mejor y la municipalidad lo contrató como bombero.

Saito Heita mandó una postal a su casa.

He venido a Tokio para estudiar [el funcionamiento ] de los elevadores y las escaleras eléctricas. Mientras culmino mi pesquisa les pido que utilicen los dos edificios que me encargaron.

Disculpen todas estas molestias.

El alcalde del pueblo, su padre, no le contestó [estaba furioso].

En el verano Heita enfermó de beriberi y en el invierno le dio gripa. Pasaron dos años, ya se había acostumbrado a la vida de Tokio y decidió finalmente dedicarse a su vieja profesión: la construcción. Se convirtió en el supervisor de obras de la Constructora Hirasawa.

[Sin embargo,] era odiado por todos los carpinteros. Un día cuando fue de ronda, desde lo alto le aventaron un bloque de madera. También, fingieron no haberlo visto subir al tejado y martillaron unas maderas [dejándolo encerrado]. A pesar de esto, era bastante divertida [la vida en Tokio]. De esta suerte, Saito Heita decidió escribir una postal a su casa para avisarles que estaba bien.

Recientemente me dieron un ascenso. Soy una persona importante. Me dan billetes como para llenar las ventanillas de los shojis.1 Siéntanse orgullosos de mí. Mi pesquisa va a terminar pronto. Aguanten por un tiempo más mi ausencia.

El alcalde del pueblo, su padre, no le volvió contestar, pero la madre de Heita enfermó un poco. Diario a diario comenzó a preguntar por su hijo. Sin más remedio, el señor alcalde tuvo que mandarle un telegrama a su hijo: “Madre, enferma, regresa”.

Como en ese momento, Heita había acabado de recibir su salario mensual, le quedaban como treinta yenes. Después de hesitarlo varias veces, compró una maleta grande de piel, la cual le costó veinte yenes. Sin embargo, Heita solamente tenía un traje de cáñamo —su mejor ropa—, pero no tenía más cosas que empacar, por eso le pidió al maestro de obra que le regalara esos treinta planos desplegados sobre las tablas de madera. Metió todas esas cosas y llenó la maleta.

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Saito Heita llegó a la estación cercana a su tierra. De ahí, junto con su maleta se subió a un coche; cruzó la ciudad; y llegó a la carretera nacional donde había una vía de pinos, pero la ruta que llevaba hacia el pueblo de Heita se bifurcaba ahí. Al ver que era un camino sin pavimentar, el chofer dijo que no podía seguir más. Tomó el dinero y se regresó.

Saito Heita tuvo que ponerse la gran maleta en los hombros y caminar. Fue hacia el cerco de cipreses y pasó a través del huerto de cáñamo. Luego, caminó de lado por el huerto de moreras. Llegó, finalmente, al embarcadero. Estaba puesto una red de alambre y por medio de una polea, una persona podía mover la mitad de las embarcaciones.

Era ya tarde, las nubes tenían como unas rayas y lentamente fluían hacia el este. Una aguzanieves de rayas blanquinegras voló casi rasando la superficie del agua que parecía mercurio. Esas redes de alambre estaban extendidas a lo largo del agua. La lancha que transportaba a seis o siete pueblerinos estaba a punto de llegar a la otra orilla. Ahí, habían florecido unas prímulas. En lo que regresaba esa lancha, Saito Heita [no tendría otra alternativa que esperar.] Dejó su gran maleta sobre la yerba y se sentó, secándose el sudor. La espalda de ese blanco traje de cáñamo estaba empapada por la transpiración. En la yerba, había unas espigas que parecían humo.

En menos de lo que canta un gallo, siete u ocho niños salieron del huerto de cáñamo y de la orilla del río. Se juntaron. La gran maleta de Heita les había parecido tan rara. Por eso, todos se habían acercado.

—¡Vean todos! ¡Iren (sic) es de piel!

—¡Es de res!

—Esa parte curveada, está hecha de piel de una de sus rodillas.

En efecto, en la parte de la hebilla de la gran maleta de Heita había un pedazo de piel un poco doblado en forma de rodilla. Al escuchar lo que decían los niños, Heita se quedó sin habla. Estuvo a punto de llorar por tristeza y nostalgia.

La lancha se fue acercando.

El lanchero se acercó cada vez más hacia donde estaba Heita. Ese hombre se estaba tapando los ojos para evitar las blancas luces que destellaban a través de las nubes, justo detrás de Heita.

Al ver a ese caballero vestido de ropa occidental blanca, se dio cuenta de que era Heita y gritó alto.

—Ey, Heita-san, te estábamos eperando (sic).

Heita estuvo a punto de llorar, pero se contuvo. Tomó la maleta y se subió a la lancha. La balsa se alejó en un instante, los niños se quedaron viendo la maleta desde la orilla. El lanchero hizo lo mismo, mientras deslizaba la lancha. Se escuchaba cómo las olas hacían un sonido peculiar, cuando pegaban con la lancha. También las redes de alambre rechinaban por la brisa. Posteriormente, el sol cayó detrás las nubes del oeste, en un santiamén las olas se tornaron oscuras. En la otra orilla había dos personas esperando.

La lancha llegó a su destino.

Una de esas dos personas vino volando.

—Lo estábamos eperando (sic). ¿Su equipaje?

Era uno de los sirvientes de la casa de Heita. Heita se quedó mudo, solamente parpadeó y le pasó su equipaje. El sirviente parecía molesto y cargó esa grande maleta de piel.

Después, los dos caminaron hacia la casa y cruzaron el huerto de moreras en donde zumbaban los mosquitos. Salieron a una gran calle, en ese momento, el alcalde estaba saliendo también de la oficina municipal. Caminó de tras de ellos. Al ver esa gran maleta, el padre mostró una sonrisa sardónica.

 


  1. Puerta o venta de madera que tiene pegadas varias hojas de washi o “papel japonés”.