A Mario Montoya, amigo, transeúnte de la Autopista Sur,
devoto de Cortázar
"...se corría a ochenta kilómetros por hora hacia las
luces que crecían poco a poco, sin que ya se supiera bien por qué tanto
apuro, por qué esa carrera en la noche entre autos desconocidos donde nadie
sabía nada de los otros, donde todo el mundo miraba fijamente hacia adelante,
exclusivamente hacia adelante".
"La Autopista del Sur". Julio Cortázar
El imprescindible Julio Cortázar escribió un relato titulado "La
Autopista del Sur", en el cual describe una monumental y casi
interminable obstrucción del tráfico en una carretera, lo que en buen
lenguaje bogotano se denomina "trancón", palabra que ya hizo el
tránsito desde la calle al diccionario de la Real
Academia de la Lengua que la reconoce como colombianismo. Pareciera que el
genial escritor argentino se hubiera inspirado en la cotidianidad de una vía
ubicada al sur de Bogotá, llamada precisamente "Autopista Sur".
La Autopista Sur en Bogotá tiene una larga historia (no tan ancha). En
tiempos de nuestros ancestros indígenas se utilizaba para llegar al Salto de
Tequendama, caída de agua creada por el Moisés chibcha, Bochica, quien con
su bastón abrió la brecha por donde se suicidan las aguas del río Bogotá,
otrora límpidas ahora fétidas; igualmente fue paseo obligado de virreyes y
próceres de la Independencia, por este camino se frustró un atentado contra
el Libertador Simón Bolívar, anterior a la nefanda noche septembrina. En
tiempos modernos, la Autopista Sur es frecuentada por los bogotanos que desean
viajar a la "tierra caliente", denominación genérica de los
municipios a donde los citadinos de todas las condiciones sociales van a
"temperar" (otro término local para designar al turismo en busca de
calor). Fusagasugá, Tocaima, Girardot, Melgar, Silvania, Mesitas del Colegio,
son sinónimos de sol y piscinas para quienes albergamos frío 2.600 metros
más cerca de las nieves perpetuas, tan lejos de los ardores de nuestras
costas.
Personalmente la Autopista Sur me trae muchos recuerdos, pues viví durante
mis años de niñez y adolescencia a pocos metros de esa vía. Al comienzo,
era la referencia paralela de un artilugio mágico llamado tren, cuya
carrilera se me antojaba una escalera infinita tendida sobre el suelo que
conducía a un territorio extraño, triste pero atrayente, llamado cementerio.
En efecto, el parque-cementerio "El Apogeo" se encuentra ubicado en
cercanías de la llamada entrada a Bosa, municipio anexo de Bogotá; en este
punto se mantiene una vieja casona hoy tristemente abandonada que en su
momento fue hogar de paso de viajeros fugaces, la "Estación del
Tren", la cual durante varios años albergó a una ancianita con fama de
loca y poeta, quien convivía con una multitud de perros, hasta que la muerte
la encontró en su rincón.
En mi caso, la Autopista Sur ayudó a configurar una costumbre, que para
algunos puede resultar perjudicial para la salud pero al cabo de los años
contribuyó a mi formación (o deformación) intelectual, la lectura de libros
en autobuses y busetas. Los frecuentes e innumerables trancones en aquella
carretera, que sólo se observa desocupada en los paros de transporte,
facilitaron el conocimiento de obras y autores. En ocasiones, cuando estoy en
la sala de mi casa o en una cómoda biblioteca intentando leer, creo que
extraño el continuo movimiento, el paisaje urbano entre página y página,
los sonidos y aromas de los desconocidos compañeros de travesía que
condimentan la lectura.
Siempre me pregunté por qué se denominaba autopista a esta angosta
carretera, en una demostración insensata de generosidad, incluso desde cuando
la vía se reducía a un solo carril, aumentando en proporción la incomodidad
y demora, pues allí se combinan todas las formas conocidas de transporte:
urbano, intermunicipal, nacional, camiones y tractomulas de carga, sin contar
a los ciclistas que continúan en su empeño de ascender el Alto de Rosas,
como entrenamiento diario. Se trata de una caravana que pulula y pelea por
ganar espacio en la estrecha vía.
Con el paso de los años, a lado y lado de la autopista se fue
multiplicando toda clase de fábricas, configurando una inmensa zona
industrial, desde las de cilindros de gas en Cazucá, pasando por las bebidas
gaseosas (Postobón, Coca Cola y la antigua Hipinto), de lápices como
Prismacolor, calzado como Croydon, todo un sector dedicado al comercio de
diversas carnes de animales cerca al río Tunjuelito, bancos, notarías y
centros comerciales, así como la sede de Jolie de Vogue, en donde anualmente
las Miss Universo se trasladan para observar el procedimiento de elaborar
maquillajes. Aunque sea difícil imaginar, cada año, las mujeres más bellas
del mundo deben afrontar los trancones de la Autopista Sur, como los humildes
habitantes de esta zona límbica, ubicada al sur de Bogotá.
Un hombre más
viejo, por ende más sabio o más zorro, alguna vez me dijo que esta
proliferación de fábricas ahuyentó a los ricos integrantes de ese exclusivo
grupo denominado la oligarquía, quienes habían decidido escoger esa zona
como sitio de residencia, sobre todo por un elemento clave, su clima. Los
estudios pluviométricos en Bogotá concluyen que, en los elegantes barrios
del norte, llueve mucho más que en los ubicados en la cercanía de la
Autopista Sur, en donde por su cercanía con los municipios de clima cálido,
se disfruta en buena parte del año de una temperatura agradable. Claro,
cuando llueve fuerte hay inundaciones, pero con seguridad si los adinerados se
hubieran instalado allí no sucedería esto, pues se contaría con un buen
sistema de alcantarillado.
Durante mi niñez, era agradable ver las lomas pobladas de verde, luego
llegaron las areneras que inventaron el color amarillo, ahora es un mapa
multicolor de miseria, con la presencia de improvisados barrios que hacen
parte de la presencia social de miles de desplazados por el conflicto, quienes
siguen esperando alternativas de vida lejos del odio y la pobreza. Desde lo
alto del cerro, algún niño todos los días debe observar la Autopista Sur,
como una serpiente sin cabeza ni cola que trata de llegar hacia algún sitio,
sin ningún motivo aparente, sólo llegar. La última noticia sobre esta vía
es que en pocos años será otro de los corredores en donde pasará ese
invento bogotano llamado "Transmilenio", que se está exportando a
otros sitios, sistema de transporte público, resultado del cruce entre
autobús y metro, que sin duda ha contribuido a cambiar de manera positiva la
faz de Bogotá y el sentido de convivencia ciudadana. Es posible que con el
Transmilenio, la Autopista Sur se convierta en una verdadera ruta al
desarrollo.
Por el momento, para millones de bogotanos, la Autopista Sur
simboliza la travesía al descanso y esparcimiento así como el eterno retorno
al hogar, para los viajeros cotidianos es el traumático conducto entre sus
trabajos mal remunerados y la cama donde dormir, para otros es el sonido del
timbre de la fábrica. En mi caso, se trata de la correa transportadora del
recuerdo, en donde aprendí a conocer a un escritor llamado Cortázar y sus
relatos fantásticos.