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Tributo a las víctimas ante la estación Puerta de Atocha, en Madrid, el 18 de marzo de 2004.
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En poco tiempo habrá transcurrido un mes desde
la tragedia del 11 de marzo, cuando doscientas personas resultaron muertas, y
casi dos mil heridas, tras los atentados ferroviarios de Madrid. Una tragedia
que nos sorprendió por su magnitud y crueldad, que los medios y sus
sangrientas tomas en el escenario de los hechos apenas pudieron vagamente
reflejar como un espejo empañado por la distancia.
No podemos menos que apelar a un lugar común necesario y unirnos al dolor
español, que hoy se convierte en dolor de todos los seres humanos, por encima
de fronteras y lejanías. Reciban nuestros hermanos españoles el abrazo de
solidaridad de quienes se hermanan con ellos desde todas partes del mundo para
lamentar y condenar el horrendo hecho terrorista.
Creemos, sin embargo, que igualmente lamentable, aunque en otro registro,
ha sido la conducta de los factores de poder —el gobierno y un sector de los
medios— en esta coyuntura. Sabedores de los efectos que en el pueblo
español tendría la certeza de haber sido víctima de tamaño crimen, como
respuesta por el apoyo gubernamental a la ofensiva contra Irak, tales factores
intentaron desviar la atención del público —mentirle, pues— para
responsabilizar del hecho al sospechoso habitual.
Así, el ataque terrorista por un lado, la mentira oficial por el otro, nos
hacen sentir solidarios con el solitario pueblo español. Justa ha sido la
reacción de los españoles, que salieron a la calle a protestar por su
derecho a la información y dieron rápida respuesta en el proceso comicial
que ese país realizó días después de la tragedia. Su reacción se muestra
consecuente con la actitud de rechazo asumida cuando sus gobernantes
decidieron unirse a un conflicto bélico que les era ajeno.
La forma como se desarrollaron los hechos evidencia a su vez otra tragedia
subyacente en las relaciones entre el público y sus gobernantes, y es el
completo desprecio que éstos sienten hacia aquél. En el desprecio del
poder está, a no dudarlo, la semilla de todas nuestras grandes tragedias.
Post-Scriptum |
"Nuestros poemas no se pueden publicar todavía.
Circulan de mano en mano, manuscritos,
o copiados en mimeógrafo. Pero un día
se olvidará el nombre del dictador
contra el que fueron escritos,
y seguirán siendo leídos".
Ernesto Cardenal, Epigramas (1978)
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