Para
Ana Hurtado Pliego
Se proponen aquí dos figuras arquetípicas mediante las que se consolida el
asunto de la muerte en los relatos de Miguel Ángel Asturias. Brujo y nahual no
son sólo nociones abstractas y de obligada referencia. Algunas de sus historias
las esbozan como figuras centrales: el Maestro Almendro en la "Leyenda de
la Tatuana", en Leyendas de Guatemala; los brujos de las
luciérnagas, el curandero Venado de las Siete Rozas, y Chigüichón Culebro, en
Hombres de maíz; Rito Perraj, Sara Jobalda y Juana Tinieblas, en la
trilogía bananera (Viento fuerte, El papa verde y Los ojos de los
enterrados), y Juan Girador, en el cuento homónimo, incluido en El
espejo de Lida Sal, recrean en conjunto la figura del brujo y su relación
con la muerte de los hombres, individual y colectivamente.
La figura del brujo no sólo está relacionada con la muerte. También tiene
mucho que ver con nociones trascendentales como la religión, el poder y la
justicia. En casi la totalidad de los casos, la figura del brujo está hermanada
con la causa indígena. Su función está sujeta al mandato de fuerzas
sobrenaturales para impartir la justicia que los organismos civiles no son
capaces de imponer.
Hablar de "brujos" y "nahuales" supone condensar en estas
dos expresiones una serie de acontecimientos en los que la intervención de las
fuerzas de la naturaleza habrán de imponerse a la voluntad de los hombres para
alcanzar, desde el ámbito sobrenatural y por eso incontrovertible, la justicia
social que el ejercicio del poder y la ambición por la riqueza entre los
hombres amenaza soterrar.
Para comprender el sentido de las nociones "brujo" y
"nahual" es necesario desligarse considerablemente de lo que el
imaginario colectivo actual supone con estas expresiones. Hoy en día se les
concibe como fenómenos vinculados a metamorfosis, espantos y aparecidos,
incluso con prácticas satánicas. Sus versiones modernas como el espiritismo,
la magia, la astrología, el hipnotismo, son semejantes, no idénticas, a las de
la cosmovisión tradicional. Pero no son estos usos los que llaman la atención
del autor. A Asturias le interesa recrear las supuestas prístinas concepciones
de estos hábitos. Esto queda bien evidenciado sobre todo en los relatos de
recuperación mítica e histórica. El esfuerzo de Asturias por magnificar los
valores de la cultura tradicional alcanza un punto culminante con la figura del
brujo.
En esta consideración, la brujería, lejos de ser un artificio para
perpetuar al pueblo en su ignorancia, se constituye en una alternativa
"real" para resolver diferentes necesidades vitales. Con la brujería
se cumple la venganza por la ofensa infligida a Gaspar Ilom; con la brujería se
contrarresta la incursión imperialista; con su poder mágico, Juan Girador
busca reivindicar la justa distribución de la riqueza.
Para la impartición de la justicia, el brujo adquiere un poder sobrenatural
que siempre habrá de imponerse en favor de la causa indígena o popular.
Excepto en Mulata de tal, donde su figura trasciende hasta alcanzar el
plano de las reflexiones metafísicas, en los casos anteriores el oficio de la
brujería frecuente en varios relatos tiene como primera encomienda encontrar el
equilibrio en la relación hombre-naturaleza. Cuando ese equilibrio se supone
alterado, las fuerzas sobrenaturales se revierten contra los responsables
activos (invasores) y pasivos (sojuzgados) de las alteraciones de este orden.
En Hombres de maíz resulta muy contundente el poder sobrenatural.
Tras la muerte de Gaspar Ilom se cumple en lo absoluto la sentencia de los
brujos de las luciérnagas para todos los responsables, incluso para sus
descendientes, no sólo con la muerte, sino con algo igual o más doloroso: la
esterilidad, que simboliza la negación de la vida.
Tras la masacre perpetrada por la policía, los brujos de las luciérnagas se
reúnen y planean la venganza de Gaspar Ilom. Ordenan una serie de
acontecimientos para castigar la afrenta de Ilom y su gente: la desgracia de las
familias Machojón y Tecún, el incendio que acaba con varios hombres de la
Policía Montada, la esterilidad de los que se salvaron de la muerte, tiene
cumplimiento absoluto. Estos hechos, junto con el viento fuerte invocado por
Rito Perraj [Viento] (las obras de M. A. Asturias se citan por el primer
sustantivo del título, seguido de la página, si es el caso) para destruir el
naciente imperio bananero a costa de la explotación de los trabajadores, son
acontecimientos que se sobreponen a la voluntad humana.
Y cómo perder de vista el inmenso poder del Maestro Almendro para librar a
la hermosa esclava en la "Leyenda de la Tatuana" [Leyendas]; o
las misteriosas desapariciones de Cayetano Duende [Los ojos], que con
frecuencia tienen que ver con un espíritu humanitario, tal como lo hizo por
ayudar a Sansur.
El brujo genuino tiene un poder igualmente genuino. El infinito poder que
posee le otorga una importancia especial. El ejercicio de su poder tiene sus
ojos puestos en la colectividad, y por eso es muy notoria la exaltación de sus
atributos. Maestro Almendro, Gaspar Ilom, Venado de las Siete Rosas, Rito Perraj
y Juan Girador desempeñan una función muy específica de reivindicación de la
justicia social. Su poder está fuera de toda duda.
El brujo auténtico es comparable con el sacerdote de la religión cristiana.
En ese entendido, su magnificencia pone en discusión el problema de la
alteridad. La práctica "pagana" fue un concepto surgido desde la
visión del conquistador. Para la cultura tradicional, el brujo tiene una
función comparable a la de un mesías. Infunde respeto, antes que temor. Es, en
el estricto sentido de la palabra, un sacerdote, como lo es el Maestro Almendro,
de la "Leyenda de la Tatuana", uno de los sacerdotes "que los
hombres blancos tocaron creyéndoles de oro, tanta riqueza vestían, y sabe el
secreto de las plantas que lo curan todo, el vocabulario de la obsidiana —piedra
que habla— y leer los jeroglíficos de las constelaciones" [Leyendas, 37].
Los brujos que por el momento son identificados como auténticos tienen
repercusión fundamentalmente en actos colectivos. "Dueños" de la
vida de una comunidad, no precisamente de una persona, estos personajes son
artífices de las representaciones imaginarias que tienden a hacer comprensible
el hecho de la muerte en la circunstancia vital.
Esto es lo que Asturias consideraba como el poder auténtico de la
brujería, porque reivindica la dignidad humana y procura el bien común.
Esto no debe hacernos suponer que en Asturias existió una ciega fascinación
por la brujería. Contrario a este supuesto, pero acorde con cuanto se ha
anotado a lo largo de este ejercicio sobre las motivaciones del autor, otros
indicios manifiestan muy claramente la falta de identificación plena del autor
con la brujería.
Si bien el poder del brujo como mediador entre una fuerza sobrenatural y la
voluntad de los hombres tiene momentos muy determinantes en figuras
arquetípicas como Maestro Almendro, Ilom y Juan Girador, en otras
circunstancias Asturias enfatizará la posibilidad de que los atributos
sobrenaturales sólo dependen de construcciones en un imaginario colectivo,
desmentido por los propios acontecimientos de la realidad literaria.
Paralelo al brujo genuino, Asturias da vida a la figura del charlatán, cuyo
poder es puesto en duda entre los atributos del saber o la simple adivinación
("¡Es sabidor, no porque sepa! ¡Es sabidor porque adivina!", Teatro,
152). El brujo charlatán es representado por todos aquellos personajes que
al explotar la superstición de la gente aprovechan para propalar su poder.
Juana Tinieblas [Los ojos], Sara Jobalda [Papa verde y Viento
fuerte], los adivinos de El señor Presidente, Soluna [Teatro], son
ejemplos de esta modalidad. Juana Tinieblas [Los ojos] indaga el futuro
de la gente, pero es incapaz de predecir el momento de su muerte. Sara Jobalda [Papa]
es "la más famosa de las brujas de la costa", pero al mismo
tiempo "más temida". Es una mujer que "no tiene más cacha que
vender aguas que trastornan al seso", según el decir del médico que la
atendió luego de que la mujer fue agredida [Viento, 138]. Pochote Puac,
es "augur de la palabra, adivinador", sólo curandero.
El brujo inauténtico se define a partir de la simple superstición y las
propiedades que el imaginario colectivo les atribuye a ciertos personajes
comunes o no tan comunes. En varios casos, sus atributos parten de simples
supuestos.
Es evidente que no es generalizada la creencia en el poder de los brujos. En Soluna,
Mauro es escéptico al poder del hechicero, lo cual posibilita el surgimiento
del debate por la magia. Soluna, dice Mauro, "es un hombre que conoce el
orden en que giran los astros, las leyes naturales a que obedecen los vientos,
las lluvias, el granizo...", pero nada más [Teatro, 152]. En
cambio, para Porfirión es claro que "El Chamá Soluna dende que nació dio
luz. Es como las piedras que alumbran en la noche" [Teatro, 152].
La afinidad de Asturias con la brujería no fue jamás de abierta
aceptación. Hasta en sus escritos periodísticos de los años cincuenta, es
decir, después de haber publicado Leyendas de Guatemala y Hombres de
maíz, el novelista denigraba del ocultismo y denunciaba la brujería
"barata" que aprovecha la superstición de la gente [América,
37].
Con lo anterior, se tienen dos consideraciones sobre la brujería. Una es auténtica,
con una indiscutible función social y de reivindicación de la justicia y la
dignidad humana. La otra es inauténtica y su ejercicio tiene
pretensiones particulares de control del poder o de incremento de la riqueza
material. También deben señalarse los casos de las falsas construcciones
imaginarias del brujo, producto de meras circunstancias y desmentidas por los
acontecimientos narrativos. En este último caso, el poder de la brujería es
atribuido a sujetos ajenos a este poder. Su origen está en acontecimientos
insólitos por caracteres especiales de los personajes (como en el caso de
Benito Ramos [Hombres], por ejemplo), o por circunstancias contextuales,
como en el caso de Ramona Corzantes: su vida cuasi ermitaña, sus ejercicios
ocasionales de la cura tradicional y el detonante de haber matado una masacuata
en el techo de su casa, son suficientes para que la gente le impute un rasgo
esotérico, con el atributo de saber preparar "polvitos de araña"
para enloquecer a las mujeres que huyen de su hogar.
Otra variante es la del brujo curandero, cuyo magnífico ejemplo se halla en
la persona de Chigüichón Culebro [Hombres]. En realidad, se trata de un
curandero tradicional con una sorprendente intuición para explotar las
posibilidades de cura. Por los resultados de su empresa, su técnica es
comparable con la científica ("y veces hay que saben más que los médicos
recebidos", se dice de los curanderos en Mulata de tal).
Chigüichón cura de la ceguera a Goyo Yic, pero es incapaz de curar la
esterilidad de Benito Ramos. La razón es simple: en el caso de Goyo Yic no
existe ninguna causa sobrenatural que se sobreponga al éxito de la operación.
Yic sólo es presa de un padecimiento fisiológico. Con Ramos hay una
diferencia: su esterilidad es una condena impuesta por la auténtica
brujería. Chigüichón Culebro carece de poder para superar la sentencia de los
brujos de las luciérnagas. Si su éxito fue contundente para resolver la
ceguera de Goyo Yic, nada pudo hacer para remediar la esterilidad de Benito
Ramos, a cuyo castigo se hizo merecedor por haber participado en la matanza de
los hombres de Ilom.
La exaltación de la charlatanería tiene en Juana Tinieblas otro de sus más
claros exponentes. En sus visitas veía "qué clase de ropa interior
llevaba, si de seda o de algodón, y cobrar en consecuencia" [Los ojos,
75]. Tómese en cuenta que es Juana Tinieblas la que se expresa con las
siguientes palabras: "Para mí la gente humilde es lo más inútil que hay.
Humildes y rezadores, que es como decir haraganes" [Los ojos, 75].
Este juicio se contrapone rotundamente al de Ramona Corzantes cuando le dice a
Hilario Sacayón: "Sólo las cosas humildes crecen y perduran" [Hombres,
158]. Una diferencia muy marcada entre ambas mujeres es que mientras Juana
Tinieblas ejercita su labor de agorera con plena aceptación y con el ánimo de
incrementar su patrimonio, Ramona Corzantes reniega de ese atributo que la gente
le ha hecho a su persona.
Los brujos inauténticos llevan a otro entendimiento. Se trata de figuras en
las que la desesperación vital de los personajes encuentra efímero refugio. A
veces poseen facultades extraordinarias para predecir acontecimientos o
modificarlos sin llegar nunca al plano de lo sobrenatural.
Estas modalidades de la brujería permiten suponer cuán advertido estuvo
Asturias de las prácticas falaces, circunstancialmente aceptadas por la
colectividad. Su alusión paralela a la auténtica brujería le permitía
considerarla como una posibilidad equívoca para la exaltación de los valores.
Al explotar la superstición de la gente, al convertir su ejercicio en
posibilidad de afirmar el poder económico y social, el brujo inauténtico,
lejos de constituirse en una posibilidad real de consolidación del
nacionalismo, atentaba contra él.