Letralia, Tierra de Letras
Año VIII • Nº 106
5 de abril de 2004
Cagua, Venezuela

Depósito Legal:
pp199602AR26
ISSN: 1856-7983

La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet
Letras
Dos poemas
Rosy Paláu

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Nocturno

La noche florece
en el asombro de los astros
que la espían.
Por la calle un perro ladra
a la voz indiferente
del minuto.
El tiempo vuelve,
se derrama.
El pasado existe
en el hoy eterno.

Arrastra un árbol
el oleaje de las claridades.
Cierro los ojos
y es incendio desbocado,
cielo de hojas ardiendo
en la lumbre de los pájaros.
De un silencio a otro
las palabras hablan sus imágenes.
Presencia de la ausencia
el sueño se congrega
para contarse a sí mismo.

Hay un patio.
Quietud errante
las piedras beben apiladas
en los arroyos de yerba.
Los muros se encienden,
parpadean,
cegados por el relámpago
de las enredaderas.
Lejano sol que se deshace
dentro del día
mientras el día hila las horas
en el agua de una pila.

El pensamiento construye
Verdades y deseos.
No hay nadie.
Los muertos están muertos.
El instante es la lámpara
que los rebela
atravesando los espacios
todavía frescos de su misterio.

Me despierto.
La inmensidad se ahonda
en la ventana
como un Dios
hecho de miradas inexplicables,
de esperanzas visibles.

La ciudad se alza
desde sus laberintos,
un gallo canta a deshoras,
una puerta se abre y otra se cierra.
Correr de pasos anónimos,
sílabas que se alejan solitarias
como la oscuridad que apenas toca
tu cuerpo manso de reflejos.
Tierra dormida
sobre el alma que respira
goces y miedos infinitos.

En qué pozo te abismas,
qué aventura te arrastra
como la tarde en rápidos de luz.
La luna se asoma
desde un acantilado de estrellas.
Eres la playa que se extiende
allá debajo.
Columna de transparencia,
el espejo que a la nada sostiene,
en repentinas marejadas te refleja.

La mirada va, vuelve,
se regresa.
El mundo conoce sus historias,
se contempla
como la flor en su tallo dichoso,
como la nube que se abre en lo alto
y se deja salir
en formas vivas.

Pasajeros de las horas,
junto a la sombra que te escribe
yo te leo y te repito.
Diminuto torbellino
zumba el aire en un insecto.
El cuarto se aparece.
Ya clarea.


Estamos solos desde ayer

Estamos solos desde ayer
y han crecido los árboles,
huele a limones el patio.
Son las 9 de la noche
de todos los días,
nada nos falta
y estamos solos desde ayer.

A veces nos quedamos tristes
junto a las cosas
y hablamos de los muertos,
en sus cuartos pequeños,
sin ventanas,
esperando a todas horas
que un recuerdo los alumbre;
después andamos por la casa
como siempre,
mientras los grillos cantan,
la luna se levanta,
que sí, que no
y son las 9 de la noche
de todos los días
y nada nos falta.

Hoy amaneció lloviendo,
el sol se metió por la tarde
en un charco de agua,
el aire se llenó de niños,
de voces que pasaron sin nadie;
hasta que la oscuridad nos fue tapando,
hasta que nadie vino
a cerrarnos las puertas del miedo
con la luz de una lámpara,
porque ya no juegan los fantasmas
a ponerse los zapatos,
el vestido dejado en la silla,
porque sólo queda este silencio
que no se apaga
y cierro los ojos
y no se apaga.

Cada quien se interna en su sueño
buscando tal vez
lo que otros dejaron escrito
en una sombra,
cada quien remueve los escombros
de lo que alguna vez ha dicho
y encuentra pueblos distantes,
seres que cruzan la penumbra.

Pero más allá de las sombras
aún perdura la forma de las cosas
y amanece
y todos estamos juntos
en medio de las horas,
todos,
llenando con la prisa
los espacios vacíos.

Lo demás es el aire,
son las nubes
en el cielo alegre
de la ventana,
es acariciar las palabras
ahí, pegadas a su deseo;
porque uno se acostumbra
al silencio que lleva,
a guardar en secreto
esas noches que no alcanzan
para tanta luna
y todos se azulece
y nos entran las ganas inmensas
de decir algo;
porque estamos solos desde ayer,
desde que abrimos los ojos por dentro
y llamamos y no vino nadie
y pudimos saberlo.


       

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Creada el 20 de mayo de 1996 • Próxima edición: 19 de abril de 2004 • Circula el primer y tercer lunes de cada mes