I
Soy la seducción para tus ojos, el polo opuesto para el imán de tu
mirada, la roja tela por la que viertes roja vida. Yo/tú, contraposición y
engarce, aborrecimiento y atracción innata, rojo chino para el farol de la
redonda visión de un mundo que aplaude tu muerte.
Soy el polvo que revuelves, el polvo futuro de tu inocente potencia, la
arena del rodeo, ceniza del tiempo incinerado. Soy la mano que ondea y
engalana, el paso coreográfico, el giro atrevido del coqueteo sagitariano en
este dúo de humanas intenciones jugando con la irracionalidad de tu fidelidad
animal, de tu entereza ajena al show y a las apuestas.
Soy la lágrima infantil, los dedos cubriendo el rostro, soy el grito
ahogado, el grito grito. Soy la euforia y el parpadeo continuado, soy el
pañuelo de damas y el sudor de los esposos.
El sol soy, que te abrillanta el pelo, luminaria natural para esta forzada
despedida, soy la derrota en el ruedo, la agonía en el ruedo... soy tu
violencia obligada, tu destreza y torpeza, tu acierto y el error que te
condena.
La taquicardia, el gemido, el orgásmico clavo que atraviesa la caliente
piel de tu bravura. Agitación, puntería, el blanco que te evade y te
revienta, el blanco inteligente que no juega limpio en medio de la pradera,
que no se funde en la inmovilidad de un impresionista cuadro, ni en Soroya.
El alma que se distancia y te nombra, soy el cuerpo desalmado.
Vino tinto seco en la garganta, sequedad tensora, desierto de esperanzas
soy para tu exquisito cuerpo diseñado.
Tarros de cerveza, espuma en tus tarros de fiera incitada y molesta,
cautiva y sola.
Soy el ambiente de tu último día, soy Dios.
II
Es el toro la expresión salvaje del torero, la imagen silente que se
enfrenta al lenguaje de un cerebro articulado.
La gala comienza al comprobar que la hermosura tortura el ego de ambas
partes que son una. Torero no aguanta la mirada redonda, toro no soporta el
parpadeo.
Enfrentamiento interno, duplicación concreta y materializada del espíritu
iniciático, de la encarnación pasada contra esta nueva existencia que
domina.
Conciencia de muerte que se impone a la ingenua jugada defensiva del animal
caliente, del animal herido.
III
Cuando el torero ofrenda un orgullo gestual preconcebido, vendida imagen de
superioridad innata. Aniquilamiento como objetivo ante el opuesto fin de la
defensa llana y la supervivencia animal ante una agresión inesperada.
¿Habrá un Nirvana para el toro..? ¿En algún círculo del Dante yacían los
toreros enaltecidos y sanos... sordos de aplausos y de llantos?