Letralia, Tierra de Letras
Año VIII • Nº 107
19 de abril de 2004
Cagua, Venezuela

Depósito Legal:
pp199602AR26
ISSN: 1856-7983

La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet
Artículos y reportajes
Sergio Badilla
y su transrealidad poética

Elena Klein

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Sergio Badilla Sergio Badilla ha sido un poeta que ha seguido siempre su propio camino elegíaco, aunque él se considera epígono de reliquias y de íconos en la paganía literaria del siglo XX, su entramado lírico es muy sui géneris: ha dado cuenta de una exclusiva y transmisible visión analítica del mundo, significativo e imposible, de su propia teogonía, de su para-realidad, con taumaturgia paradójica y desacralizadora. Él es, en sí, un sujeto irreverente, un citadino hostil del mundo, un europeo nacido en Valparaíso, afincado, hoy, momentáneamente, en una comisura del smog de Santiago de Chile, pero que bien podría ser cualquier otro rincón del universo.

La poesía de Sergio Badilla asalta los límites del símbolo y los linderos de los estatutos cotidianos con que se nutre y se funda diariamente el lenguaje, combina la delicadez del término con la expresión habitual del coloquialismo nómade y la validez del signo lingüístico, descontextualizándolo. Articula y urde sus múltiples tramas poéticas, buscando la reversión de la apariencia, sus contradicciones, sus metaverdades, para que éstas se muestren, en rigor, desde el propio interior del signo.

En su obra La morada del signo (1982), cuyo nombre desde el inicio nos hace gestos sugerentes de la posterioridad, de lo coexistente, de lo material, de lo supuesto, respecto de una corpulencia filológica, la otredad, o la heterogeneidad de los elementos probables, no se menoscaba en un transigente trazo retórico, se afina, se bosqueja, se realiza y da pábulo a representaciones tributarias que se asientan como componentes legítimos de esta nueva materialidad.

En esta antisignificación, las representaciones construidas por Badilla sustituyen a veces al objeto, al fenómeno o a la acción misma, incluso con relación a su género. En Cantonírico (1983), Badilla es un desbaratador escrupuloso de los enunciados, porque erige y articula poesía desde una legitimidad alterada, que no corresponde en absoluto a la desfiguración onírica de la subrealidad, que esfuma, que es evanescente, que evapora la certidumbre desde íntimo, sino la del transrealista, es decir, de aquel que se ubica al "al otro lado" de la materialidad, más allá de la realidad, pero siempre en ella, y a partir de allí constituye y funda su propio lenguaje poético.

De esta manera, con un impulso del yo lírico que pone en el centro de la representación, de la escena poética, al hechizo de lo cotidiano transformado en transreal, la certidumbre es vista como una entidad incesante y abordable. Es en ese territorio, ciertamente, donde el epítome lírico, el infinito y el texto coinciden, como si tratase de una encrucijada que escapa a lo fortuito y donde se encuentra la médula de la poesía badilliana. Las imágenes aunque eufónicas no pretenden generar ritmo, sino continuidad entre la certitud y la no certitud lírica, de manera de permitir, al sujeto comunicado, desentrañar contornos o generar unidades líricas y contextos admisibles.

 

Reverberaciones transreales

En Reverberaciones de piedras acuáticas (1985), el poeta reconstruye o refunda el vacío; por ejemplo, en el poema "Antinabo", al decir "Aquel que corre en la mañana / contingente a la transitoriedad del agua / que va a la alcantarilla / como tajo al otro universo de todos los días / la lluvia pisoteada / debajo de un paraguas distinto...". Hay señales manifiestas de transrealidad, de una existencia otra, o más bien, una íntima otredad posible de sentir, de palpar, en la inmediatez lírica. También nos enfrentamos a una "temporalización" de una o varias realidades simultáneas.

Una similar cogitación se podría hacer con "Poema óptico" en el cual el poeta recupera o instaura el desdoblamiento de la realidad frente a una presunta vacuidad: "Mi ojo tangible / mis debilidades / este terrón de sal / no son más que una sombra de mi mísmo..."; de nuevo Badilla nos acopla con la potestad de la transfiguración, al unir los elementos tangibles de su certitud con el desdoblamiento de su específica condición humana. En sí habría que colegir que las imágenes que delimitan y sustentan la poesía de Sergio Badilla no están dirigidas a establecer un vínculo entre dos o más realidades simultáneas, sino a presentárnoslas como una sola entidad con muchas caras.

La poesía transrreal desde el punto de vista permutador no hace concesiones a una especificidad objetiva, pero sí al ejercicio sensorial y perceptible que no puede evidenciarse por sí mismo en la mera certidumbre de lo real por la simple articulación ojetivizante de la razón.

Así, en esta transrealidad los sentidos columbran, imaginan, descubren un mundo ya realizado y forjado por el autor. En esta poesía perseverará el enigma de la realidad en una cercanía lírica con la inmaterialidad que propone el poeta, cuando construye su cosmos, que tiende a lo quimérico, a lo utópico, a lo irrealizable.

Como adjunto a la mística, lo adjunto a lo iluminado es parte de la filosofía y de la creación, la poesía de Sergio Badilla en este sentido es transcendencia de lo transreal, parte de un vacío existencial que se emparenta con el existencialismo heiddegeriano y con su propio circunstancialismo; un vacío entonces de la existencia del propio ser.

 

La inmaterialidad y la transrealidad

El poemario Cantonírico (1983) es un manojo de textos donde la lumbre existencial emite preguntas, interrogantes circulares que nos arrojan imágenes cargadas de sapiencia y madurez: es en esa demarcación lírica construida con un lenguaje emancipado en cuanto a la palabra y al signo, ciertamente, donde el extracto poético, el sujeto lírico imperecedero y la propuesta transrealista de la obra convienen simultáneas, y crean su propia sincronía como si operase un cruzamiento que, por cierto, es deliberado. Aquí las imágenes poseen una refinada vinculación con el mito, la gesta y a veces la fábula; el lenguaje se distorsiona para dar cabida al artificio o para romper la obligatoriedad de la tautología del género que impone su cualidad a la subjetividad buscada por la ambigüedad del sujeto lírico.

En la poesía de Badilla la atisbadura de lo habitual tiene conexión con lo imaginario, con lo inmaterial o con lo prodigioso y así se refleja, primordialmente, en Terrenalis, en la Saga Nórdica. Los sujetos líricos oscilan entre la presencia legendaria o mitológica a la comparecencia realizada, ontológica, cuya imagen se transforma en esta transfiguración como la alegoría de lo discrepante, del simulacro, de la antipropiedad, del desatributo. El lenguaje deliberadamente se disloca para dar continuidad a sus texturas, a su conformación lírica, a su poética.

Tal vez su obra más depurada donde se pincelan las imágenes con la paletada de un vate maduro que maneja con hondura, solvencia y regocijo su poética, su idioma, está en La mirada temerosa del bastardo (2002) donde el propio título es un desafío esplendente que se relaciona con la época de arrogancias y vacuidades con las cuales tropieza el poeta en su diario devenir. El bastardo es la encarnación del excluido, del espurio, de la irreconciliación entre espacio y tiempo y de la adulteración de la época como paradigma. En esta innaturalidad, Badilla, con lenguaje y poetizar sublime, no tiene ganas de distinguir realidades o para-realidades. Todo es un interminable collage de fragmentos de una misma historia en un universo desplazado de su eje. Un mosaico que puede mostrar los desperdicios, los desechos de la época con espléndido acento, casi con una inflexión de castidad que es capaz de ritualizar los detritos con una refinada retórica.

 

Un universo transreal

El mundo transrreal de Badilla puede apreciarse como una unidad conjeturada y quimérica donde todas las entidades se realizan. En esta para-realidad se excede la contradicción entre lo real y lo ficticio, entre lo truncado, lo inconcluso y lo permanente. Todo está expuesto a la destrucción, a la corruptibilidad y al menoscabo. De allí brota un arte de consolidar la existencia de los sujetos y parajes líricos, certeza e identidad que no busca dar legitimidad ante nadie ni nada, porque todo se sustenta asimismo en esta transrealidad, con sus propias formas, sus cánones irregulares y extradimensionables, sus cualidades y lenguajes.

Habría que añadir algunas consideraciones que hace el crítico Omar Pérez S. a la obra de Badilla: "Las asociaciones de correspondencia que se pueden hacer de la obra de Badilla, que para algunos críticos, como Sun Axelsson o Carlos Olivárez, representa la epifanía de una voz latinoamericana tremendamente europea, que está emparentada con la obra del finlandés Pentti Saarikoski, el sueco Tomás Tranströmmer, el español José Hierro y el chileno Gonzalo Rojas. No es extraño tampoco encontrar la amargura de Wisoski, el ruso ejemplar que destroza el vodka y la antipatía de un sistema o el brochazo delicado de un finlando-sueco como Elmer Diktonius".

Olivárez también añadió su porción a esta mirada al establecer que la poesía de Badilla era "la yuxtaposición tumultuosa de mundos grotescos donde la poesía saltaba airosa como revelación conciliadora". La confidencia fenomenológica de la poesía badilliana es hacer posible conocer, con el prisma de la insatisfacción, realidades esperpénticas, pero con una muy bien texturada belleza, donde la reversión de la verosimilitud, sus contradicciones, sus estambres, se exponen con destreza y maestría. Sobre su obra primigenia Willy Granqvist, el poeta sueco ya desaparecido dijo, en la década de los ochenta: "Badilla desde su arranque escudriñó la imagen en su más íntima morada, dispuesta en su absoluta unidad, sin dar pábulo a reparos, ni hacer concesiones modales o pirotécnicas".

 

La proposición transreal de Badilla

Repecto a su propuesta transrreal, Sergio Badilla ha establecido: "En la poesía de la transrealidad lo presente, lo real o lo inmediato tienen un valor similar a lo que no es y que al mismo tiempo, es, por el solo acto de coexistir. El sujeto temporal o lírico se relaciona sincrónicamente con un no ser simultáneo, siendo. Todo lo real, lo que no fue y pudo haber sido y lo colateral, siendo, en la virtualidad, en la sospecha o en el simulacro, también son transrealidad. La decisión de optar o decidir por una realidad o un discurso no significa que no existan otro tipo de legitimidades, es lo que se abandona, pero que nos destella, nos relampaguea, o se sustenta en su opacidad, en su implosión, en el mismo instante en que existimos frente a una realidad o ante un texto. La objetivación de un hecho pasa necesariamente por la delimitación de mi subjetividad que está sometida permanentemente a la paradoja de tener que elegir u optar, pero esto no significa que la elección hecha sea la más afortunada o la más desgraciada, o que por el hecho de preferir algo haga mi selección entre todas las opciones posibles. El contexto, los sistemas de pensamiento y hasta los sentidos nos condicionan, incluso el tamiz "logicista" y sistematizador de nuestra propia y peculiar razón nos impiden relacionarnos con la totalidad".


       

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Creada el 20 de mayo de 1996 • Próxima edición: 3 de mayo de 2004 • Circula el primer y tercer lunes de cada mes