Dramáticamente,
la sociedad actual se orienta a la tecnificación de gran parte del quehacer
humano. En todas direcciones encontramos que la historia de una vida se puede
resumir en una cantidad de información limitada, que forma parte de un banco
de datos en el que se registran centenares o miles de existencias, seriadas en
orden alfabético o por cualquier otro rango muy ajeno a su propia
esencialidad como sujeto.
La inmersión en el anonimato, en la masificación de las personas, resulta
ser la tónica habitual en estos tiempos del individuo medio de cualquier
sociedad occidental. El individualismo en el campo del estudio tecnológico ha
dado origen a generaciones de "especialistas" en acotadas áreas de
la técnica; sin embargo, esta predilección epistémica deja en una posición
bastante desmejorada a las ciencias humanas, pues el aporte que pudieran
brindar al hombre no tiene mayor importancia en la vida cotidiana.
Nietszche presagiaba esta situación en su Voluntad de poder cuando
señala: "No es la victoria de la ciencia lo que caracteriza a nuestro
siglo XIX, sino la victoria del método científico sobre la ciencia".
Desde este mismo punto de vista, Martin Heidegger apunta, en su ensayo La
procedencia del arte y la determinación del pensar, que el método
permite proyectar anticipadamente el mundo, basándose en la
"calculabilidad" de todo lo que es accesible y confirmable a través
del experimento.
Dicho de una manera distinta, el objeto a investigar queda relegado a un
segundo lugar y sin ser examinado, lo cual deriva en la conclusión de que lo
que es verdaderamente real es aquello que es científicamente comprobable,
otorgando de este modo la certeza de dominio, de "control" del mundo
por parte del hombre, que se realizaría por medio de la información en la
medida en que el proceso "notifique" al que controla (en una especie
de feedback), creándose un "círculo reglar" en el que se
dan la automatización y la autorregulación del movimiento. Heidegger
advierte que pese a este despliegue, el hombre sigue siendo considerado un
elemento perturbador, porque la tecnificación de la sociedad actual no puede
dar cuenta todavía de la existencia del ser humano, manteniendo una
posibilidad de subvertir dicho orden dentro del cautiverio de las
probabilidades calculadas.
Siguiendo a Heidegger, el hombre posee la potencialidad de ejercer una
acción destinada a su liberación, que no puede ser sólo producto de su
esfuerzo pero tampoco puede ser posible en su ausencia, puesto que se requiere
cambiar la relación entre hombre y mundo. Se hace imperativo dar una vuelta
atrás, un regreso a los orígenes de la civilización humana e involucrarse
con aquello que permaneció impensado hasta hoy.
El presente trabajo crítico pretende adentrarse en este último aspecto,
utilizando como hilo conductor las concepciones de Giambattista Vico y las
consideraciones que hace Ernesto Grassi,1 puesto que pensamos que
el humanismo viquiano puede dar el acceso al conocimiento más detallado de
cómo se produjo el proceso de sobrevaloración del cientificismo por sobre la
esencialidad emotiva o subjetiva, en cuanto sujeto y esencia. Vico, ya en la
segunda mitad del siglo XVII, advertía de esta discriminación, que fue el
fundamento de toda la filosofía moderna. También, dentro de los propósitos
que nos hemos fijado, discutiremos la preponderancia que le asignamos a la
actividad ingeniosa y fantástica del lenguaje como una forma de comprender la
esencialidad humana y la construcción de la comunidad, sobre la base de las
necesidades y del trabajo material y espiritual, explicando cada uno de estos
aspectos.
Por otra parte, distinguiremos esta actividad no como un producto del
subconsciente freudiano ya sea de la sublimación o de la represión (que es
como explica el origen del arte), sino como proceso ontológico e histórico.
Como resultado de ello, examinaremos la posición del hombre con respecto a la
naturaleza, de la que pareciera que nos alejamos cada vez más en directa
proporción con la sofisticación tecnológica. Por lo tanto, nuestro examen
tiene un alcance y una intención que pone en cuestionamiento a la episteme en
su totalidad.
Nuestro objetivo es dejar constancia de la validez de los planteamientos de
Vico en la sociedad actual, en un intento por volver a valorar a las ciencias
humanas; sobre todo, tomando en cuenta lo que es la experiencia estética
desde los criterios de la fusión de horizontes de Gadamer (el encuentro del
plano de la producción y de la recepción). Vemos en ello un trabajo
espiritual exclusivo del hombre que nos impulsa a especular con respecto a la
liberación de todo el humanismo que guarda silencio en soterrados espacios, a
los cuales ha sido relegado por la sobrevaloración del aspecto científico,
de la información y del intento de la homogeneización y la adquisición de
modelos de vida de las grandes potencias económicas sobre los demás países,
transmitidos mediante la globalización.
Acerca de la preeminencia del lenguaje racional
Vico fue muy claro al contraponer a la filosofía crítica, que para él
estaba representada en la figura de Descartes, lo que llamó "ars
topica" o filosofía tópica. Desde este punto de vista, la tradición
filosófica occidental estableció una distinción entre el "discurso
retórico-patético" y el "discurso lógico-racional",
otorgándole a este último un privilegio que el otro no poseía. ¿En qué
consiste tal diferencia? ¿Qué virtudes posee uno y qué defectos o carencias
tiene el otro?
En términos generales, podemos mencionar que los objetivos de ambos
discursos difieren radicalmente. Para el discurso retórico, el objetivo
central es mover las almas, actuar sobre las emociones o pathos,
instintos o pasiones sin pretender justificar nada racionalmente; por el
contrario, el discurso racional alcanza su efecto palpable y vinculante a
través de la demostración lógica, es el proceso deductivo cerrado en sí
mismo y que no admite ninguna intervención que no provenga de la deducción
lógica. De aquí que el discurso retórico, en tanto patético, no tenga
ninguna incidencia posible dentro de las ciencias.
Descartes conscientemente excluyó a la retórica de la filosofía, pues a
ésta la entendía como la búsqueda de la verdad y su labor como filósofo
era mostrarla o explicarla, pero bajo ningún punto de vista expresarla de una
manera "bella"; en consecuencia, la retórica era una manera de
hablar imperfecta, imprecisa y peligrosa puesto que podía trastornar el
pensamiento lógico (recuérdese la expulsión de los poetas de la república
platónica). ¿Existe algún tipo de verdad en el discurso retórico? ¿Es
solamente una forma de expresarse "bellamente"? ¿Aporta en algo al
saber?
Si se analiza detenidamente el dualismo entre los discursos, observaremos
que entre sus características el discurso racional es "anónimo",
esto es, cualquiera que utilice el método deductivo y siga las reglas
lógicas puede llegar a constituirlo, los sujetos son reemplazables en el
proceso de razonamiento. Otro aspecto destacable es el hecho de que las
conclusiones son de carácter universal y necesario, y —por tanto— no se
pueden limitar a un lugar o a un período determinados, es decir, el proceso
racional es "ahistórico".
En cuanto a las características del discurso retórico son diametralmente
distintas, puesto que "todo momento patético (en tanto que irracional
y no válido universalmente) resulta subjetivo, relativo, ligado a una
personalidad individual, a un lugar y a un tiempo determinados" (pp.
2-3). A causa de esto, el discurso retórico jamás podrá ser anónimo o
ahistórico, ya que ni la situación ni el orador pueden ser reemplazados. Es
significativo destacar en este punto que el hombre se distingue de las demás
especies por su capacidad de razonar, pero también es cierto que es un ser
que siente, es un ser patético; ello ha redundado en que en la historia dicha
dicotomía no ha sido resuelta definitivamente: el discurso racional brota de
la razón y las pasiones no pueden ser alcanzadas por ella, sino que se basan
en esquemas sensibles que no tienen valor racional.
¿En qué basa Vico su crítica a la filosofía cartesiana y, por tanto, el
discurso racional? Fundamentalmente, ve que el problema radica en la extremada
asepsia que pone Descartes a su método, pues al concebir su verdad primera
libre de toda falsedad o de cualquier sospecha de falsedad, conjuntamente
está arrastrando a las verdades segundas y a lo verosímil con ello. De
acuerdo con este razonamiento, se pueden reconocer tres momentos claves del
método cartesiano:
a partir de su "duda metódica", halla la verdad primera de
carácter universal y necesario (la evidencia), indiscutible e
irreductible de la que habrá de extraer todas las consecuencias
implícitas, por medio de la deducción; en estas circunstancias, es
imposible que pueda existir una opinión divergente;
una vez aceptado el criterio de la preeminencia de la verdad primera, se
sigue que las "verdades segundas" están excluidas. Vico ve en
ellas los principios que conforman las distintas ciencias (principios,
axiomas) que —por lo demás— son reemplazables, y
no ha sido explicado qué entiende Vico por "verosímil". En
pocas palabras, se trata de la esfera de la retórica en la que las cosas
suceden de variadas maneras y pueden ser solamente constatadas
individualmente, pero no como teoría general.
Por otro lado, Descartes no considera a la retórica en la educación; con
todo, Vico advierte sobre los peligros que esto conlleva, porque se está
excluyendo a la "prudencia" y a la "elocuencia" de la
formación pedagógica: "[...] este método de estudio causa entre los
jóvenes el doble inconveniente de no hacerles operar con la suficiente
prudencia en la vida civil y de no darles la capacidad de colorear su discurso
con las costumbres e inflamar los afectos" (pp. 18-19).
Ya hemos mencionado que el método deductivo parte de premisas y deriva las
inferencias implícitas en ellas, pero dentro de este proceso queda fuera el
"valor de verdad" de las proposiciones, ya que sólo importa un
conocimiento formal, o sea, el significado de las mismas. Para llegar a ese
"valor de verdad", habría que examinar la evidencia de las verdades
primeras y para ello tendríamos que asumir a la "intuición" como
criterio último, quedando el discurso racional desprovisto de todo su rigor,
abriendo paso a la influencia de la imaginación. En consecuencia, el discurso
cartesiano se limita a una lógica de las proposiciones, pero no se preocupa
del "contenido espiritual" de las mismas, de este modo el discurso
científico renuncia a la idea de conducir a la verdad de las cosas: "Así
entendida, la ciencia no pretende ser metafísica, y además se considera
libre de los problemas de la vida cotidiana [...]. De esta manera, los
problemas humanos (los que se refieren a la vida concreta) nunca son
reconocidos como cuestiones científicas" (p. 21).
Desde nuestro punto de vista, el discurso científico se hace insuficiente
para dar cuenta de la realidad humana en toda su extensión, pues no puede
reproducir toda la multiplicidad de posibilidades de acciones que conforma una
existencia, siempre sería incompleta ya que no podría conocer todos los
casos.
El poder de la tópica como función filosófica
Aristóteles, al tratar el tema de la tópica, establece que ésta puede
ayudar a reconocer las dificultades que puedan presentarse para solucionar un
problema, tanto para encontrar los argumentos necesarios para el discurso
racional como para la retórica, revelándose la tópica como la doctrina de
la "invención" y a la que Vico atribuye una función filosófica.
En el proceso deductivo, la "invención" se identifica sólo con
el "encontrar" y no se puede escapar a esa identificación. Pero el
problema, según Vico, no reside únicamente en ello sino en la
"invención" de todas las premisas necesarias o verdades primeras,
esto es, la "visión" primitiva, racionalmente indeducible. La clave
del rechazo de Vico hacia el discurso racional y su metodología es que las
premisas originarias son en tanto tales indeducibles, vale decir, por ser lo
que son no se puede jamás descubrirlas a través del método racional: "La
tópica corresponde a la doctrina de la visión originaria de la que proceden
aquellas formas de instrucción y aprendizaje que tienen sus raíces en una
visión y en un descubrimiento primitivos (se podría llamar ‘arcaica’ a
esta visión, no en el sentido temporal del término, sino en el sentido en
que se refiere a los archai u orígenes), en una facultad ingeniosa, es
decir, racionalmente indeducible" (p. 14).
Desde este punto de vista, el "ingenio" se vuelve a lo primitivo,
a lo originario; además, es la facultad que tenemos para comprender, proceso
que es anterior a la deducción (la invención es previa a la demostración),
ya que en la medida en que comprendemos, seremos capaces de deducir
consecuencias.
Es preponderante señalar que en la glorificación de la ciencia actual y
de los procesos que calculan o planifican nuestro futuro, en definitiva
nuestras vidas y los modos de relacionarnos con los otros, se olvida
habitualmente que persiste el problema de encontrar el dato, de
"inventarlo" ya que el círculo reglar, que explicamos al comienzo,
solamente puede elaborarlo y extraer consecuencias de él; por lo tanto, la
esencia del ingenio y la creatividad humana no se puede reducir a la
deducción racional, que está expresada y desarrollada de una manera
imprevisible en los avances de la tecnología moderna.
Referente a la trascendencia de estos asuntos, pasaremos a revisar cómo
interviene el ingenio —al que se suman el sentido común y la fantasía—
en la formación del mundo humanizado. En concordancia con Vico, el mundo
histórico surge del proceso en que se da respuesta a las necesidades humanas.
De aquí surge la idea de intervenir la naturaleza humanizándola, así como
la necesidad de crear instituciones, una comunidad y condiciones de vida en
cuya base se encuentra el "sentido común", también despreciado por
el proceso deductivo.
El "sentido común" es considerado peyorativamente por la
tradición racionalista como un pensamiento "popular" o
"común", en el que se expresa lo mínimo en el entendimiento
humano: "El sentido común representa sólo el papel de una capacidad
natural, no cultivada, preparatoria, a la que hay que convertir en una
capacidad real, expandida, de la razón" (p. 24). En cambio para
Vico, en el sentido común se encuentra el ingenio, que es la base del mundo
humano, al cual le atribuye una función inventiva pero no deductiva o
racional.
Mediante el ingenio —que es parte, lo mismo que la "fantasía",
desde el inicio del conocimiento y de la formación del mundo humano—, se es
capaz de establecer relaciones conectando cosas que al hombre común le
parecen fragmentarias o dispares ("similitudes"): "El
ingenio es la habilidad para revelar la similitud como un elemento común en
las cosas, y en tanto que tal alcanza la universalidad" (p. 25).
Así, ya que es exclusivamente sobre la base de las similitudes creadas en
donde se puede hacer una transferencia, Vico indica que la facultad ingeniosa
es constituyente del pensamiento metafórico ("metáfora", según
Aristóteles, es la capacidad de ver similitudes). El objetivo de la actividad
ingeniosa es proporcionar al hombre todos los elementos que le son necesarios
y útiles. Falta ver cómo contribuyen al sentido común el ingenio y la
fantasía; Vico comienza su análisis definiendo que "trabajo" es la
actividad destinada a satisfacer las necesidades humanas.
El primer acto humano consistió en la modificación de la naturaleza para
crear el primer asentamiento propiamente humano y que sirvió de sede para la
comunidad; de lo que se sigue que el trabajo no es solamente una actividad
mecánica, sino que una función de asignar significado a los objetos de la
naturaleza y la manera como usarlos: "Al establecer las relaciones
(las similitudes) entre lo que el hombre necesita [...] y lo que sus sentidos
le dicen sobre la naturaleza en cada situación específica [...], el hombre
lleva a cabo la transferencia de significados que le conduce a la acción
adecuada [...]. Este es el significado del trabajo" (p. 28). El
establecimiento de relaciones y la transferencia de significados desde los
sentidos, es una actividad ingeniosa y fantástica; por lo tanto, no es en la
órbita del pensamiento racional en que funciona el sentido común, sino que
en la estructura ingeniosa del trabajo, y de esta forma adquiere un carácter
inventivo.
Hay que aclarar que el trabajo —y bien vale mencionarlo en una sociedad
que se caracteriza por su tendencia al consumo— no se resume en la
satisfacción de una necesidad material, también aquí están considerados
los trabajos de orden espiritual que no tienen relación con la inmediatez o
la urgencia del hombre frente a un requerimiento o a la adquisición de un
bien con valor de cambio. Otro aspecto relevante es que: "Sólo el
trabajo es capaz de probar la objetividad de la actividad ingeniosa y
fantástica; el trabajo pone de manifiesto si las relaciones establecidas se
han demostrado subjetivas al fracasar u objetivas al tener éxito en conducir
a un resultado. Es también mediante el trabajo como se revela la objetividad
de la naturaleza, pues nada más que el trabajo nos proporciona la experiencia
de que no podemos tratar a la naturaleza de una manera arbitraria"
(pp. 28-29).
Si retomamos los conceptos vertidos hasta ahora, advertiremos que la
fantasía es el canal mediante el cual el ingenio crea metáforas o relaciones
originales producto del trabajo. De este modo, lo fantástico contiene y
circunscribe dentro de sí una multiplicidad a través de una imagen y expresa
la esencia en términos universales: "Esta visión representa al mismo
tiempo la figura ejemplar y la figura alegórica. Las imágenes de la lógica
poética son la expresión del acto fantástico mediante el cual se manifiesta
la relación entre ‘cosas que están lejos las unas de las otras’ [...].
Ésta es la realización de la lógica de la fantasía" (p. 31).
Repasemos brevemente lo que hemos anotado hasta este punto. En la sociedad
tecnificada actual se ha dejado de lado todo aquello que no sea producto de un
proceso de deducción o racional. Este extravío se debe a lo que anunciaba
Nietszche y que Heidegger estudió con detención. La gran crítica de Vico al
racionalismo se resume en que no existe un valor de verdad en las verdades
primeras, todo queda en la formalidad de la lógica que poseen las premisas; a
ello opone la capacidad del hombre de establecer relaciones entre distintas
cosas que parecen dispares (metáfora), que es una función propia del ingenio
y la fantasía cuya manifestación concreta se logra a través del trabajo
cotidiano y espiritual. Como sugiere Grassi, "hay que poner la lógica
de la fantasía en la conexión más estrecha posible con el trabajo en tanto
que humanización de la naturaleza; de lo contrario, habría que definir la
fantasía y sus productos como actividades ‘irreales’ que alejan de la
realidad histórica" (p. 33). Por último, el ingenio, la fantasía,
el pensamiento metafórico y analógico, pertenecen a la naturaleza original
del ser humano y al trabajo, en cuanto realización del sentido común en una
sociedad como la contemporánea.
La experiencia estética y el humanismo
Es cosa sabida que la experiencia estética no es propia de todas las
manifestaciones artísticas. En literatura, por ejemplo, se debe comenzar por
un "pacto de lectura" que involucra al receptor de la obra de manera
directa y al productor de la misma, de modo más indirecto. El primero tendrá
que comprender que "lo contado" forma parte de un nivel que va más
allá de lenguaje comunicacional, donde los referentes pertenecen al entorno
concreto; los contenidos de verdad o falsedad de las afirmaciones quedan
suspendidos y los agentes de la comunicación —emisor y receptor— sufren
una transformación ontológica, pues son parte de la misma sustancia del
lenguaje. Desde esta configuración, los referentes están circunscritos a la
propia naturaleza óntica de los agentes; una vez que se lleva a cabo dicha
mutación, se produce un "encuentro" o "fusión" de
horizontes —según Gadamer— entre el polo poiético y el polo de las
expectativas, correspondientemente a autor y receptor. Es en este espacio
ideal en que se produce la experiencia estética.
De inmediato nos surgen las interrogantes, ¿de qué manera se relacionan
las tesis humanistas de Vico con la experiencia estética?, ¿es quizás la
experiencia estética una muestra indiscutible de humanismo?, ¿cómo la
experiencia estética nos puede conducir, si es posible, a la liberación de
la tecnificada sociedad actual, en que se privilegia el discurso racional al
retórico?
Trataremos de dar respuesta a cada una de ellas. Como indica Grassi,2
el arte pretende reconquistar la visión y la comprensión de lo originario,
retrotrayéndonos a experiencias inmediatas que resultaron del encuentro con
la naturaleza y una realidad extraña. La naturaleza se torna rara e
incomprensible y, por tanto, mediante la empeiria (el empirismo) nos
damos un orden que no necesariamente coincide con el de la naturaleza. Esta
selección precaria nos permite comprender lo que nos rodea de una forma más
o menos adecuada a nuestra necesidad más inmediata.
No obstante, nuestro distanciamiento de la naturaleza se hace cada vez más
abismante, debido a la tecnificación del quehacer humano, sobre todo en el
ámbito de las comunicaciones, en el contacto con los demás. La adquisición
de modelos de vida foráneos, de relativa permanencia en el tiempo, nos ha
sido impuesta por las grandes potencias económicas mundiales gracias a la
Internet (mass media). El fenómeno de la globalización y la tendencia
a la homogeneización de los países más vulnerables —desconociendo sus
culturas locales—, nos ha mantenido alejados de los "principios
originarios", el humanismo ha perdido terreno frente a la exacerbación
del discurso racional (el feminismo hablará del discurso público o
patriarcal), que es la vara que mide todas las cosas que constituyen el mundo
humanizado o cultural y la naturaleza.
La naturaleza no se da de manera espontánea, exige una actividad para
captarla, pues es sólo una multiplicidad de impresiones sensoriales para
nosotros. El contacto que podemos establecer con ella es mediante la empeiria,
que pretende ser un modo de trascender lo sensorial, y que debe asentar un
referente a fin de elegir los fragmentos del mundo que estamos seleccionando.
Este proceso es connatural al ser humano que trata de explicarse su entorno y
la posición que tiene en relación con la naturaleza. El discurso retórico,
que fue expulsado por Descartes del mundo de la filosofía, posee las
características imprescindibles para penetrar por la senda de la experiencia
estética. El hecho de que se pueda acceder a este tipo de experiencia, da
cuenta del trabajo espiritual del hombre; sin embargo, creemos que más
trascendente que eso es el que nos pongamos en contacto con los orígenes del
conocimiento y con la esencialidad humana, vinculándonos con lo universal y
trascendental desde nuestra posición transitoria y breve.
La experiencia estética usualmente se relaciona con la aceptación o el
rechazo, el placer o el displacer. A propósito de lo previo, es relevante
tener en cuenta que el "éxtasis" —en palabras de Grassi— o
salirse de sí mismo no es un fenómeno que se produzca a escala psicológica.
Para explicarlo es necesario tomar en consideración previamente algunos
aspectos teóricos.
Grassi hace la aclaración de que Heidegger nunca tomó una posición
explícita frente a la teoría de Freud, no obstante, Medard Boss escribió
una obra titulada Bosquejo de medicina y psicología, el cual contó
con la anuencia del famoso filósofo al menos en lo que respecta a la teoría
del subconsciente, de la conciencia y del yo. Boss, según Grassi, comienza su
crítica a Freud y a Jung señalando que tienen una comprensión inadecuada de
los tres conceptos que ya aludimos, pues ambos presuponen que la psique es una
realidad independiente, objetivizada.
Agrega que esto impide la clarificación de los conceptos, ya que la
concepción del yo parte de una abstracción derivada del
"ser-en-el-mundo" cotidiano y concreto, en lugar de ser fenómenos
que pertenecen al Dasein heideggeriano (el ser-ahí, la existencia).
Boss propone una definición del yo, que consiste en que: al decir yo
estoy refiriéndome a aquella criatura que presenta algún comportamiento
frente a estímulos exteriores o interiores, cuya estabilidad de hombre como
tal sólo puede acontecer en la forma de una maduración temporal de la
existencia; a esto Grassi le suma la aclaración de que se trata de la
auto-temporalización del Dasein.
Con el afán de hacer más claros los conceptos vertidos, es necesario
hacer una distinción entre la "explicación causal" (relación
mecánica de fenómenos, ordenados como serie) y "explicación
motivacional" (frente a estímulos específicos presenta significados
diferentes y para comprenderlos es requisito conocer los códigos en que
surgen, y el descubrimiento de ellos es tarea de la "semiótica").
En cuanto a la temporalización, ésta presenta dos posibilidades: es
"lineal" en la esfera causal, pero no da cuenta de la secuencia del
motivo o significado de los fenómenos, y es "cíclica" cuando los
eventos biológicos se comprenden en referencia a los fines (telos).
La diferencia entre la temporalización biológica y la del Dasein
se centra en que los "signos directivos" (necesidades básicas) de
la primera son inmediatos y característicos de cada género y especie; en
cambio, en la esfera antropológica, los signos directivos (imágenes
semánticas o ideas) no son inmediatos para descifrar la realidad, es decir,
la auto-temporalización tiene un carácter histórico: "Es
precisamente gracias a la presencia y ‘puntualidad’ inmediatas de los
signos ‘directivos’ como la esfera biológica tiene un carácter
completamente diferente que el ‘ser-en-el-mundo’ del Dasein, que
tiene un carácter histórico" (p. 125).
En definitiva, se puede tener conciencia de sí mismo o de la existencia en
referencia a algo que no sea yo (analógicamente, el reconocimiento del sujeto
en virtud de que no es otro dentro del desarrollo psicológico del niño
lacaniano) y adquiere significado solamente como resultado de la experiencia
del yo como individuo, en la medida en que es tarea de la existencia humana
individual otorgar significado a lo que nos revelan los sentidos. Por lo
tanto, la experiencia estética no se reduce a lo psicológico, pues desde
este contexto nos referimos al sujeto como una entidad (en función de la
existencia ontológica) capaz de lograr el desplazamiento de su yo fuera de
sí mismo, dislocación espiritual que no le permitiría volver a ser el mismo
al ponerlo en contacto con lo universal, con la naturaleza.
La experiencia estética es un trabajo, no como lo entendía Marx. Para él
era la superación de lo inmediato a través de la actividad creativa, lo que
deriva en la apropiación de la naturaleza por parte del hombre; no obstante,
tal apropiación es concreta en la medida en que la naturaleza se somete a la
transformación y permite superar la inmediatez. El trabajo para Vico es una
modificación del impacto directo e inmediato de la naturaleza, modificación
que no hace al hombre metabolizarla sino que alejarse de ella. El ser humano
construyó su mundo adaptando la naturaleza a sí mismo, esta intervención
permitió a la humanidad autoafirmarse como tal. Entonces, si había una
constatación de la humanidad en el trabajo, ¿es posible recuperar el
contacto con la naturaleza mediante el trabajo o la experiencia estética?
Hay que recordar que el trabajo es el medio de probar la objetividad de la
actividad ingeniosa y fantástica. De aquí podemos examinar las tres
funciones de la "fantasía": primera, es en ella y a través de ella
que el hombre experimenta su propia libertad, y se aleja del temor que causa
la naturaleza en sí (lo que queda fuera del "lichtung"
heideggeriano); segunda, obliga al ser humano a temer de aquello que no tiene
significado inmediato y —consecutivamente— lo empuja a crear conexiones y
analogías que le permiten modificar la naturaleza; y tercera, "es ser
el primer factor originario que da un significado al trabajo [...]"
(p. 67), en que surge el elemento exclusivo del hombre que es la experiencia
del "misterio" de la naturaleza.
Continuando con nuestra línea de pensamiento, vemos que el problema
fundamental de Vico era el develamiento de las raíces (archai) de la
historicidad del mundo humano. La experiencia estética, desde esta
perspectiva, es una forma en que la actividad ingeniosa y fantástica del
discurso retórico-patético se pone en juego en la medida en que el trabajo
—en este caso interpretativo y creativo de la imaginación— se alcanza,
saca a la luz los principios semánticos que están en las bases de la
"humanización" de la naturaleza y —por qué no agregarla— de la
sociedad, entendida como la porción de naturaleza humanizada.
En consecuencia, la "humanización" e "historización"
de la naturaleza se logra en el "éxtasis" de la experiencia
estética, en donde se pueden reconocer los modelos originarios de las cosas, pues
"el mundo humano no surge sobre la base de una derivación racional a
partir de primeros principios, sino más bien a partir de un acto
auto-realizativo del ingenio que siempre brota de situaciones concretas; esto
implica el repudio de la primacía de la filosofía deductiva y racional y del
concepto tradicional del pensamiento científico" (p. 118); con lo
anterior, queremos establecer la opinión de que no es posible dejarnos
arrastrar por la tendencia epistémica actual, sin antes recordar que ante
todo está el ser humano. La experiencia estética, en este sentido, es
fundamental que sea parte de la existencia de las personas y de su
espiritualidad. No se trata —en ningún caso— de hacer disquisiciones
eruditas de tal experiencia, sino que involucrarla en nuestra vida cotidiana
como un valor a transmitir a las próximas generaciones.
Al encontrarnos en tal situación, por último, somos parte de una
experiencia "religiosa", en el sentido del término latino "religare"
(volver a unir o ligar), en que el archai del mundo se nos
"presentifica" o hace inmediato en la percepción de lo estético,
implicando toda nuestra existencia en el ámbito físico y metafísico. Es
significativo señalar que una perspectiva teórica esencialista y metafísica
de la humanidad en medio de una sociedad postmodernista, postestructuralista y
globalizada puede ser puesta en tela de juicio; sin embargo —a nuestro modo
de ver—, creemos que resulta meritorio el intento de una reflexión en
relación con el valor humano y estético de las circunstancias cotidianas.
Grassi,
Ernesto: Vico y el humanismo. Ensayos sobre Vico,
Heidegger y la retórica. Barcelona, Anthropos Editorial, 1999. Todas
las citas pertenecen a esta edición, de las cuales sólo indicaremos el
número de la página entre paréntesis. Regresar.
Cfr. Grassi, Ernesto: Arte y mito, Buenos Aires, Nueva
Visión, 1968. Regresar.