En un rincón
se cuentan los dientes dorados del verano
La revancha de las horas era un racimo de seda
en el calor de los patios
Tiempo lento, sol de nido bajo en la mediasombra
de las piedras
Tiempo sin hambre, seno voraz en brazos de un reflejo
Levadura de junio entre los arcos de lo que ya no existe
Toda la noche han segado el silencio
los mismos que un día sembraron la huerta
en el fiel oratorio donde rezan las sombras.
Toda la noche es parir sin descanso
en la más dócil carencia del sueño
y al fin quedarse en la piel que no pesa.
Nada es hasta el grito
nada es un lugar sin el hambre
Ni siquiera los días que encierran lo incierto.
Acallarse
cuando nace la rama
aunque a ciegas nos llame la sangre
y estar vivos, sea
respirar esta luz
que han dejado los muertos
afilados y amargos en la tierra caliza.
alumbra la llaga
sin el cuerpo
quema la forma.
No me señalo
sé que olvido
esta piedra
Luz y Espina
Duermo en el mármol fecundado por la noche
duermo la noche habitada por la luna
en la vulva del día y en los peces calientes
en la seda olvidada del mar
y en la infancia de armarios y lutos
En el pie clandestino que cruza las calles
en los puentes mendigos
en la arteria perdida en las nubes
en el rostro perverso del agua
donde el tiempo devora mis brazos
y en las fuentes con sabor a hoja blanca
Duermo en la negra ventana sin techo
y en la crin que retoza en la hierba.
Duermo Duermo
terrible y extendida
sobre el increíble zarpazo de la muerte.
Todas nuestras maletas son lejanas
nos las devuelve el mar
escoltadas por la sombra de lo perdido
Regresan sepulcrales como un eco de paja
a la memoria cavernosa de los días
Vuelcan su absurdo contenido en las arenas
sin que podamos reprimir el llanto
ante su vértigo
y las miramos
con los ojos perplejos
de quien no quiere mancharse de silencio.
Me llama como en una pesadilla
Bukowski está escribiendo al borde de la cama
con la cerveza apoyada en el suelo
y los calcetines sucios.
Al otro lado de la calle pasa una estrella
forrada de papeles de periódico
Bukowski escribe;
He visto una estrella vagabunda
venía con su pitillo encendido
y una mancha de hambre en el pecho.
Subterráneas las sombras van cayendo en las aguas
sobre un lecho de luz y silencio varado.
Un racimo de nubes emerge entre los pájaros
que aguardan como esponjas la claridad nocturna.
Ha llegado la hora de los cristales húmedos
que atraviesan las rocas de este jardín sin párpados
ha llegado la luna con su tela esmaltada
escapando al bostezo de las últimas aves.
Y mis manos de musgo se han quedado desnudas
a la espera del ramo que elevase los puentes.
Dos caballos azules, un desteñido soplo
un visillo de hojas sobrevolando el templo.
Y los cisnes, como arpas sedientas de topacios
me han dejado en las sienes un destello de sangre.
Y mi cuerpo de azufre y mis venas de invierno
se han hundido en el fondo de este lago sin tiempo.