Letralia, Tierra de Letras
Año VIII • Nº 108
17 de mayo de 2004
Cagua, Venezuela

Depósito Legal:
pp199602AR26
ISSN: 1856-7983

La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet
Letras
Tres textos
Silvia Haydée García

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Tus caricias

Me dejaste sola. Siempre dos días antes de cada ochenta y pico hacías lo mismo. Sin embargo, cuando se acababa el ruido y las burbujas, llegabas despacito y te sentabas a mi lado.

Fue esa noche en que todos bailaban y bailaban. Te pusiste celoso. Un joven que vos no conocías giraba y giraba alrededor del patio llevándome en sus brazos. Apareciste de repente y asustada te grité. Ibas a pegarle al pobrecito.

Ese día empezaron a murmurar a mis espaldas. No creía lo que me pasaba. Yo hablaba. Ellos se reían. Yo hablaba. Ellos me parece que no entendían. Yo trataba de explicar y me contestaban absurdos incomprensibles. Yo hablaba y no comprendía por qué tanta gente desconocida trataba de darme explicaciones. Yo me enojaba, y ellos me gritaban. Se asustaban. Lloraban a veces aunque trataban de ocultármelo. Mis propios hijos me mentían.

Vos no me ayudaste esa vez. Aparecías durante la noche, cuando me dejaban sola, mientras yo me hacía la dormida. Con el mismo sigilo de siempre, entrabas despacito, te desvestías, te metías en mi cama, y allí empezaba mi fiesta. Envuelto en mis trenzas, enredada en tus olores, no había ladrillo que se cocinara más rápido entre mis velas camino de la ausencia.

Nunca cambiaste, desde el primero hasta el tercero o al octogésimo cuarto. Tus caricias nunca me abandonaron, de eso sí me acuerdo. Tus caricias, dos días antes, dos días después, todos los días. No importaba. Eran tus caricias, dos días antes, dos días después. Dos años antes o dos años después. Tus caricias, siempre tus caricias.

Me llevaron a una casa nueva. Tenía un jardín envuelto en malvones rojos. Un círculo de camelias blancas en el centro. Eran mis preferidas, pero ellos lloraban. Yo seguí sin entender nada. Me pareció que ellos tampoco. Sólo pregunté si se había muerto alguien.

Me dejaron sola. No esperaron que me durmiera esta vez. Tuve miedo y te llamé. No viniste. Un desconocido me miró serio. Volví a sentir miedo. Me quedé muy quieta. Me hice la dormida otra vez, a veces pensaba si no sería para siempre. Un alivio. Pero volviste. Tus caricias me parecieron más frías. Tus caricias dos días después, dos días antes más cálidas tus caricias. Tus caricias, siempre tus caricias.

Una ausencia llena de caricias encendidas. Un olvido enredado de caricias ausentes. Tus caricias apagadas. Tus caricias, siempre tus caricias.


A Federico García Lorca

Cómo no pensar
después de recorrer
gozosa
tus renglones,
que de alguna manera
acariciarías vehemente mis anhelos.

Cómo no volver a tus hojas
empalmadas de desidia,
si allí encontré
que la poesía
no es sólo una palabra.

Es la seducción
abrazada a un pentagrama
que se escucha
en el torrente del deseo,
es un audífono invisible
que me permite
envolverme entre tus brazos
apenas el poema comienza
a ejercer su encantamiento.

Mientras
ese par de tenazas que caminas
me sumergen
en la aurora de la dicha.


Desde el principio

Penélope y Eva
vagaban solas
por el mundo.

Eva padeciendo
el castigo de la culpa
del goce.

Penélope
sumergida en su telar
entre haceres y diretes
se hacía responsable
de una espera cautelar.

Pergeñaron sus días
entre siglos y siglos
en los que la historia
tramó astutamente
que ninguna supiera
de la existencia de la otra.

Un día
no hace mucho
descubrieron otra vida
se reconocieron en el espejo
de sus deseos.
Se encontraron
se contaron
supieron que
no estaban solas.

No fue fácil:
Ulises tuvo que replanear sus viajes.
Adán descubrió el placer de compartir.

No obstante,
a veces, esa misma historia
comienza —otra vez—
desde el principio.


       

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Creada el 20 de mayo de 1996 • Próxima edición: 24 de mayo de 2004 • Circula el primer y tercer lunes de cada mes