Zorro
En un bosque vivía un zorro que, antes de irse a dormir, le daba el besito de las buenas noches a toda
liebre que se encontraba en su camino.
Al comienzo, faltaba más, las liebres se asustaban. Unas salían corriendo. Algunas, apenas si se
movían, aterradas. Otras, llegaban hasta quedar blancas como un conejo —pobres y tristes liebres— del
solo miedo.
Luego se fueron acostumbrando y, agradecidas, se alimentaban mucho mejor durante los días sucesivos.
¿Astucia de zorro? —preguntarán ustedes—. ¿Estaría loco? ¿Era un zorro tonto? ¿Despreciaba a
los de su especie? Y, ¿si fuera vegetariano?
De verdad, verdad, no me sé el final de esta historia, sólo su comienzo. Tampoco me interesa: ¡ahí la
dejo!
Hambre
Tenía hambre. Mucha hambre. Un hambre feroz.
Cuando llegó a la cafetería pidió una empanada.
—Una empanada de carne. Gigante —solicitó—. ¡Urgente! Ya veo cosas del hambre que tengo.
Apenas se la trajeron, le dio un mordisco. La empanada se abrió y de ella saltó una liebre que,
rápidamente, se perdió entre las mesas.
Se conformó con los restos de masa y el olor caliente a carne de liebre. Se los comía bocado a bocado.
—Menos mal que es un buen sitio —se dijo—. Podría haber sido un gato.
Muchacho solo
El muchacho había quedado solo. Sus padres se habían ido, no sabemos dónde. Simplemente, salieron.
Se preparó para pasar la noche, como varias veces se lo recomendaron.
Revisó que la puerta de calle estuviera bien cerrada. La del fondo. Cenó y se fue a su habitación.
Cerró la puerta. Se desvistió. Se acostó. Apagó la luz.
Estaba ya por dormirse, cuando oyó un estornudo al lado de su cama.
Imagínate el resto.