Pequeños
acontecimientos ocurren a nuestro alrededor, sucesos a los que normalmente no damos mayor importancia: una
leve brisa ondula la superficie transparente de un lago; más lejos unas hojas caen sobre el agua para luego
hundirse con lentitud; alguien en la orilla arroja una piedra.
Pero hagamos un ejercicio de imaginación. Propongámonos un cambio: no percibamos más estas imágenes
de manera convencional: ubiquémonos debajo del agua de ese lago; pensémonos sumergidos, y veámoslas ahora
desde la perspectiva de esa profundidad.
Estamos allí y podemos advertir con claridad cómo ondula la superficie del agua a causa de la brisa,
cómo caen, en cámara lenta, esas hojas y esa piedra. Las vemos invadir nuestro reducto acuático, nuestro
silencioso refugio. Por un efecto casi mágico somos testigos de que la realidad puede ser distinta.
Lo mismo ocurre cuando nos adentramos en la lectura de Partes mínimas:
nuestra visión, nuestra sensibilidad, cambian. Sufrimos una modificación: la percepción de lo real deja
de ser convencional.
En la vida, los hechos se suceden sin un hilo conductor aparente. Se despliegan ante nosotros de acuerdo
a la lógica de nuestra comprensión de la misma forma en que lo hace un abanico; y nosotros desde nuestra
subjetividad seleccionamos.
En Partes mínimas
acontece un efecto análogo: hechos aparentemente irrelevantes se suceden: ...remolinos de viento
envuelven la materia...; ...un trozo de celofán —que adherido a un cardo seco / invade la escena con sus
chasquidos.
Esta impresión de considerar la realidad desde un nuevo espacio al cual no estamos acostumbrados se
apoya, en la poética de Moore, en varios puntos: uno de ellos es un quiebre del discurso poético, una
sucesión fragmentaria del mismo que imprime en el lector la sensación de encontrarse frente a un poema
dentro de otro poema. Este quiebre permite la repetición en el texto de un mecanismo de la vida: la
multiplicación simultánea de los hechos dentro del instante.
El poeta los nombra (en algunos casos recurriendo a la técnica de la escritura ecfrástica: descripción
de las imágenes) los fija contra el silencio de la página a la manera de una secuencia fotográfica. Y
allí los deja. (¿Podríamos hablar de un impresionismo realista
tanto en la obra de Moore, como en la de algunos otros poetas argentinos contemporáneos?).
Esta continuidad segmentada del relato poético (aunque hay narración no hay narración) se nos presenta
con una característica, a mi juicio destacable: no intenta influir en nosotros con ningún propósito, ya
sea éste temático o formal. La imagen está allí, plana, tal cual es. Seremos los lectores quienes
deberemos traducirla.
Así, nos volvemos partícipes de la obra, cómplices de una realidad, actores de una recreación.
Este libro implica en Esteban Moore un giro en sus preocupaciones estéticas con respecto a sus
anteriores publicaciones, sin perder por ello su identidad.
Quiero destacar también en Partes mínimas,
tanto un importante trabajo sobre el lenguaje, dotando a su vocabulario de variados registros actuales, así
como el planteo de un sensible collage
donde se mezclan paisaje y naturaleza junto con el hombre y con los productos de la civilización:
una brisa nocturna —atraviesa los campos roturados
agita las hojas del eucalipto —el crecido follaje de los
cañaverales / roza sonora —las grandes ruedas de un
tractor detenido
Octavio Paz, en Corriente alterna,
decía: "Las verdaderas ideas de un poema no son las que se le ocurren al poeta antes de escribir el
poema sino las que después, con o sin su voluntad, se desprenden naturalmente de la obra. El fondo brota de
la forma y no a la inversa. O mejor dicho: cada forma secreta su idea, su visión del mundo. La forma
significa; y más: en arte sólo las formas poseen significación. La significación no es aquello que
quiere decir el poeta sino lo que efectivamente dice el poema".
Esteban Moore, con este libro, sitúa sus búsquedas estéticas dentro de un inconformismo, dentro de un
cuestionamiento del hacer poético, del concepto de la poesía. Y hace suyo aquello que decía Rimbaud: seamos
absolutamente modernos.
Porque en este siglo XXI del que formamos parte y al que representamos, no podemos, como creadores, dejar de
lado sus exigencias.
En esa hermosa película de B. Tavernier, Un domingo en el campo,
el personaje, un anciano pintor de fines del siglo XIX, se reencuentra con su hija. Ella critica la actitud
de él, un tanto pasiva y cerrada, de tener como motivo de su pintura los objetos de su atelier. Y le
reclama, como está de moda en ese momento, salir a la naturaleza, abrirse, pintar el paisaje, a la manera
de Monet, Renoir, Van Gogh, etc.
El viejito, sabio, le responde: "Para mí sería imposible ir al campo, ya que nunca podría pintar
como ellos. Yo toco mi música".
Creo que Esteban Moore se ha animado a tocar su música. Y también que este libro se inscribe como un
claro exponente del relevante y riquísimo panorama que ofrece la poesía argentina actual.
Partes mínimas y otros poemas,
Papel Tinta Ediciones, Buenos Aires, 2003, obtuvo el 2º premio del Fondo Nacional de las Artes del año
2002.
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