Nos mira con cara de escritor
desde su pipa, "el trafagoso Rafael Gumucio", inestable, agrega el no menos inefable entrevistador
Carlos Vergara, y ambos me llevan a la inevitable conclusión al leer las primeras líneas de la discreta
entrevista estilo chilensis, de patas cortas y vuelo de gorrión con smog, que Pablo Neruda les secuestró
de por vida la imaginación y el seso, no sólo a sus detractores, sino a quienes profitan de su indudable
genio.
Para hablar mal o bien de Neruda, es importante haber leído la "Oda al caldillo de congrio",
en el mar tormentoso, lleno de envidia, de Chile, el cuerpo desollado del vate de Isla Negra, por unos
murciélagos cegatos de la luz poética, aún cabalga...
Ignoran en verdad que detrás de Neruda se sigue agitando el poderoso carrusel de la poesía chilena, no
sólo con Gonzalo Rojas y Nicanor Parra, sino Oscar Hahn, Armando Uribe Arce, Efraín Barquero, Gonzalo
Millán, Manuel Silva Acevedo, José Ángel Cueva, que es lo que veo a miles de kilómetros de distancia.
En las Odas elementales,
Watson, Neruda, con sencillez provinciana, universal, nos da no pocas respuestas de su cotidiana
observación del mundo, de las pequeñas cosas que tanto amó, más allá del partido quizás, porque un
poeta verdadero es inefable, incasillable, afortunadamente.
Todos los males y motes para el autor de Residencia en la tierra,
libro que los chilenos no leen y tampoco los narradores, porque se quedaron con el chambergo del poeta y su
capa, con la noche y sin la luna. Y siguen acuñando frases legendarias: "Neruda fue un comunista
burgués, muy moderado y racional. Era un socialdemócrata que por amor al orden y la jeraquía se hizo
estalinista".
(¿Por qué inundarían su casa de Santiago, La Chascona, junto al cerro San Cristóbal, mientras lo
velaban y lo enterrarían después entre bayonetas y ametralladoras, sin calcetines, en una tumba anónima
con una corona del Rey de Suecia?).
Es simplemente fantástico Rafael Gumucio, en el descubrimiento de esta veta (anti)nerudiana. "Era
un poeta bastante aterrizado, tanto cuando se trataba de plata como de política", pero no se detiene
nuestro prosista iluminado, trafagoso, o farragoso, como lo define su entrevistador, que lo secunda
ejemplarmente en el pensamiento minusválido de la palabra con ciática y escarlatina.
Y viene la pregunta reveladora: —¿Hay algo que usted o su generación le deba a Neruda?
—Poco o nada. Sólo una conciencia hipertrofiada de lo poético. Yo diría que la supuesta generación
le debe una obra a Chile en narrativa a la altura de Neruda, Parra, la Mistral, De Rokha, Gonzalo Rojas,
Huidobro, Teillier, Lihn... y para qué seguir... sólo, que sólo se quedó Bolaño con sus Detectives
salvajes
y Putas asesinas,
en el mar Mediterráneo, polvo y cenizas a la última prosa de Chile.
Es nuestro Chile de pasarela, virtual, pero en off, el país de los cafés con piernas, pero
descafeinados, y ya no hay dudas, el día que los chilenos llenaron de smog la ciudad cerraron la vista a la
Cordillera de los Andes y mataron los gorriones, dejaron de respirar y volar. Le cerraron la puerta a la
imaginación y se comieron la llave.
Neruda fue acusado de castrista en vida durante la Guerra Fría, y ahora Gumucio le acusa de castrar a
toda una generación. El vate da para todo, es la pomada Chile, mentolatum Neftalí Reyes Basoalto,
¡presente!
Pongámonos de pie amigos, estas son elucubraciones de un escritor viajero, hoy en Nueva York, mañana en
Madrid, nos dice el entrevistador, es el trafagoso, trabajoso, quizás Rafael Gumucio, cronista de nuestro
tiempo banal, días tan elementales, que el mismo Watson rechazaría.
Y el ingenuo de Gonzalo Rojas, más premiado que Manuel Fangio, dice que lo que le llena de placer es
verdaderamente que alguien descubra el interior de su palabra. La respuesta está en el poema, y no en la
fama, nos repite el autor de Contra la Muerte, a quien he leído elogiar una y otra vez a sus pares, con la
humildad de un grande de la poética castellana.
Pero un prosista de tercera, Gran Taimado, se lo bajó recientemente de un avión con un supuesto retrato
primaveral de Pinochet para defender cama con espejos de una de las dinastías chinas. El Chile envidioso se
hace presente con los niños cantores de Viena en la Escuela de Carabineros de Chile, después de ser
castrados en alguna base naval.
Lo que más le atrae de su vida, lejos, dice Gumucio, es su paso por Oriente. Y viene el aporte del
trafagoso observador: "allí conocería el opio y el whisky". Quizás, primeros síntomas de su
futuro comunismo: el opio del pueblo. Identifica como único logro reciente sobre su obra (desconoce los
tomos de Loyola, uno de sus eruditos conocedores) un libro acerca de su estadía consular en Rangún, donde
concluyó sus Residencias
incubadas en Chile, a prima edad, libro fundamental de su poética y que influyó no sólo a Cortázar, sino
a la narrativa latinoamericana.
Lo que va quedando en
claro es que la obra y el personaje Neruda le ha quedado grande a una generación castrada por el
pinochetazo, el apagón cultural en pleno mediodía. 17 años y medio donde se congeló el pensamiento en
Chile, y eso no es poca cosa. Los que viajaron y se fueron del infierno, escribieron, los demás se
repartieron los desperdicios del horror, con la excepción de Lihn y Teillier, que venían de atrás
marcando su propia ruta.
Nos hemos quedado con algunas Boquitas mal pintadas, El loco estero, El vaso de leche, los Cuentos de
Coloane, La Divina Comedia de la democracia protegida, los ascensores de Valparaíso que aún funcionan, con
todos los mercados de las pulgas del mundo (era lo primero que visitaba Neruda con los mercados de abasto
donde le tomaba el pulso, la humedad a la ciudad).
Hoy, nuestros viajeros, con esta talentosa observación de la literatura clásica, seguramente, duermen
con muñecas inflables de plástico en los hoteles cinco estrellas, bañados en ketchups, comiendo
palomitas, sueñan cuando se creían Harry Potter en el país de las maravillas, donde la magia juega a la
gallinita ciega con Jorge Luis Borges. Y a propósito del autor de El Aleph,
a quien hemos elogiado y descuartizado en estos últimos 10 años, he visto que en Argentina existe
conocimiento y respeto por su obra, y es en ese nivel que no pretenden, amigos y detractores ser más ciegos
que JLB.
Neruda se curó en salud, amó como pocos a su patria y la puso a brillar con su palabra en la Cruz del
Sur. Lo dejó en claro con títulos de su obra, poesía, frases, gestos, que sabía sobre el talante de los
chilenos, como pocos. Me publicarán hasta los calcetines. Se quedó corto, por ahí dijeron que aprendió a
leer en sus calzoncillos. Confieso que he vivido
es un mensaje para quienes le clavan un puñal a diario, con homenajes de poca monta poética, ya los
habituales asaltantes de camino. Y remachó ese titular en un verso ejemplar: me seguiré viviendo.
Neruda fue un símbolo mundial contra la dictadura de Pinochet y a algunos les parece poco. Sólo eso
amerita un cerrado homenaje en silencio. El mundo así lo comprendió, y para muestra un detalle: nueve
ciudades italianas le rinden homenaje a su poesía. Suiza, tan puntual en su relojería, golosa de quesos y
de capitales golondrinas, también se sumó a la fiesta de la palabra nerudiana. Irlanda, el Líbano, Nueva
York, Washington, Praga, París, Barcelona y Madrid, Bogotá, Buenos Aires, México, Calcuta, Moscú,
Estocolmo, Puerto Rico, San José, Panamá, Lima, Parral, y en esas ciudades, y más, estará la poesía
chilena.
Es en sus Odas elementales
donde está Neruda jugando con su mundo, las pequeñas cosas, la naturaleza, el amor, la gente sencilla, la
lluvia, el tiempo, las estaciones, el mar, la poesía, la tierra, los sentimientos de lo que le convocó en
vida. La noche entera / con un hacha / me ha golpeado el dolor, / pero el sueño / pasó lavando como un
agua oscura / piedras ensangrentadas. / Hoy de nuevo estoy vivo / De nuevo / te levanto, / vida, / sobre el
hombro.
Escribí, escribí sólo / para no morirme
dice en su "Oda a la envidia", y recuerda que apenas ello ocurrió, sus versos de muchacho
desterrado, "me ladró Teodorico y me mordió Ruibarbo". Y pareciera que la historia le sigue
dando la razón y su petición fue cumplida: Yo les pido / que sostengan sin tregua el estandarte / de la
envidia / Me acostumbré a sus dientes / Me hacen falta / Pero quiero decirles / que es verdad / me moriré
algún día / (no dejaré de darles / esa satisfacción postrera), / No hay duda / pero / me moriré
cantando. Seguirá mi canto más acá de la muerte / en medio / de mi patria.
Será la voz del fuego o de la lluvia o la voz de otros hombres, porque con lluvia o fuego quedó escrito
que la simple poesía vive a pesar de todo, tiene una eternidad que no se asusta...