La noche que vendrá
La vieja secoya, con su copa abierta al cielo, bebe a diario sorbos de sol. El abeto, con su sabiduría
de árbol boreal, se prepara en silencio para la noche eterna, mientras los jóvenes sauces, despreocupados
y juguetones brindan con entusiasmo por el repentino frescor matinal.
De sombra... sin amores
Aún no he podido entender el luto que guarda mi sombra, siempre de negro, siempre silenciosa. Me
conformo con tratar de aliviar su pena llevándola al parque cada día. La sigo por el sendero de mangos que
desemboca en el río. Jugamos al escondite. Siempre gana, es difícil distinguir a una sombra entre otras
sombras. La espero mientras se zambulle en el agua, la tomo de la mano y juntos miramos cómo el sol cae con
la tarde. Entonces, como en un diario ritual, mi sombra me agradece el paseo con un abrazo que me cubre por
entero. Regreso a casa, tomo un vaso de leche, entro a la habitación y digo buenas noches a mi mujer que no
levanta la vista del último bestseller de autoayuda. Sonrío comprensivo. En verdad es difícil distinguir
a una sombra entre otras sombras.
Buen augurio
Aquella mañana, al despertar, descubrió que en su corazón de invierno había anidado una calandria.
Cuento corto, minúsculo, fugaz
Cuento corto, minicuento, cuento minúsculo, breve, en miniatura, cuento que levantas ante mí un abismo
infranqueable que se yergue al final de la primera página, cuento que delatas mi pereza, hasta hoy tan
cuidadosamente oculta del ojo del vecino. Microcuento, cuentículo, cuento liliputiense, que descubres a los
otros esa impropia tendencia al desapego que me hace preferir los puntos finales a las complacientes comas y
los indecisos puntos suspensivos. Cuento rápido, súbito, fugaz, explosivo, que resumes la eternidad en un
instante, como una llama que se enciende de un chispazo y se extingue de pronto, dejándonos los dedos
ardiendo.
Vejez
El anciano vaga por la habitación como quien busca con resignación un espacio que sobre en el mundo
para anclar la pesada carga. Sonríe de pronto. Sus ojos han tropezado con el armario arrinconado. Aquel
armario es su hermano. No es el moderno closet que ostenta su madera de caoba y sus puertas corredizas. El
que presume de su vientre lleno de sacos de marca y vestidos de seda. Es sólo un armario viejo que guarda
esas cosas inútiles que no se tiran porque todavía se sostienen del gancho intangible del recuerdo, del
apego servil disfrazado de afecto. Un armario lleno de trastos que los dueños de casa no resuelven echar a
la basura pero que no reclaman sino cuando es preciso, lo mismo que a él, arrinconado huésped del alevoso
olvido.
Ella estaba hecha de palabras
Ella estaba hecha de palabras: ojos de luz, corazón de lluvia, pies de insomnios, frente de surcos,
manos de mariposa, vientre de luna. En días nublados solía echarse en la estancia y para matar el tiempo,
jugaba a re-crearse: corazón de luz, ojos de lluvia, frente de insomnios, pies de surcos, manos de luna,
vientre de mariposa. O bien, ojos de insomnios, corazón de luna, pies de mariposa, frente de luz, manos de
surcos, vientre de lluvia; o bien...
Crisálida
Se envuelve en la tibia oscuridad de su capullo. Sin luz que lo turbe. Sin más sonido que el del
calderón que marca el compás de espera. Con todo el tiempo que cabe en el silencio. Con la palabra que, al
pronunciarse, teje el pentagrama con octavas de vida.
Su capullo es su piel. Su piel que lo protege y lo conserva. Su piel que lo alimenta. Hogar palpable,
vehículo seguro, que de pronto ahora se disuelve dejándolo desnudo, iluminando la oscuridad con luz
propia.
Extraña mariposa mutilada que, sin alas, vuelas.