Letralia, Tierra de Letras
Año IX • Nº 110
26 de julio de 2004
Cagua, Venezuela

Depósito Legal:
pp199602AR26
ISSN: 1856-7983

La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet
Letras
De Canto a mi pueblo
Antonio Cruz

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Junto al río marchito
que añora la complicidad
del agua,
crece mi pueblo.

Una estación apenas,
con un andén angosto
y desolado,
y en el linde
de sus calles de tierra
ese monte que crepita
su pobreza
sobre la tierra callosa
que ya no tiene sueños.

Algún arenal incandescente
seca sus agostos
bajo el influjo
del viento norte en perpetuo
movimiento.
El rumor antiguo de los trenes
tapa en el verano
el lamento tenaz de los coyuyos.

Merced del Albigasta,
Villa Únzaga,
mi Frías,
hoy te canto desde mi exilio
itinerante,
porque ningún agobio
matará la esperanza
de volver a tu entraña
cuando las horas de mi vida
se apaguen
y se haya terminado
mi destierro.


Alborozada fiesta de tunas
y sandías,
aquellas largas siestas
del verano.

El viento
traía el olor del poleo
y arrastraba el chirriar lastimero
de los carros y las zorras,
llenando el vacío silencioso
de las calles desiertas.

Alborozada fiesta
chorreando dulzura
en paisajes de ensueño,
y una niñez en vuelo.


Tarde de carnaval
en las trincheras
de Frías.

Al abrigo
de algún tala venerable
o debajo de una frágil enramada,
la música habitó el espacio.

Los hombres tuvieron su festejo
de harina, de almidón
y barro
danzando en alpargatas
sobre la tierra mojada y compasiva.

El perfume de la albahaca
sedujo al viento
y lo hizo suyo.

Aquella tarde
hubo un vuelo de trenzas
vanidosas
y unos ojos oscuros
se adueñaron de mi todo
entre las alas sensuales
de una zamba.

Ahora,
aquel carnaval de mi añoranza
es apenas congoja.
Ni siquiera
puedo darle un rostro
que presida mi nostalgia.


Un patio
donde moraban tres limoneros,
algunos naranjos
y la higuera.

Un paisaje de viento...
Siempre viento.

Las mandarinas de junio
y los nísperos de octubre,
y la primavera escondida
en las flores de los paraísos.

Un patio donde la luna
se repetía en la pileta
y el rumor de la noche palpitaba
entre las hojas misteriosas
de la parra.

Un patio...
Ese mismo patio
que reverbera en mi memoria
y se deshace en pesadumbre
y sentimiento.


Tan sólo eras dueña
de tu cuerpo,
territorio de carne diminuta,
cansada de la vida.

Tus ojos
eran asombro adolescente
y la urdimbre sutil de tus cabellos,
un delicado marco
a tu hermosura.

Aquel invierno te fuiste.
Mis palabras dejaron de nombrarte
y los sueños se alejaron
sin remedio.

Evoco
de aquella noche de velorio
en Las Iguanas,
la palidez de tu rostro
y la quietud de tu cuerpo
sobre la manta de telares;
la mixtura inmaculada,
de organza y muselina,
el entorno de cirios
rechinantes
y el pavoroso olor
de la cera derretida.

Tus ojos, cerrados para siempre,
dejaron sin amparo
los arrebatos de mi amor callado.

Por la mañana,
cuando la gente se fue del camposanto,
me quedé llorando mi tormento,
mientras rezaba en canciones
mi agonía.


Perpetuos centinelas
de los pedregales
que se extienden
en la sierra de Ancasti,
con su vientre carnoso
y su ropaje verde y espinoso,
los cardones levantan sus brazos
en ruego inmemorial
mientras piden al cielo
la limosna redentora
del rocío.


Torbellino de luz,
roja chispa encendida
colgada del infinito celeste
de los cerros,
el sol renace cada aurora
desde la profundidad del quimilar.

Mientras el día
se hace presente con coraje,
la noche se escapa hecha suspiros.

El río Molle Pampa,
impetuoso,
se agita en los remansos.
En los bañados
se hundirá en la tierra
y sembrará el desamparo
entre los hombres.


Geografía
de monte y secadal
sin esperanza.

Un poco más allá,
vastedad de algarrobos
mistoles y quebrachos,
y la esencia del hombre
profanando ese magro destino
de olvido y desaliento
en cada palmo de la tierra.

Frías,
cómo no cantarle a tu dolor
esperanzado
si por mis poros
te respiro eterna.


Un remanso
donde el altivo
viento norte
se aplaca.

Los tunales infinitos
que se harán arrope
para endulzar las desdichas
del invierno.

Algún fragmento del paisaje
acolchado de arena
y unos cuantos algarrobos
para cobijarnos del verano

Remansito,
tu paisaje fue la paz
de mis domingos
cuando todavía era niño
y me atrevía
a dejar que mis sueños
treparan caprichosos
buscando el firmamento.


Paisaje de esperanza
que rechaza el árido destino.
El silencio se estrella
contra el infinito paisaje
del monte.
La yerma inmensidad
se aplaca
en las benévolas aguas
de algunas represas
o de algún bañado.

Frías,
la sed de tus anhelos
muere cada verano
en las mezquinas crecidas
del perpetuo río
que te ronda.


Aún habito aquel paisaje
de las tardes de diciembre
con mi cuerpo
trepado a las tortuosas ramas
de la higuera.

Furtivo
entre sus ramas ariscas,
y esas hojas
que ejercen su defensa
en forma de urticaria,
he visto de nuevo
mi corazón de niño
que juega a vivir
entre sus brazos,
disfrutando el dulzor
de las brevas.

Que lástima
que sólo sea un desvarío.


Los cielos de enero.
El hermético silencio
de los montes.
Alguna campana que canta
despedidas
o quizás, llegadas.

Las torcazas
que aletean en los tuscales
y el milagro
de ver el río con agua
empapando el cauce seco
gracias a las lluvias
de la sierra
cuando el estío es tormenta.

¿Qué otro celeste
podrá devolverme la pureza
del firmamento que protegió
mis días de inocencia?


Tan sólo soy anhelo.
Mientras el viento sopla
por las calles solitarias,
languidece la esperanza.
Frías
suspira sueños
que nunca se cumplen.

Tierra de mis amores.
El día que me vaya
definitivamente
arrancaré las estrellas
de tu cielo
y las llevaré conmigo,
con la esperanza
de inaugurar mis nuevas ilusiones.


Frías,
comarca de sueños.
Pedazo de vida que me duele
bien adentro.
Pena que apenas cabe
en la profunda dimensión
del pecho,
donde no puede abrirse
esa flor lllamada olvido.

Por ello mis plegarias
y mis lágrimas,
raíz desesperada
de este grito
que te canta.


       

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Creada el 20 de mayo de 1996 • Próxima edición: 2 de agosto de 2004 • Circula el primer y tercer lunes de cada mes