6.45. Siga hasta el fondo. El tipo maneja acá adentro con una gorra de visera: un loco, qué me importa.
Los taxistas son así, locos o tarados.
6.45. Soy Azuela y todo tiene que salir bien. ¿Pueden sudarme las rodillas? El olor a nafta me
descompone. ¿Adónde voy ahora, con este tipo, ahora que son las 6.45 y que todo o nada debe haber pasado?
Tengo que esperar unos días sin hablar con nadie, sin enterarme de nada. Después llegará el tal Nita y
sabremos cómo resultó todo. Me lo imagino pelado a ese Nita. Me lo imagino pelado y con bigotes. Quizás
con una gorra como la que tiene el tipo éste. Y flaco. Parece que no es de acá; a lo mejor es uruguayo, de
Montevideo. Seguro que es de afuera. Dijeron que no es un novato, que el tipo sabe de qué habla. Parece que
ya ha armado tres afanos como éste, pero dicen que éste le va a salir más fino, que aquí va a lucir su
verdadero estilo. Eso dijeron Tate y Leguizamón, que dicen no haberlo visto nunca al Nita ese, pero que
quizás lo conocen y no quieren decir. (Nadie dice lo que sabe, para no ser pescado rico).
6.45, voy bien, lo único que me sudan frío las rodillas y el olor a nafta. Veo detrás del vidrio cómo
las luces se van encendiendo de a una: todas encendidas, uno ve luz, pero no lo que ilumina: el cordón de
la vereda, unos zapatos, un paraguas, un escalón, la puerta de un Renault azul, uno que fuma sentado, una
parada, un viejo, otro zaguán, dos que van a la par, tacos altos, las medias, un chico parado, un borde,
papel plateado de cigarrillos, baldosas, humareda, el perfil del tipo con visera y el faro rojo del Renault.
Si lo hubiese visto a Tate cuando entró, estaría más tranquilo. Pero parece que fue Nita el que dijo que
nadie se viera con el otro.
Voy bien, a pesar de todo. Afuera la calle viró al azul, al azul sucio. Hay un momento, cuando las cosas
todavía no son algo, en que son sucias. Todo es sucio hasta que toma forma, también los días. Abrigos
lentos se contorsionan, avanzando sobre la vereda; parecen esos muñequitos que venden en la calle,
manejados por piolines invisibles, para los chicos. Un diario —la primera plana— sale volando de las
manos de uno que hace ángulo en una parada. Dos tipos se han quedado detenidos y los dejo atrás,
suspendidos en el pequeño triángulo de la ventanilla de la puerta derecha. También queda flotando un
paraguas, el tronco de un árbol, las raíces. Chapas perpendiculares a la vereda —un kiosco de diarios y
revistas— navega hacia mi costado derecho y desaparece. Va hacia una zona lenta y ambigua.
Me imagino a todos reunidos, en lo de Tate, o en Maco
después que cierre el bar o quizás Nita proponga juntarse en otro lado; todos juntos, alrededor de los
recortes de los diarios. Nita entrando sin mirar a nadie, sentándose para darles una ojeada, luego sacará
el pañuelo para limpiarse la tinta de las manos (manos limpias las de Nita). Nita se sentará en medio de
los abridores, que esperamos que hable, que diga que todo debería haber sido más limpio, pero que está
conforme. Nita pedirá algo para tomar y después del primer sorbo volverá a los recortes, que dirán que
el jefe es un conocedor, un experto, un lobo sin pelos, un ex, un alguien, que dudarán que sea un local,
que publicarán el prontuario de varios, quizás entre ellos el de Nita, pero no sabremos cuál de todos es.
Nosotros esperando que hable de lo que importa, pero el tipo demorará los gestos, se lustrará el anillo,
se alisará las cejas, buscará nada en los bolsillos, se reclinará y exhalará. Nita no va a encender un
cigarrillo. Nita no fuma. Demorará los gestos y nosotros esperaremos.
Desde la cama, echado boca arriba, aunque está algo oscuro todavía, veo pasar un cielo rápido que
refleja rojo y no me gusta, porque mañana va a llover. Mañana, que en realidad es ahora, es uno de esos
días en que no tendría que llover. La peor espera es con lluvia. Quedarán tres horas para que me toque a
mí. Eso si a Leguizamón y a Azuela les sale todo bien. Espero que el animal no relinche cuando lo monte.
Un caballo así no está acostumbrado a que lo monte cualquiera. Caballito, portate bien con Tate: hasta
queda en verso. Qué cosa, si yo fuese inglés diría: Litl hors bi gud uid Tate y ya no tiene gracia.
(Claro que si yo fuera tampoco me llamaría Tate). Ni siquiera sé si es una yegua o un caballo. Otelo Blue
bien podría ser una yegua, que recuerde al hacedor del mal: un Otelo de azogue azul, más negro que el
negro. Si Desdémona, en vez de desmoronarse, hubiese resistido al mal (otras lo hicieron), sería tan
nombrada como él. La gente recuerda al mal: del mal se aprende (castigo), la gente cree que con el bien se
nace y que en cambio el mal se aprende. La gente cree y vive.
Hay que ser bueno y punto (mi padre, 1925). Si hay que ser bueno es porque uno nace con un Lucifer debajo
de cada brazo. Lo interesante de Otelo es que el tipo no deseaba nada prohibido, ni el bien propio sobre el
mal ajeno, ni tenía ambiciones desmedidas. Al tipo le fueron cebando desde afuera lo flojo podrido que
tenía adentro. Como si lo hubiesen escarbado hasta hacerle aflorar la duda.
Instrucciones Otelo Blue (Azuela):
- Empiece a espaciar, desde tres días antes, los encuentros con conocidos. Comente que tiene gripe.
Desde ese día, deberá estar limpio.
- Dormir la tarde del 2/6, toda la tarde.
- Ir a las dos últimas carreras del 2/6 con una camisa a cuadros, campera de lana forrada con piel y
pantalones color marrón. Sin bigotes, afeitado. Zapatos buenos. El arma enfundada y descargada.
- Apostar temprano unos veinte a la fija.
- Salir con toda la gente, después de la última carrera, hasta unos metros de la salida y regresar
simulando buscar un reloj caído en las gradas.
- Llegar hasta caballeriza 4. Estará vacía. Pasar la noche.
- Entre las 6 y las 6.15 hace la última ronda el sereno. Darle un durmiente al tipo. Sólo un golpe,
sin sangre. Dejarlo en la caballeriza 4.
- Salir por la puerta de Laterales Este. Estará abierta por Leguizamón.
- Busque las próximas instrucciones tres días después, donde siempre. Mientras tanto, no vea a nadie.
Nita.
Mi Otelo Blue bien podría ser una yegua. Prefiero los caballos porque no son tan tercos, cuando es
correr, es correr y se acabó. La yegua lo presiente a uno, si uno está a media máquina, ella lo mismo y
sólo se la saca a fusta. Lo malo es que va a tener las crines cortas y voy a tener que zamparle freno. Si
tuviera las crines largas lo montaría en pelo, casi sobre el cuello y le hablaría despacito para que no se
asuste. Así lo saqué de la pista a Tosco en Turimbas, casi mancado, casi sin que se le notara. Y seguro
que ni se le notó, porque dos meses después volvió a repuntar en las apuestas, como si nada.
Boca arriba, con la radio bajita (no la escucho), fumo; anillos de humo se deshacen mientras se forman
otros, etcétera. La cuestión es quién es ese famoso Nita. Buena hora para preguntármelo. Nadie lo
conoce; fue referenciado por terceros, dejó instrucciones por escrito a cada uno por separado, en Maco,
a través de un emisario que tampoco se dejó ver por ninguno de nosotros. El emisario dejó dicho que Nita
nos conoce a todos, de Maco,
de otra época, pero no recuerdo a nadie llamado Nita. También dijo que no es de acá y que es un tipo con
mucho nombre. Cómo no cebarse: un tipo de afuera que nos elige a nosotros, como abridores, en un trabajo de
especialidad. Un tipo así está bien informado, tiene sus contactos y la plata para que los intermediarios
sean más que discretos. Quizás sea aquel que resultó el jefe en la tramoya del Tansis. Ese tipo no
parecía de acá. Quizás sea el mismo Tura, que se cubre, por si algo cuela. Dueño de un bar como Maco,
tiene una posición privilegiada.
¿Qué nos hizo confiar a todos en nadie? Releo las instrucciones, escritas para mi persona:
Instrucciones Otelo Blue (Tate):
- Por lo menos cuatro o cinco días antes desaparecer de Maco y de los bares habituales, dando como
pretexto un viaje al interior.
- El 2/6 dormir toda la tarde.
- Entrar por el respiradero del depósito que da a la Diagonal. Es de 0,60 x 0,50, serán unos 5 metros.
Las dos rejas, la que da a la Diagonal y al depósito, habrán sido amañadas por Leguizamón y estarán
flojas. Dejar todo como estaba. Azuela se habrá encargado del sereno.
- Otelo Blue estará en la caballeriza 3. Si hay freno, usarlo, si no montarlo en pelo. Cruzar la pista
hasta Laterales Norte, al paso. El portón habrá sido abierto por Leguizamón. Subir a Otelo Blue al
camión que estará esperando.
- Conduce Suárez. Usted deberá bajarse en el Cruce.
- No contactar con ningún otro. Esperar instrucciones donde siempre.
Nita.
Las guardo y pienso: no recuerdo a nadie con ese nombre.
6.48. Se han ido extinguiendo los ruidos, hay bocinas y voces lejanas, casi no oigo el roce de las cosas
entre sí. Junto las rodillas para calentármelas, pero no se rozan, tampoco las manos con las rodillas:
azul silencioso. (Nita debe usar un abrigo azul, un tipo distinguido). Pruebo rozar un zapato con el otro
(zapatos buenos pidió Nita), pero tampoco hacen ruido. Debe ser el frío que me baja de las rodillas. Las
narices y las bocas soplan un vaho sucio, por los cordones de la vereda corre una baba que va hacia el fondo
de la ciudad.
Me caló el sudor frío de anoche en el cemento. Noche de ratas espantando ratas. Un lugar hueco por
donde se me escurrían las desgraciadas. Se me querían meter por dentro de la ropa. Buscaban el calor de
los sobacos y de la picha entre las piernas. Las ratas no ven de noche, sólo buscan calor. Una preñada,
hinchada de sus cositas, más voraz que todas, me merodeaba arrastrando su vientre rosado que en cualquier
momento explotaría.
El tipo pasó dos veces durante la noche, una a las dos y otra a eso de las cuatro y media (el merodeo de
un hombre se parece al de un animal). Estuve pendiente de que hiciera lo que podían ser sus movimientos
habituales, pero es difícil saber lo que un tipo solo y de noche va a hacer. Con un trabajo así se le debe
dar a la gente por cosas raras. Por la forma de caminar tenía que ser un rengo o un viejo, pero no fue
cuenta que debía ser un tipo joven cuando traté de desnucarlo, pero de eso ni quiero acordarme.
Las ratas se pasaron la noche espantando a los caballos. Prefiero el olor a bosta a la náusea de nafta
que tengo ahora, que me acuerdo cómo el tipo se me dio vuelta cuando fui a desnucarlo. Fue en la tercera
ronda. Desgraciado, culebreó hasta ponérseme de frente. Fue rápido. No vi cuando sacó la navaja, sólo
el brillo. Seguro que no pudo verme la cara, pero en eso mejor ni pienso. Por suerte le pude dar el
durmiente. Ese no se va a despertar hasta el otro domingo. Al fin quedó tirado y que lo olisquen bien las
ratas.
Sin sangre y en la caballeriza 4, dijo Nita y casi cumplí.
¿Le pueden sudar a uno los huesos? El tipo que maneja está difuso, lejano, como si nos separara un
vidrio o el tiempo: algunos minutos, suficientes para estar los dos —el tipo y yo—, secamente en mundos
distintos. Se me corta la lengua pero no necesito hablar, acá es todo silencio. Ni necesito abrir la boca
para largar el aire, porque está quieto. Afuera, la calle está en deshora; el tiempo no corre, sólo la
baba hacia el fondo espeso del centro de esta ciudad de inmundicias, los perros sueltos rozan los bultos
malolientes de la vereda.
Al tipo de la visera le brilla en la nariz un reflejo azul. El frío y el olor a nafta me viraron la
lengua, pero no necesito hablar.
... ... ...
La camioneta avanza tambaleando en forma penosa, esquivando pozos y charcos del camino recién remojado
por la lluvia. Se aproxima a un cruce, luego del cual sigue un camino aun más angosto, casi tapado por la
selva, que se le echa encima, más a esta hora, entre el atardecer y la noche. Los faros iluminan
alternativamente los surcos del camino y el enjambre verde oscuro de la vegetación, que empieza a oler, por
el chaparrón.
En el cruce hay dos coches detenidos, esperando, uno en la misma ruta de la camioneta, el otro cruzado.
Es un cruce de frontera, un paso ilegal. El conductor se detiene en medio del camino, y no apaga los faros.
De uno de los coches baja un hombre y se dirige a la cabina de la camioneta. El conductor baja. No se
conocen y desconfían. Se dirigen a la caja y uno de ellos ilumina el interior con una linterna. Otelo Blue,
todavía más hermoso por el sudor, asustado, corcovea sacudiendo el vehículo. Más hermoso, todavía,
relincha.
El hombre ya ha visto el caballo y parece más tranquilo. Regresa a su auto, saca del baúl una bolsa de
papel madera y se dirige al vehículo que está en el camino de cruce. Deja la bolsa sobre el capó. Del
otro auto baja una mujer y la recoge.
La mujer vacía la bolsa de papel madera en el asiento del acompañante. Cuenta: veinticinco fajos
gruesos, es lo que esperaba, revisa: son dólares de los buenos, sólo le alcanza con tocarlos, sonríe:
empieza a relajarse. Pone la bolsa debajo de su asiento y guarda el revólver en la guantera, su olfato le
dice que no va a necesitarlo. Aprovecha y saca los cigarrillos. Mientras pone en marcha el auto, saluda con
un gesto, luego suspira. Las luces del auto se pierden entre el verde oscuro de la vegetación.
La mujer se llama Anita, es puta y fuma. Ella se acuesta con Azuela, con Tate, con Leguizamón, todos
ellos son sus clientes. Los conoce mejor que nadie en este mundo, y, por supuesto, mejor que ellos mismos,
porque no hay nadie más comprensivo que una prostituta. Ella armó Otelo Blue, y ahora que todo terminó,
disfruta.
... ... ...
Ahora yo, sentado en la mesa con un vaso de agua que traje de la cocina, escucho al otro que está en
mí, que me pregunta, tres horas antes de atravesar yo la pista con Otelo Blue —yegua o caballo—, qué
me hizo confiar en un nombre, al que necesito pegarle la cara de alguien, el cuerpo de alguien, que son
varios, que son muchos y otros. Ahora que tomé el agua pienso que el agua es buena para calmar la duda, que
ahora empieza a roerme la angustia. ¿Quién usaría la palabra amañada?
¿Quién sabría que yo, Tate, entiendo el verbo amañar?
Jamás usé esa palabra. Ese alguien me conoce o más bien conoce algo de mí que yo no. Eso es lo que le
dio al anónimo Nita una familiaridad con todos nosotros que no es tal. El tipo logró que lo inventáramos,
porque él fue quien nos inventó a nosotros, como expertos, como especialistas, es decir como lo que somos,
pero también —en cierta manera— como lo que no somos. Nos convenció a todos —a Azuela, a
Leguizamón, a Suárez y a mí (¿habrá alguien más que yo no sepa?)— de que existía tal como
queríamos que fuera. ¿Qué cara le habrá puesto Leguizamón a Nita? ¿Qué cara tendrá para Azuela? ¿Y
Suárez, que en algo más de tres horas me va a llevar al Cruce y que después va a entregar a Otelo Blue
para que lo lleven a quién sabe dónde?
¿Por qué el otro que está en mí —que también recibió el beneficio del agua— me pregunta recién
ahora si debo confiar en Nita? Si lograra por lo menos que Nita fuese un perfil sombreado por la lámpara,
de un tipo que avanza hacia una mesa, una manera de hablar, aun sin saber lo que dice; aunque sea una forma
particular de separar la silla de la mesa (la levanta, sin arrastrarla, la deja de costado, apenas
apartada), reclinándose en el respaldo, inclinándose luego hacia la conversación ya iniciada, juntando
las manos para frotárselas antes de pedir algo para tomar, que pasea lentamente la mirada desde el centro
de luz, hacia su derecha primero, pasando otra vez por el centro, vira a la izquierda (una órbita en
semicírculo), dilata los poros y otea por encima de su hombro, para que lo circundante empiece —poco a
poco— a dejar de resultarle ajeno.
6.55. En la próxima gire a la derecha. Todo está bien. Apenas si me oigo, pero algo debió escuchar el
tipo porque el auto viró a la derecha. Ahora avanza por una calle, abrazada por arcadas. Cada vez está
más oscuro afuera, apenas puedo ver. En el fondo, un paredón, parece haber. Y al final creo ver a Nita.
Nita palmeando a Leguizamón, arrimándose a la barra, Nita dejando el paraguas en el borde (el paraguas se
balancea, pero no cae), Nita sonrisa a Tate (le falta un diente del costado a Nita), Nita contando plata,
Nita bajando de un coche (lo veo desde arriba). Nita guiño falso, Nita que me saluda y yo le digo: Un gusto
en conocerlo, señor Nita. Me responde: Cosecha modesta, pero buena.
La lengua se me ha puesto fría. Yo, Presunto Azuela, no necesito hablar. Si vomitara, me sacaría todo
el frío que tengo adentro. Veo la nariz del tipo que maneja, parece la vela de un barquito del Río de la
Plata. El tipo, con su visera.
Oropéndola: linda palabra; no sé qué dice, pero linda. Oropéndola: me sacará el frío y la nafta que
me nausean. Igual que pérgola y péndulo. Oropéndola, oropéndola, oropéndola, digo. Oropéndola de
mierda: no me hace nada y el frío me baja, porque el muy mierda me dio un puntazo en el costado.
Igual, yo, Presunto Azuela, me aguanto el cuerpo y no necesito hablar.