No es frecuente, pero ocurre: a veces, un intelectual de reconocida trayectoria se aboca
a hablar con franqueza de una piedra que molesta en el calzado de mucha gente. La realidad se desprende en
esos casos de la hipocresía que propicia la rutina y es como esa polilla "que se para al borde de un
lápiz y late como un fuego ceniciento", a la que Cortázar nos insta a palparle el corazón
pequeñísimo bajo la convicción de que no todo está perdido.
Hace unos días, el pintor manchego Antonio López García (Tormelloso, 1936) levantó
algún polvo al declarar a la prensa que Dalí "fue amoral y jugó un juego diletante que puede hacer
mucho daño a quienes no están preparados", y criticó "su pose histriónica, con los ojos tan
abiertos y los bigotes erizados" en los que el genio del surrealismo dilapida su genialidad y se
convierte en "un fantoche, un payaso". Se dijo en su momento que López García se comportaba con
deslealtad al decir eso, pero lo cierto es que muchos de nosotros compartimos desde siempre su opinión y de
Dalí nos quedamos sólo con su obra.
Pero el caso que nos ocupa es otro, y ciertamente más relacionado con las letras. José
Manuel Caballero Bonald ha dicho algo —y pocas veces como ahora la palabra algo
ha significado algo— sobre los premios literarios. El escenario es Málaga, la fecha el 28 de julio de
2004. Ante una concurrencia principalmente compuesta por jóvenes interesados en la literatura, el autor de Ágata
ojo de gato
ha dicho que los grandes premios de novela "son más o menos amañados y previstos por la empresa
editora, que sirven para que el autor gane sus buenas pesetas y para que se difunda su obra de algún
modo", lo cual "confunde mucho a la gente, que piensa que cada premio es el descubrimiento de un
gran autor, y eso es mentira, ya que la mayoría de los premios son mediocres".
Y es que el mercado ha hecho lo suyo en la degeneración de la sociedad, que no en todo
se equivocó Marx. La época contemporánea ha visto el nacimiento de los best-sellers
sin ángel, en cuyo entorno se puede construir una carrera literaria sin mayor esfuerzo, simplemente
escribiendo como espera la gran editorial que dispone de las herramientas para situar en la cresta de la ola
a quien se rinde a tales dictámenes, escribiendo la historia (y volvemos a Caballero Bonald) "de una
forma muy expresa, lo que se llama la novela mimética, que es una habilidad propia de la cotorra". Nos
hace falta, según el autor jerezano, afilar nuestra "capacidad de desobediencia" al escribir.
De haber sido proferidas por un escritor de menos andadura, podría rebatirse tales
incendiarias declaraciones con el argumento de que se trata de alguien que no ha tenido mucha suerte con los
premios ni con las editoriales. Pero en este caso resulta esclarecedor que aún no haya aparecido comentario
alguno del sector afectado: a sus casi 80 años, Caballero Bonald ha ganado varias de las mayores preseas
literarias: el Premio de la Crítica, el Biblioteca Breve, el Ateneo de Sevilla, el Plaza & Janés, el
Reina Sofía...
"Con la vejez se pierden las ganas por los homenajes, por los reconocimientos",
ha dicho Caballero Bonald en algún momento. Su postura abierta y frontal ante lo que el común entiende por
literatura no es, de ninguna manera, inconsecuente (se recuerda aún que, a la muerte de Alberti, declaró
que "como poeta y último representante de la generación del 27, Rafael Alberti dejó de existir hace
años").
En entornos económicamente menos ostentosos, son otros los factores externos que inciden
sobre la literatura, deformándola y corrompiéndola. No es importante en estos entornos el dinero, vender
libros, ya que no hay mucho de lo uno ni de lo otro, por lo que tal amañamiento de la literatura sirve a
otros fines.
Es así como en Venezuela, con su pequeña guerra política que enfrenta agriamente al
gobierno contra la oposición, se puede ser también un poco suspicaz: por un lado, uno de los mayores
medios de comunicación —de abierta tendencia antigubernamental— convoca a su acostumbrado concurso
literario, de cierto renombre por las firmas que lo obtuvieron en el pasado, y el cuento ganador es sospechosamente
tan antigubernamental como la línea del medio convocante; por el otro, el gobierno concede el Premio
Nacional de Literatura a un autor que, sin entrar en consideraciones respecto a sus méritos suficientes para obtenerlo, resalta en
la comunicación oficial por haber escrito en algún momento un libro acerca de uno de los héroes tutelares
del chavismo (justo es decir que el autor en cuestión rechazó el honor).
La gran literatura, no la que responde a propósitos clientelares de orden económico o
político, es la que finalmente trasciende. Lo demás —y algo de eso también ha dicho Caballero Bonald—
queda para la anécdota, cuando no para el olvido.
Pues a eso, que el dedo que Caballero Bonald ha puesto sobre la llaga sea el de todos nosotros. A
destapar ollas, a palpar el pequeñísimo corazón de las polillas. Que no todo está perdido.
Post-Scriptum |
"La cifra propongo; y ya
casi tengo el artificio,
cuando se abre el precipicio
de la palabra vulgar.
Las sirtes del bien y el mal,
la torpe melancolía,
toda la guardarropía
de la vida personal,
aléjalas, si procuras
atrapar las formas puras (...)".
Alfonso Reyes, "Consejo poético"
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