Tratando
de iniciar el debate en el tema, debo decir primero que nada que me gustaría tocar algunas cosas que tienen
que ver con el teatro político desde algunos de sus orígenes:
En un teatro político, hay algunos componentes que lo van colocando en una fuerte ascendencia con la
performatividad.
- el elemento ideológico (no el teatro como constructor de ideología)
- el elemento discursivo (no hay discurso — hay mensaje)
- el elemento propagandístico (no hay tema como idea
— hay direccionalidad, sentido, práctica en la palabra, el lenguaje no metafórico
es performativo, directo, abrupto)
- el elemento pedagógico (no es moralizante, actúa desde el lugar del saber)
- el elemento militante (el teatro político tiene que ser militante, activo)
- el elemento didáctico (el teatro político tiene que ubicarse en el contexto de cómo devolver
el saber — devolver el saber en estrategia por lo tanto práctica de sentido y producción de
significado)
- el teatro político es claramente normativo (y/o crítico)
El elemento pedagógico en el teatro político surge con Piscator. Piscator anuncia una diferencia
sustancial entre el actor profesional y aquel que hace teatro político (es decir un actor que es
proletario). Los actores del teatro burgués son profesionales, los actores del teatro proletario (como le
nombra el propio Piscator) son aficionados, oficiantes. Los actores del teatro político deben tener una
clara convicción política y de las implicaciones políticas que hay en aquél que hace un teatro
político. Desde la mirada de Piscator este teatro tiene que construirse en actividad y no en ilusión
o fantasía.
El teatro proletario y del proletariado mira con acritud cualquier intención de producir el arte por el
arte.
El teatro político nace pues en contra de la belleza. El problema estético de un teatro así, puede sólo
comenzar con una aguda crítica a todos los saberes, un duro cuestionamiento de los problemas a los que se
enfrenta el hombre en una conglomerada y controversial realidad
(si es tal). De esta manera, para poder hacer un teatro bajo estas condiciones, éste debe perder su
condición de especular, espectacular, reverberante, devocional, misticismo, inclusive religiosidad. Puesto
que este teatro político no es para nada edulcorante, no otorga ningún tipo de concesión a nadie (ni
siquiera en el debate de su discurso) no se maneja con eufemismos
pues de hacerlo así corre el riesgo de utilizar un lenguaje de profunda ambigüedad. Piscator atenaza las
hebras de estos hilos muy finamente e introduce un elemento fundamental para el teatro político: lo
pedagógico
(no se confunda con lo didáctico
de Brecht). Más allá de la condición política del actor, esta es una cuestión de carácter
profundamente ideológico y en esencia fundamentalmente épico. Es necesario pues confrontar las ideas (a mi
juicio) con tres personajes fundamentales del universo del pensamiento, a saber, Althusser, Adorno,
Horkheimer; allí vamos a encontrar un vasto campo para la discusión sobre los temas de la ideología. Un
objetivo del teatro político estará en determinar desde estos nombres cómo funcionan los elementos de la
ideología en el teatro y cuáles son sus implicaciones.
El tema de lo épico en el teatro político de Piscator y luego en el propio Brecht nos conducirá
después a vislumbrar, a dar un giro, una vuelta de tuerca a las teorías de Luckacs. Es Luckacs quien mejor
define el problema de la epicidad en la novela y como la teoría es fundamental, también este concepto se
hace extensible al teatro. La pregunta para América Latina y el debate me parecen esenciales,
fundamentales, no es una cuestión de simple formalidad teórica. Algunos mitos aristotélicos del teatro se
han derrumbado en este universo híbrido (García Canclini) que se llama América Latina. Se derrumban
precisamente desde el campo de esta teoría sobre lo épico. Hay temas y problemas muy complejos que tenemos
para confrontar sobre todo con aquellos que nos dicen de una gran trama que se va armando en espacio,
tiempo, acción.
El teatro político no se forja sobre la intelectualización de los sentidos, sino más bien sobre una
palabra que llega directo a lo hondo, no está con rodeos, por ello se hace muy cercano a la propaganda. Es
político el teatro en tanto se separa del arte burgués (que lustra y lastra, que lava, que clorodiza toda
acción política). Un teatro que va buscando las formas estéticas en la belleza
no puede producir propaganda y por ende no se construye en lo político. En el teatro burgués no hay
performatividad de la política. ¿Qué es lo fundamental en el accionar político del teatro? Si aseguramos
la posibilidad (desde una fuente posmoderna en lo político del teatro) entonces es posible augurar que
entre lo que Piscator llamaba propaganda y lo que llaman los posmodernos performatividad
hay una cierta amistad, un cierto espacio de cercanía. Preguntando a Piscator: ¿es o imaginamos un teatro
político sin un accionar político, sin un juego político? Esta idea del accionar no va sólo con una
concepción de actividad. También un teatro de propaganda y por ende un teatro político, no pretenderá
jamás sufrir algún intento de ser mirado como un perturbador de lo ideológico
o como un propagador de lo ideológico.
Hay pues algunas acotaciones necesarias a aclarar antes de hablar de lo político en el teatro.
Se hace imperioso esclarecer ciertas categorías y perfilar desde qué lugar se controlan. Si ellas se
producen hoy como prácticas de sentido y producción de significado.
Estas nociones devienen en ideología, performance, épico, dramático, trágico, político, didáctico
o pedagógico,
entre otras.