Nota del editor |
El pasado 28 de julio, el doctor Mauricio García Araujo, presidente del Centro de Estudios Latinoamericanos Arturo Uslar Pietri, de Venezuela, pronunció estas palabras en la presentación de cuatro poemarios editados por la institución.
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Enrique Viloria Vera me ha pedido que haga la presentación de este acto. Siento gran admiración por la
poesía y un profundo respeto por quienes son capaces de expresar sus sentimientos en lenguaje poético. Sin
embargo, no soy crítico literario. Por esa razón, al cumplir este cometido, no voy a hacer una crítica de
las obras que me corresponde presentar. En mi caso, eso estaría totalmente fuera de lugar.
Además de presentar a los autores, me gustaría centrar las ideas que vinieron a mi mente en la medida
en que leía las diferentes obras. De ser posible, me gustaría también tratar de entrar en sintonía con
ese estado anímico que le sirve de puente al poeta, entre su propia realidad y el misterio que ellos
develan al crear su poesía.
Son cuatro libros, cuatro poetas, cuatro profesionales.
Lo primero que me llamó la atención fue que los autores han ejercido actividades profesionales en los
campos más variados: economía, petróleo, banca, periodismo, educación, derecho, gerencia. Todos, sin
embargo, han sentido la necesidad de escuchar las voces que llevan dentro y transitar el camino arduo y
exigente de todo proceso de creación artística —en este caso, la creación poética.
¿En qué consiste ese proceso? ¿Cómo entenderlo?
En una ocasión me encontré en una librería del este de Caracas con Manuel Caballero, historiador,
agudo analista político y, por encima de todo, un gran conocedor de la idiosincrasia del venezolano. Entre
libros y anécdotas, toqué el tema de la poesía y los poetas. Sin decir una palabra, Manuel fue a un
mostrador, tomó un pequeño libro y lo puso en mis manos. De inmediato dijo lo siguiente:
"Qué hacen los poetas y cómo lo hacen, siempre ha sido un misterio para mí. Pero sí te puedo
decir lo que hacen los escritores como yo. Hace unos días vino a Caracas un buen amigo mío, de
Barquisimeto. Llamó a mi casa, yo no estaba. Le atendió la cocinera de la casa. Este amigo quería pasar a
verme y le preguntó a la señora cuándo podía hacerlo. Ella le contestó que podía pasar en cualquier
momento. El amigo insistió en ser cortés y le dijo: ‘Señora, yo sé que Manuel es un hombre muy
ocupado. Cuando regrese, por favor, pregúntele cuándo puedo pasar a verlo’. De inmediato, la señora
respondió: Mire, ya le dije, venga cuando quiera. Don Manuel está aquí casi todo el tiempo. Mire, él no
trabaja, él no hace nada. Lo único que hace es leer y escribir".
Después de ese comentario, decidí no insistir en el tema.
No obstante, José Pulido, uno de los cuatro autores que me corresponde presentar en este acto, me dio la
clave que buscaba. En el prólogo para los poemas de Enrique Viloria Vera, Pulido dice lo siguiente:
"Ser poeta es asumir un modo de existencia en el que se goza el martirio de descubrir quién es uno
mismo, de sopesar las pocas cualidades y las escasas posibilidades que se tienen, ante los muchos defectos y
las miles de trabas que te petrifican en cada uno de los instantes que quieres volar. Asumir el lenguaje de
la poesía como quien adquiere una religión, es un atrevimiento casi suicida, porque nada te obliga más a
acercarte a la verdad, ese utópico puerto de llegada. Hay que arrimarse al fuego de la verdad y arder en
él".
María Fernanda Palacios, en el prólogo que escribió para el libro de Hanni Ossott, Cómo leer la
poesía,
escribe: "Los poetas que, como Hanni Ossott, se sienten habitados por la poesía, hablan de la
precariedad, del equilibrio y el riesgo que implica aceptar el llamado que les hace la poesía... quizás
por eso lo reciben como una ofrenda y lo viven como un sacrificio".
Por cierto, ese libro, Cómo leer la poesía
de Hanni Ossot, es precisamente el que Manuel Caballero puso en mis manos aquel día. Es una excelente
colección de ensayos sobre literatura y arte, escritos por una gran poetisa, extraordinaria mujer y
excepcional ensayista. Decidí utilizarlo como referencia y guía para estos comentarios. Después de todo,
don Manuel sí respondió a mi inquietud.
Mientras leía los diferentes poemas, una idea golpeaba mi mente: cuán importante es la palabra escrita.
Recordé un libro de Arturo Uslar Pietri, escrito en París hace 25 años, que lleva por título Fantasmas
de dos mundos.
En ese libro hay un pequeño ensayo, Las inmortales palabras,
que tiene que ver con el tema.
En ese ensayo (el más corto del libro) Uslar Pietri escribe sobre Esquilo, el gran poeta de la tragedia
griega en Atenas quinientos años antes de Cristo, y comenta que "de todo lo que existió y floreció
en ese tiempo remoto, nada está mas vivo que este creador de palabras". Para Uslar, la esfinge del
desierto y las pirámides están mudas y ningún mensaje surge de la impresionante galería de Luxor.
"No hablan, por lo tanto no los podemos entender".
Observa que si los griegos hubieran dejado tan sólo el Partenón y sus estatuas, no significarían mucho
más para nosotros que los hititas o los etruscos. "La palabra es lo que hace toda la diferencia. Los
griegos siguen vivos porque nos dejaron sus palabras".
El ensayo termina con esta frase: "para nosotros como para los griegos, la palabra es la única
forma de inmortalidad a la que podemos alcanzar".
Ese es, realmente, el tema de esta noche.
Vamos a hablar de palabras. Pero de palabras manejadas por poetas. En sus manos, dicen mucho más de lo
que literalmente significan. Allí radica el insondable misterio al cual hacía referencia Manuel Caballero:
el misterio de la creación poética.
Enrique Viloria Vera
Comencemos por Enrique Viloria Vera.
El doctor Viloria ha sido y es muchas cosas: abogado, administrador, economista, petrolero, gerente,
recaudador de impuestos, educador, investigador académico, crítico de arte, ensayista y, por encima de
todo, poeta.
En el prólogo de una selección de poemas de Viloria, publicada en el año 2002 por el Centro de
Estudios Ibéricos y Americanos de la Universidad de Salamanca, Joaquín Marta Sosa observa algo que es muy
cierto: "Enrique Viloria comenzó a publicar su poesía de modo formal a una edad algo tardía, a los
42 años, pero desde entonces no ha parado".
La obra que Viloria nos trae en esta oportunidad es una antología de poemas escritos entre 1992 y 2004.
Se titula De corazón abierto.
Es una colección de poemas sobre el amor y sobre cómo amar, sobre la relación íntima entre un hombre y
una mujer, en una forma que no deja espacio para ambigüedades o recatos victorianos.
Con frecuencia Viloria suele citar a Salvador Pániker, y en la contraportada de este libro aparece la
siguiente cita de ese eminente escritor español: "Sólo los dioses disfrutan de una existencia sin
riesgos. Es decir, sólo los dioses no existen".
La cita retrata a Viloria de cuerpo entero. Además de poeta —o quizás, por serlo en la forma como él
entiende la poesía— Viloria es un iconoclasta.
Rechaza todo conformismo, no practica la autocensura ni acepta limitación alguna. "Se
juega el físico", como reza el viejo dicho venezolano, en cada obra y en cada proyecto que acomete.
José Pulido escribió el prólogo para esta antología de Viloria. El prólogo es casi tan iconoclasta como
el propio Enrique.
En un intento por captar la esencia de su personalidad y su intranquilidad creadora, Pulido dice de Viloria
que "(...) es un nómada en el cuerpo de un sedentario".
Advierte que para leerlo, "hay que sintonizar el desgarramiento de su voz, el sacrificio del hombre
que, teniendo mil caminos enfrente, escoge la dificultad de definir las cosas para vivirlas con el riesgo de
un apóstol (...)".
Agrega que "(...) es una inteligencia vertiginosa, huracanada, buscando por dónde abrir el boquete
para manifestarse libremente", y en alguna parte sentencia: "repito que escribe como un loco, que
se desmonta como poseído, que se desbroza, que se vacía y se llena todos los días de imágenes que no lo
dejan en paz".
Emulando a los dioses de Pániker, a Viloria el riesgo le tiene sin cuidado. Más bien lo cultiva y hace
del riesgo su compañero de correrías.
Del poema "Mapas", de este libro:
Revisando mis galerías
esos pasajes subterráneos
que comunican mi yo mismo
con mi mismo yo
Entrando en los múltiples laberintos,
el de la duda
el de la perplejidad
el de la confusión
el del desencanto
Constato que aún no tengo
no poseo
un plano de mí mismo
continúo extraviado
confundiendo
mis propios puntos cardinales
sin poder delimitar
las complejas autopistas de la entrega
las múltiples avenidas del amor
las estrechas calles de la amistad
Por eso
inédito
casi primitivo
sin que la cartografía me haya tocado
me brindo a un mundo
demarcado
milimetrado
conocido
cincelado y contenido
para que le pongan nombre
a las letras de un alfabeto
que me prestan
y esta noche manipulo
José Pulido
José Pulido es escritor y periodista. Es asistente a la Dirección de la Revista BCV Cultural,
del Banco Central de Venezuela. Ha sido director de las páginas de arte de El Universal, El Nacional
y El Diario de Caracas
y jefe de Redacción de la revista Imagen.
Es novelista.
José Pulido pertenece a un grupo muy especial de personas: los poetas del Banco Central de Venezuela. En
ese grupo figuran Benito Raúl Losada, Luis Pastori, Domingo F. Maza Zavala y otros. Daría la impresión de
que en el templo de los números, las musas insisten en colarse por las rendijas que dejan los economistas.
Pulido nos trae una obra sobre sueños. Su título, Duermevela.
Son 25 poemas, identificados con números, como si fuese ése el número de sueños que el autor admite
compartir con nosotros —solo ésos, no más, pero no menos.
En la introducción, Pulido advierte que deseaba escribir este libro desde hace tiempo, "porque lo
tenía atravesado, como un montón de escombros, en la calle principal del pueblo que tengo en el
alma". Esta frase me dijo mucho sobre lo que vendría después.
Pulido escribe sobre sueños que no se olvidan y sueños que uno sabe que son sueños porque no se
pueden recordar.
En esos sueños están las casas, las piedras y las tormentas de arena de los pueblos que el poeta tiene
atravesados en el alma. Hay sueños sobre la mujer que está ahí para que la amen,
"y si es ella la que está soñando
entonces todos somos inventados".
En el poema número 13, Pulido entra en contacto con la muerte. Huyendo de un hombre que con implacable
furia le persigue, busca asilo y una muchacha lo deja cerca de un abasto donde se aglomeran sus amigos.
Ellos le dicen "te diste tu postín... pero has llegado".
Y él, los mira al desgaire,
"con ganas de marcharme
y sin hallar el modo de explicarles
que habían muerto hacía tiempo
que no podían beber cerveza en una esquina".
En la parte final de la obra, nos entrega una serie de poemas sobre la Pasión de Cristo, reflexiona
sobre el misterio de la Pasión
y sueña con los personajes que acompañaron al Redentor en esos momentos de sufrimiento. El poeta nos deja
con una duda terrible.
En el último poema narra la mañana de aquel domingo cuando María Magdalena y la Madre de Jesús fueron
a buscarlo y la tumba estaba abierta. Ellas anhelaban la realidad del cuerpo y sólo había quedado la
mortaja. Cuenta cómo miraba a las mujeres de Jerusalén dialogar en su sueño, ellas llorando y anunciando
la buena nueva, él deseando consolarlas.
De repente, nos dice,
Me postré en un rincón, las manos me sudaban
y entonces escuché la voz serena y tibia de Jesús
anidando su magia en mis oídos.
Recuerdo que me dijo
"Vamos, Judas
debemos conversar en el jardín
mientras sopla la brisa".
Y desperté aterrado
afiebrado, balbuceante en el susto, sudando vértigos y estremecido
porque yo conozco
sus conversaciones.
Basílides
Nacido en Zaragoza, España, Sergio Pascual Casamayor (Basílides es su tercer nombre de pila) es de
profesión economista y por vocación editor, novelista y poeta.
Obtuvo una licenciatura en economía en la Universidad Particular San Martín de Porres de Lima, Perú, y
un doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Ejerció actividades profesionales en la banca en
República Dominicana, hasta 1982. A partir de ese año se radicó en Venezuela. Es gerente general y socio
del Grupo Epsilon, editor de Epsilon Libros, en Caracas. Ha publicado un libro de cuentos y poesías. Este
es su tercer libro y su segundo poemario.
El libro de Basílides, Estáticos amagos,
me hizo recordar algo que confronté por primera vez durante mis días universitarios: algunos poetas no son
fáciles de leer.
Lo sentí cuando tomaba un curso de humanidades en mi primer año de College en la Universidad de
Columbia, en New York. En ese curso se leían los clásicos. En Columbia se seguía y se sigue todavía la
idea del Canon Occidental,
el "catálogo de libros preceptivos" que incluye los grandes libros de la cultura occidental.
En mi época —y eso quiere decir a fines de los cuarenta y principios de los cincuenta—, el Canon
comenzaba con Homero y llegaba hasta Eugene O’Neill, el destacado dramaturgo norteamericano. Cerrábamos
el curso con su drama Cuando el luto se convierte en Electra,
que es la adaptación de La Orestíada
de Esquilo al ambiente de la Guerra Civil de mediados del siglo XIX en los Estados Unidos. Esquilo había
sido el segundo autor que habíamos leído en el curso. La continuidad del pensamiento clásico se hacía
así evidente.
Fue en ese curso cuando, por primera vez, intenté leer el Paraíso perdido
de Milton, sin duda uno de los clásicos de la literatura inglesa.
Al principio pensé que el problema tenía que ver con el pobre dominio que del idioma inglés tenía
para aquel entonces. Pero, no. Rápidamente me di cuenta de que se trataba de algo mucho más de fondo. Las
palabras las podía traducir pero el significado eludía mis mejores esfuerzos de comprensión.
Fue la primera vez pero no la única. Años más tarde aprendí que uno no tiene que entender un poeta a
las primeras de cambio. A veces, como dice Hanni Ossott, "uno puede quedarse 23 años con una frase
incomprensible y alegrarse por ella... porque en el fondo casi la comprende. Y así uno manda la razón y la
conciencia a paseo". Pero se queda con el poema.
En el prólogo de Estáticos amagos,
Joaquín Marta Sosa dice, entre otras cosas, lo siguiente:
"No es poesía para salir de picnic con ella".
"Es una poesía que semeja el lecho de un río, seco, inundado de piedras filosas, hoscas, capaces
de anular cualquier audacia imprudente del viandante".
"No es poesía acogedora, cálida. Acaso ninguna lo sea. Más bien despide unas voces ásperas,
broncas, como sobrevenidas de quién sabe qué soterrado instinto arcaico de pérdida, exilio interior y
exterior, soledad extrema, donde el tiempo es rutina del desvivir y deshacer (...)".
Más adelante, Joaquín observa que la poesía de Basílides "se sostiene, lo que no es usual, con
una tensión innovadora, propia de las poéticas honradas". En efecto, las metáforas, los símbolos,
el lenguaje, los recursos que el poeta emplea, nos conducen inexorablemente hacia adentro, hacia nuestras
propias identidades, hacia ese acertijo que es el ser.
Hace tiempo, refiriéndose a otro libro muy distinto pero especialmente difícil de leer, alguien me
dijo, "a éste hay que leerlo con los cinco sentidos". El libro de Basílides es uno de esos
libros.
Del poema "Estático" leo el siguiente pasaje:
como la tarde
que empecinadamente niega su muerte
aunque una menguante luna
apertura el telón
como un cuadro
consumido de polvo
invariablemente en el ahí
como ese tañido de ánimas
a sabiendas de que nadie ha muerto
ni a nadie inmortaliza
como mi ajada inmanencia
contigua al centinela que nada dice
sólo anhelo degustar
la ráfaga que abate
las conmovidas hojas de extenuada andanza.
Henrique Meier
Abogado, especialista en derecho administrativo, magíster en gerencia pública, Henrique Meier es autor
de más de ochenta títulos jurídicos. Actualmente es coordinador del Postgrado en Derecho Corporativo y
profesor de derecho ambiental en la Universidad Metropolitana.
Meier es poeta. Ha publicado seis poemarios y forma parte del Círculo Metropolitano de Poesía.
Con frecuencia se dice que el poeta está cerca de la muerte.
La pasión por la vida, sin embargo, hace incomprensible la muerte. D. H. Lawrence cantaba la muerte porque,
a su juicio, "sin la canción de la muerte, la canción de la vida se vuelve sin sentido y necia".
En el libro Detrás del mar,
Henrique Meier canta la vida y celebra el amor pero sufre la muerte, el llanto y el dolor. En palabras del
autor, el tema central de la obra es "un amor tan hondo que tocó los límites de la
desesperación".
Detrás del mar
es un libro muy personal —dolorosamente personal. Está dedicado a su esposa, Marlen, recientemente
fallecida.
Allí se recogen poemas escritos a lo largo de 34 años para quien fuera la novia, la compañera, la
amante y la esposa. Desde los días de los primeros encuentros hasta la enfermedad, la despedida, la soledad
y la resignación, hasta el tener que aprender a caminar de nuevo, pero solo. Es un libro signado por la
tristeza. Lleno de pena. Que se redime en la entrega, la fidelidad y el amor.
De "Primer poema":
Esta tarde de agosto
miro
tus dulces ojos
tu negra cabellera
tu cuerpo de hembra divina
Pierdo el aliento y la razón al sólo verte
el mundo se detiene
deja de girar
Del poema "Ternura debería ser tu nombre":
Amo
tu risa
tu llanto
tu silencio
la rosa
que reflejan tus ojos
Ternura
debería ser
tu nombre
Del último poema del libro, "Debo aprender de nuevo a caminar":
No sé
cómo explicarle
a mis hijos
este sufrimiento
este vacío
este desconsuelo
Cada noche la sueño
en cada canción
la añoro
A su lado
mi vida tenía color
su amor colmaba mi existencia
La vida se me está volviendo
pesada
como si un yunque
arrastrara mi sombra
debo aprender de nuevo a caminar.
Desde tiempo inmemorial, la poesía habla de deseos, pasiones, temores, anhelos e ilusiones —de todo lo
que tiene que ver con lo humano. Son sentimientos universales.
Pero el poeta, por la forma como expresa esos sentimientos, es quien le confiere esa sensación de
intimidad
que experimenta la persona que lee y siente un poema. En Detrás del mar,
Henrique Meier nos hace partícipes de los sentimientos mas íntimos que puede tener un ser humano.
Leyendo estas cuatro obras, sentí la necesidad de regresar a Harold Bloom, uno de los críticos
literarios de habla inglesa más prestigiosos e importantes de los últimos 30 años. Recordaba una cita y
la encontré.
En su obra, El Canon Occidental,
publicada en 1994, Bloom dice lo siguiente: "Las tradiciones nos cuentan que el yo libre y solitario
escribe a fin de superar la mortalidad. Creo que el yo, en esa búsqueda de la libertad y la soledad, lee en
el fondo con un único objetivo: enfrentarse a la grandeza. Esa confrontación apenas enmascara el deseo de
formar parte de la grandeza, que es la base de la experiencia estética que antaño se llamó lo
Sublime".
Agradezco a Viloria, Pulido, Basílides y Meier por haberme brindado una oportunidad excepcional: la
oportunidad de reencontrarme a mí mismo con todas estas ideas y hacerme pensar en cosas que nos acercan a
lo sublime. Al final del día, en eso consiste ser humano, en la eterna búsqueda de lo que nos acerca a
Dios.
Permítanme terminar con algo que le escuché a Arturo Uslar Pietri, ya casi al final de su vida. Pienso
que está "mandado a hacer", para expresar lo que siento en relación con estos cuatro poetas y
sus obras.
Parafraseando lo dicho por el doctor Uslar, a estos poetas me gustaría decirles: "Vienen ustedes
como reyes magos, cargados de regalos para el alma".
Son regalos que nos hacen partícipes de una inmensa riqueza espiritual y ese es un don que bien vale la
pena disfrutar y atesorarlo para el recuerdo.