Sartre, ese filósofo de la ética incuestionable, para este 21 de junio habría cumplido noventa y nueve
años, pero la muerte, esa enemiga y amante de la vida de los filósofos y los poetas, le venció en su
querido París, mas no la política y las prebendas del sistema.
La figura de Sartre crece más aun. Alguien desde la derecha intelectual, Bernard-Henry Lévy, dijo que
el siglo pasado francés fue del filósofo. Yo digo que todos los siglos serán de Sartre, por la sencilla
razón de que éste, al igual que los grandes filósofos, se eternizará, tanto como Platón, Aristóteles,
Nietzsche, Heidegger, Lukács, Benjamín y otras especies raras que pare la humanidad cada cierto tiempo;
especies estas que se distinguen como moscas entre leche de las demás.
A Sartre, y siento que tengo que contarlo, lo conocí por referencia automática y gráfica, repito, lo
conocí en reportajes de la revista Vanidades,
allá por los finales de los sesenta. Esta revista la leía en casa de una tía situada en la capital. En
ese mismo espacio fue que leí por primera vez a otros filósofos como Julián Marías y Ortega y Gasset, en
los periódicos Listín Diario
y El Caribe.
Confieso que Sartre primero me conquistó como intelectual éticamente hablando por su conducta
superadora de E. Zola; porque su inteligencia preclara la puso al servicio de todos los indefensos del mundo
y tuvo el coraje de rechazar el premio Nobel allá por los sesenta, específicamente en el 1964.
Era, en lo filosófico, avanzado, y su evolución al marxismo, entiendo, se quedó en el camino, pero en
lo político fue más o igual que cualquier marxista, tan revolucionario.
Admiro de Sartre su hondura y compromiso intelectual, también sus análisis filosóficos, aunque no
comparta sus puntos de vista existencialistas, que lo ubican dentro de cierto eclecticismo, pero reconozco
que él creó su propia filosofía dentro de esta corriente dominada ideológicamente por la fenomenología
y el idealismo reaccionarios.
Su literatura está y estuvo bañada por ese humanismo existencialista, el cual lo diferenciaba del
existencialismo anterior a él, de Kiekergaard y Heidegger y otros enredados en el reaccionario
postmodernismo de hoy, lacra ideológica que pretende sustituir la filosofía progresista de Sartre y los
marxistas.
El vulgo de hoy goza con el capítulo sartreano de lo erótico y su relación amorosa con Simone de
Beauvoir, quiere ser reduccionista y evade hincarle el diente a la filosofía que éste construyó. Porque
Sartre no se quedó en la simplicidad de historizar la filosofía, la teorizó, la exprimió, la hizo
imaginación y su ontología, aunque no estoy de acuerdo en todo con ella no se quedó en la simple
interpretación del lenguaje y el ser. No le buscó simple metaforización a las palabras filosóficas y
literarias; en pocas palabras, no contrabandeó con ellas como hacen ciertos hermeneutas de hoy.
El concepto sartreano de filósofo se ve en su obra Crítica de la razón dialéctica,
donde le dio un duro manotazo a los seudofilósofos de ayer y de hoy, los cuales entonces no pasaban de ser
simples filósofos de academia. Veamos lo que dijo Sartre:
"No es conveniente llamar filósofos a los hombres de cultura que siguen a los grandes desarrollos y
que tratan de arreglar los sistemas o de conquistar con los nuevos métodos territorios aún mal conocidos,
estos hombres son los que dan funciones prácticas a la teoría y se sirven de ella como si fuera una
herramienta para construir o destruir: explotan la propiedad, hacen el inventario, suprimen algunas
modificaciones internas; pero siguen alimentándose con el pensamiento vivo de los grandes muertos...".
Y más luego dice: "Propongo a estos hombres relativos les llamemos ideólogos" (Sartre, J. P., Crítica
de la razón dialéctica,
pág. 18, Tomo 1, Editorial Losada S.A., Argentina, cuarta edic., 1995).
Esta concepción de Sartre aún hoy se puede discutir y desmenuzar en toda su entereza teórica y
filosófica. Pone a pensar y a identificar y a desmitificar lo que es realmente un filósofo. Dejo en la
mesa esta consideración sartreana y espero la tomen con instrumentos rudimentarios, modernos o
postmodernos.