Acaba de concluir la II Reunión Interamericana de Ministros de Cultura de los 23 países de la OEA, un
encuentro en el que funcionarios gubernamentales de la región enfrentaron sus puntos de vista sobre la
manera como cada cual concibe el desarrollo cultural de nuestras naciones.
Uno de los aspectos en que estuvo de acuerdo la mayoría de los participantes fue en la necesidad de
contar con indicadores económicos relacionados con la cultura. Es decir, los funcionarios concordaron en
que cada país debe profundizar el análisis de la relación entre las inversiones y los resultados de la
llamada industria cultural.
La razón de esto es que nuestros gobiernos están intentando averiguar si la cultura rinde beneficios
reales. "Hablaremos de tú a tú con los economistas", decía al término de la jornada Federico
Hernández, presidente del ente cultural del gobierno salvadoreño. Se refería a que, con tales
indicadores, será posible defender el papel de la cultura como un recurso valioso para la economía de un
país. Como una mercancía.
El encuentro generó la decisión de crear un "observatorio interamericano de políticas
culturales", ni más ni menos un ente que estudiará el valor económico de la cultura y que, según
Sofía Leticia Morales, directora de la Unidad de Desarrollo Social, Educación y Cultura de la OEA,
"ayudará a superar la posición marginal de la cultura en las políticas públicas, al aportar
evidencias de su impacto político y social".
El tema resultó polémico. Sari Bermúdez, presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes
de México, comentó que en la nación azteca la cultura es la tercera rama económica. "Las
exportaciones de bienes culturales superan a las importaciones, lo que significa que el sector cultura
genera una derrama de divisas para otros sectores de la economía".
La aseveración incomodó a César Gaviria, secretario general del organismo internacional, quien dijo
que la cultura "no puede ser tratada como mercancía; si acaso, las industrias culturales pueden ser
vehículos para expresar nuestras visiones culturales y pueden convertirse en fuentes de empleo y
crecimiento económico para los habitantes de los pueblos que los generan".
Las discusiones desarrolladas en México revelan, sin mayores vueltas, el atraso que en la materia
prevalece entre las autoridades de nuestros países. No creemos que sea necesario hacer una colecta de
"evidencias" del impacto político y social de la cultura, pues sobran ejemplos en el mundo
desarrollado; de hecho, estamos seguros de que una de las razones capitales de nuestros problemas
económicos es el nulo apoyo a las iniciativas culturales.
La cultura debe ser vista como una mercancía, como un valor de peso en la economía; conclusión a la
que cualquiera llegaría sin necesidad de crear un "observatorio" que al final sólo servirá para
que funcionarios gubernamentales se den paseos de cuando en cuando por los mejores hoteles de la región, a
muy prudente distancia de la pobreza en que vive la mayor parte de nuestros pueblos.
La industria cultural, más allá de la producción masiva de las compañías discográficas, las
productoras de cine, las editoriales transnacionales, sólo será un concepto tangible cuando desde los
centros de poder se destine recursos suficientes para la educación y la cultura. Se trata de un esfuerzo
que debe involucrar mecanismos de intercambio comercial, imbricación con el turismo y una deseable
transparencia en lo que respecta a los destinatarios de los recursos, que indudablemente no deberán ser las
macroempresas líderes en el mercado cultural internacional, sino las iniciativas que desde las bases de
nuestras sociedades podrían garantizar el flujo de bienes culturales que reflejen cabalmente la diversidad
que en ese sentido nos caracteriza.
No nos asusta, como a Gaviria, el concepto mercancía
aplicado a la cultura. Nos asusta, sí, que a estas alturas persistan en el inconsciente colectivo mitos
como el de la inutilidad económica de la cultura.
Post-Scriptum |
Los jóvenes escritores que hablando de un colega novel dicen con acento matizado de envidia: '¡Ha comenzado bien, ha tenido una suerte loca!', no reflexionan que todo comienzo está siempre precedido y es el resultado de otros veinte comienzos que no se conocen.
Charles Baudelaire, "Consejos a los jóvenes literatos" (1846).
|