a María Gabriela López
Ven acá bombón
y te mostraré mis petardos
mis más secretas y oscuras detonaciones
Roberto Merino
A la Ceni Blixen la minifalda le quedó pintada, y le pareció que estaba sin uso. Se miró al espejo
como diez veces, acariciándose las nalgas de vez en cuando. Su hermanastra Clementina le dijo que se
probara unas medias negras, que tenía por ahí. Estaban rotas, justo en la entrepierna. La Blixen pensó
que no importaba, porque pese a lo corto de la minifalda no se iba a notar, a no ser, claro, que se agachara
bruscamente y le quedara todo al aire. Probó de nuevo ante el espejo, mirándose detenidamente, se gustó
como hacía mucho tiempo que no se gustaba. Cuando salió de su minúscula pieza, la mirada de las tres
hermanastras se posaron en su culo; no pudieron disimular la envidia. No es que ellas fueran mucho más
feas: se sabe que no hay mujer que lo sea, sólo las hay mal arregladas que no sacan provecho de lo mucho o
poco que tienen; todo el mundo así lo dice. Pero las proporciones de la Ceni eran casi exageradas, le dijo,
bajito, la Clementina a la Juana. Lo mejor era dejarla en la casa, no vaya a ser que la confundan con una
ramera en la fiesta, alegó la mayor Ludovina Helena. A la Ceni la cara se le enrojeció de furia y corrió
taconeando a la cocina, a hablar con su madrastra. La señora comparó a las cuatro. Sentenció que era
mejor que su hijastra fuera más adelante a otra fiesta, además, sólo tenía quince años y en esa pinta
no podía salir ahora a la calle, así que si quería seguir llorando, mejor se fuera a su pieza, porque a
esa fiesta, no iba, y se acabó. La Ceni dio un portazo. Poco a poco fue perdiendo el llanto. Sonó el
timbre e imaginó a Hugo, Paco y Luis besando a sus respectivas en el umbral de la puerta. Escuchó con
rabia esas malditas risas y los autos alejarse hacia la fiesta. La madrastra se encerró a ver TV en el
dormitorio; lo de costumbre, la telenovela de las nueve y todo eso. Vieja estúpida, sólo una ignorante
puede ver esa porquería, se dijo. Salió por la ventana a llamar por teléfono al Chalo, compañero de
colegio, pretendiente desde hacía años y, entre otras cosas, dueño de una moto. Lo encontró en su casa,
le dijo que la pasara buscando para salir a dar una vuelta, como otras veces lo habían hecho. A la media
hora se encontraron en la esquina. El Chalo casi se volvió loco al verle las tremendas piernas y el culo,
sin embargo, nada de tetas. Por supuesto no dijo nada, él había sido siempre un caballero y no pensaba
dejar de serlo por el momento. Se acomodó abrazando por la cintura al Chalo, éste sintió un
estremecimiento en algunas partes del cuerpo y el fuerte olor a perfume. Se dijo que la Ceni andaba en algo,
algo raro. Le preguntó adónde iban a pasear. Ella se acercó al oído para que escuchara mejor: a Tobalaba
con Providencia, le susurró, allí me voy a encontrar con mis hermanastras, es una fiesta de gente con
billete. El Chalo, ante todo, resolvió seguir siendo un caballero, lo cortés no quita lo valiente, se
argumentó. Iban más o menos a setenta y cinco, que era lo máximo que daba la Yamaha 80. El ruido era
irritante para los transeúntes, pero ellos se sentían felices, aunque por diferentes razones, ella iba a
su fiesta de sociedad y él llevaba a su amada apoyada en el cuerpo. El Chalo comenzó a inquietarse y lo de
caballero casi lo manda al traste. Pese a la tentación se conformó con correrle mano por las piernas, cosa
que la Ceni no rehusó, ella quitó las manos de la cintura de éste para ponerlas casi en su entrepierna,
por si acaso. Así se fueron por las calles durante más o menos cuarenta minutos, lugares que conocían, la
avenida Matta y Bandera, cosas cotidianas, hasta que llegaron al lugar de la fiesta. La verdad es que era un
lugar elegante. A la Ceni se le iluminó la cara. Casi ni se despide del Chalo, se devolvió a besarle la
mejilla muy cerca de la boca, y la vio alejarse moviendo todo, como nunca, con suma gracia le pareció. Sin
duda, ese alejarse al Chalo le serviría de material de apoyo por muchas sesiones, hasta quién sabe,
ocurriera un milagro y lo quisiera de otra forma, como algunas mujeres quieren a sus hombres. En la entrada
le pidieron que se identificara. Dijo su nombre y el de sus hermanastras. Preguntó si habían llegado. El
tipo, que ella encontró super elegantísimo, le pasó una máscara. Para qué es esto, dijo. Es una
máscara que sirve para cubrirse el rostro, rezongó el portero, esta fiesta es de disfraces. Ah, entiendo,
respondió la Ceni. Aunque no entendía nada, igualmente se la puso, no quería pasar como una desubicada.
Desde la escalera la fiesta se veía harto buena. Esta era la primera fiesta de la Blixen, pero se sentía
como pez en el agua. A lo lejos, en el jardín, divisó a sus tres hermanastras, que se reían con Hugo,
Paco y Luis, de una manera escandalosa, le pareció. Sin embargo, ya no les guardaba ningún tipo de rencor.
Se fue acercando a ellos, sin quitarse la máscara, al estar a unos metros, se sentó al lado de un fulano,
que bien podría haber sido su padre o incluso de más edad. De inmediato le produjo confianza y se puso a
conversar con él. Le contó que hasta los diez años fue hija única, su padre, de origen danés, de allí
su apellido Blixen, había tenido fama de gran industrial. Se trasladaron a este extraño país, cuando él
se casó por segunda vez con una señora que tenía tres hijas, las que están allí, las ve. Pero Von
Blixen se murió, después de un largo tormento, hasta vomitaba verde. Mi madrastra siempre estuvo con él,
personalmente le preparaba las comidas; la señora heredó casi todo lo que mi padre tenía, me dejó a mí
la casa donde vivimos todas, pero sólo puedo heredar a los dieciocho, dijo la Ceni poniendo cara de
circunstancias, cosa que no se vio por la máscara. Anselmo, que era el nombre del señor, de inmediato se
acordó de la Traci Lords, una artista porno-adolescente, una teenager
en la jerga de esos videos, hacía ¿cuántos años?, el tiempo pasa volando entre sus intersticios, se dijo
con cierta melancolía. Anselmo pese a su reiterada oposición a las grandes empresas, se había convertido
en un traficante de renombre internacional, entre los más íntimos le llamaban el Príncipe. Y estaba allí
con el único fin de conseguir, de forma anónima, una mujer lugareña, que fuera sumamente joven. Así es
que las cosas para él se presentaban de perillas, claro, si todo continuaba por el curso que se ofrecía.
La Ceni se encaminó hacia donde conversaban sus hermanastras, éstas al parecer no la reconocían con su
máscara. Al verla de pie, Anselmo se sintió estimulado por sus atributos y no pudo despegar los ojos de su
minifalda, nada de tetas, se dijo, no importa. Más que una conversación, lo que se escuchaba eran las
risas sobre cualquier cosa. Hugo, Paco y Luis sufrían todavía de miedo escénico. Este mal lo habían
adquirido en la infancia, porque su tío los había obligado a trabajar indiscriminadamente en el mundo del
espectáculo, de allí el trauma. Hugo, que siempre había sido el más chistoso, no desaprovechaba
cualquier oportunidad para desprestigiar al tío. Que enloqueció por los millones de su protector, el muy
asqueroso, agregó Luis. Sí, continuó Hugo, poco antes de morir en Baltimore, alucinando en un callejón,
tenía la barriga blanca llena de cortes, intentos de suicidio, por supuesto. Todos se rieron, pero la Ceni
no entendió nada. Después volvió a conversar con Anselmo, que ya se le había puesto dura. En el patio
las parejas estaban buscando dónde hacerlo. La música comenzaba a ponerse más animada. Desde el exterior
como invitados especiales rugían los instrumentos del grupo Divididos: Es la época de la boludez, se
escuchaba en el ambiente. Y los que bailaban hacían el coro. La Ceni empezó a sentirse más libre y le
abrió el cierrecler a Anselmo, que se lo agradeció con una caricia en las orejas, metiéndole los dedos
como un tirabuzón. Se le condujo, como tantas veces ha pasado en otras ocasiones, hacia el miembro erecto,
pero de pronto Anselmo se sintió cohibido, y quiso llevarla donde no los vieran, después de todo podría
haber sido su hija, se recriminó. Entre las matas la Ceni se comportó como una verdadera asidua, cosa que
no dejó de sorprender a Anselmo, que hasta el momento la tenía como una primeriza. La succión comenzó a
tener los efectos esperados y el Príncipe le dijo que parara; tenía problemas de precocidad. Se
desplazaron al estacionamiento, al auto descapotable envidia de muchos. Allí Anselmo palpó el culo virgen
de la Ceni, la colocó mirando hacia el capó, se bajó los pantalones hasta las rodillas e intentó
introducirse, pero no cedía para nada, en el intento casi se le va el impulso único, pensó en guardarlo
para la otra vía. En un susurro le dijo que se voltease, y comenzó a succionar de nuevo. Rompió el himen
sin saberlo; esa experiencia nunca la había tenido, sólo se dio cuenta que algo extraño pasaba cuando la
sangre le embadurnó la entrepierna. Después sacó un Gitanes del bolsillo y lo prendió con el zippo
recién ganado a un tipo del cartel de Cali en una apuesta de pool. Se sintió poderoso. La Ceni yacía en
el asiento sin comprender nada, sólo la sospecha de ya dejar de ser niña. Como pudo fue ordenando sus
ropas, salió del auto y Anselmo la llamó para darle unos billetes verdes, que ella no conocía. Los
colocó entre el calzón y la media negra rota. Era cerca de media noche, a lo lejos el ambiente se llenaba
con las primeras campanadas, tenía que llegar pronto al hogar, porque presentía que algo le podría
ocurrir. Al irse caminó a la calle, se encontró con el Chalo que la esperaba; se subió a la moto.
Después enrumbaron camino a la casa, que en algún momento sería suya.