Letralia, Tierra de Letras
Año IX • Nº 114
20 de septiembre de 2004
Cagua, Venezuela

Depósito Legal:
pp199602AR26
ISSN: 1856-7983

La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet
Artículos y reportajes
Mercedes o la visión del vacío:
"J'ai perdu ma vie
par délicatesse"

Yadi María Henao

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María Mercedes CarranzaUna vez que el poeta José Asunción Silva tuvo la certera señal del sitio exacto de su corazón, apretó el gatillo de las penumbras imperecederas. Un siglo después, y concretamente el viernes 11 de julio de 2003, una de las poetas colombianas más lúcidas y pétreas, ahíta de pastillas y con 58 años de alegrías, penas y delirios, naufragó en aguas turbulentas, nauseabundas, diamantinas.

Después de agotadores, exhaustivos estudios y fardos de folios amarillos, donde los estudiosos de los sufragios y las mortajas violetas llegaron a la conclusión más elemental que explicaría el suicidio de Silva, hoy, y aún con el calor en las manos de la hermosa náufraga, sin temor a equivocarnos, podríamos concluir al unísono con esos forenses de la ausencia, diciendo que Carranza, al igual que Silva, se suicidó porque quiso.

De existir razones, las hemos de buscar posiblemente en Sartre, Camus, Hemingway, Plath, Storni, Wolf, Pizarnik... aquellos cuya muerte sirvió no tanto como explicación de su obra, pero sí a lo sumo como una manera de autentificarla a través de los siglos, en el rumor de los versos de Quevedo, en el sello indeleble del "polvo enamorado". También podríamos buscar las ondas del motivo en la perfecta y sofisticada ceremonia del té en el que Yukio Mishima vislumbró a Isao en Caballos desbocados.

Y si son verdad las palabras que Saramago en su Ensayo sobre la ceguera dijo a través de la mujer de las gafas oscuras: "Dentro de nosotros hay algo que no tiene nombre; eso es lo que somos...", ¿a dónde va eso que somos, después de que el cuerpo, vehículo ya inservible e inútil, entra en el reino de la putrefacción y el olvido?

¿Acaso permaneceremos fijos y esencialmente inmutables en los cuerpos que amamos hasta el fin del fin de los días y de las horas sin retorno?

Yo creo indefectiblemente en el valor de la vida, aunque en ocasiones me resulte corrosiva y absurda. He comprendido que no hay nada más inútil que una vida sin amor, cerrada e indiferente al autodescubrimiento de la maravillosa y frágil existencia. Medito en ese impulso yourceniano, natural, bello y tranquilizador, tal y como ella lo expresó en Peregrina y extranjera: "Llegará un día en que nos cansaremos de los viajes, igual que nos hemos cansado de los libros, en que nos cansamos de los vivos igual que nos hemos cansado de los muertos. Por un instante natural, bello y tranquilizador nos desprendemos de todo aquello que conocimos, de todo lo que poseímos (...), pero nosotros sólo poseemos una vida. Aunque yo obtuviera la fortuna, aunque alcanzase la gloria, experimentaría seguramente la impresión de haber perdido la mía si dejara de contemplar el universo".

Sospecho que María Mercedes profetizó su desenlace con las breves palabras de Proust, que incluyó en el poema de los hados: "Par délicatesse j'ai perdu ma vie".

Finalmente he aquí fragmentos de algunos de sus memorables poemas.

Su vida, su obra, más allá de todo lo que fenece, pervivirá inmune al zarpazo de la memoria herida, inmune a la daga del olvido.

 

Corazón (fragmento)

Cuarenta años han dejado nudos y sospechas
y un cielo turbio donde envejecen sin remedio 
el sol, la dicha y las palabras.
Lo cruzan calles ahora sin olores ni mediodías;
a veces el esplendor da un nombre,
se pudre como saliva o como flor.

Ausencias y desamores son raíces secas,
ya sin rabia ni belleza.
Ha hecho suyas algunas cosas muertas:
Las risas, las caricias y las cenizas de una tarde,

el sabor del domingo a los diez años,
ciertos versos celestinos y necesarios,
algunos cuerpos usados con ternura.

Allí el futuro está de sobra
como el polvo en los muebles de la casa
y sólo una certidumbre sobrevive:

el deseo incancelable de estar siempre en otra parte...

 

Oda al amor (fragmento)

Deberás comenzar a hacer de nuevo la casa,
reacomodar los muebles, limpiar las paredes,
cambiar las cerraduras, romper retratos,
barrerlo todo y seguir viviendo.

He olvidado los nombres de todos,
los nombres de mis muertos y los de mis hijos.
No reconozco los olores de mi casa
ni el sonido de la llave que gira en la puerta //
No recuerdo el metal de las voces más queridas,
ni veo las cosas que mis ojos miran.
Las palabras suenan sin que yo comprenda,
soy extranjera por estas calles íntimas
y no hay dicha ni desdicha que me hieran //
He borrado mi historia de 40 años.
Te amo.

 


       

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Creada el 20 de mayo de 1996 • Próxima edición: 4 de octubre de 2004 • Circula el primer y tercer lunes de cada mes