La búsqueda esencial
Ciertamente, la creación poética es fundamentalmente una indagación sobre el lenguaje, una permanente
e inacabada búsqueda en torno a un estilo, una voz, una tesitura y un timbre elocutivo que se va revelando
gradualmente en el creador en buena medida según la amplitud e intensidad del camino elegido por el poeta
para gestar su cosmovisión estética y su singular modo de percibir el mundo y la vida. El poema nunca es
el resultado de un decreto divino ni providencial; el poema no es un dictado de una entidad extrafenoménica
que se apodera compulsivamente de la psique del bardo y lo obliga a plasmarlo en la página en blanco cual
mandato transhumano. La búsqueda impenitente es el signo distintivo de toda obra poética que ha alcanzado
algún nivel sustantivo de universalidad. Toda lengua guarda inconmensurables tesoros ocultos en sus
enigmáticas y potenciales elaboraciones lingüísticas sólo que el poeta va a la búsqueda afanosa de su
encuentro. Aunque es un lugar común, no es mentira que "el que busca encuentra".
En consecuencia, el poema es una indagación precedida de otra búsqueda no menos trascendente que está
significativamente representada en el reverencial y sagrado acto de leer.
Es obvio que sin lectura, sin buena lectura no hay poesía que merezca tan enaltecedora condición. Ahora
bien, en el preciso instante en que yo, el poeta
estoy leyendo un manuscrito, un documento histórico, una novela o una biografía, no debo olvidar que en
ese mismo instante
millones de seres humanos están igualmente leyendo
algún texto más o menos literario y de una u otra forma eso representa una ceremonia igualmente más o
menos poética. ¿Qué se busca en la lectura, en esa otra búsqueda paralela a la creación poética?
Depende del lector, mejor dicho de los intereses estéticos e intelectuales del lector. Algunos buscamos una
frase deslumbrante que llene el inmenso vacío que hay en el mundo, una palabra capaz de estremecernos y de
cambiar significativamente nuestras vidas; otros buscan la felicidad perdida en algún recodo de sus
existencias más o menos grises. No se lee impunemente. Existen quienes dicen que la lectura es una
modalidad de creación poética y esta tesis es respetable. La búsqueda en poesía comporta el denuedo
afanoso por alcanzar un determinado brillo en la frase, un especial fulgor en la palabra escrita, una
cadencia y un ritmo que desnude nuestro temperamento y nuestra esencial condición de naturaleza humanizada.
La multiplicidad del sentido
La construcción del poema exige al poeta, en tanto vehículo de una cierta taumaturgia verbal,
trascender la unilateralidad de la enunciación lírica. Un poema puede ser sencillo
pero jamás descender a lo simple.
Uno de los rasgos característicos de la complejidad de la estructura del poema consiste en que éste puede
ser leído desde un sin fin de perspectivas; el poema que tiene vigor trascendental, que busca su
autosuperación, siempre es otro poema
y el mismo.
Cuando el poema es excelente, cuando alcanza una cota máxima de magnificencia, entonces el poema es una
miríada de sentido,
cuando el texto poético brilla por sí solo, adquiere una caleidoscópica posibilidad de lectura que de
inmediato la crítica
lo convierte en objeto hermenéutico.
Los múltiples sentidos que ostenta un poema vienen dados por la variada densidad expresiva y por la plural
capacidad significativa que ha logrado transferir el poeta al texto poético en referencia. Nunca un buen
poema es interpretable ni sentido unilinealmente, tampoco se deja circunscribir a un solo sentido en la
traducción. El poema auténtico se escribe con las más nobles palabras de que dispone el creador en esa
lengua. No se puede escribir un poema noble con unas palabras bastardas,
que las hay —y cuántas. La multiplicidad de sentido también se expresa por medio de la acertada
combinación de las palabras, por los impactantes efectos artísticos que producen las palabras en la
sensibilidad del lector, por la sonoridad y el color de la voz que desde la página emite el poema, por los
inesperados cambios de tono, por la espesura o liviandad del verbo magistralmente concatenado en el texto
poético. No debe olvidarse que mientras el lenguaje tecno-científico es un lenguaje "objetivo",
matematizante, calculador y eficientista; la textura lingüística del poema se fragua con materiales
verbales proveniente de la oniria, la imaginación, lo lúdico y la riqueza incontable de la vida anímica.
Muchas veces el matiz, el imperceptible giro de lenguaje es lo que convierte al poema en verdadera obra
de arte.
El lenguaje teleonómico
Como decían los griegos antiguos: el lenguaje es la tekné
y el telos.
Es decir, el lenguaje poético es, al mismo tiempo, el medio de creación y el fin último del acto
creativo. Con un lenguaje empobrecido y con un capital lingüístico menesteroso nunca se podrá escribir
una obra poética de admirable excelsitud. Es cierto que la totalidad es la articulación dialéctica de la
suma de las partes, pero no es solo eso. La poesía localista, folklorista y pinturera puede despertar
entusiasmo y aplauso en los comisarios de algún trasnochado nacionalismo ramplón y pedestre pero no
pasará de ser música para animación de juegos florales de alguna rural municipalidad. La poesía será
planetaria o no será poesía. Sus interlocutores serán todos los congéneres de la especie humana o de lo
contrario será un grito sordo en la sabana. Y lo que garantiza esa imprescindible universalidad del poema
es, ¿quién puede dudarlo?, la necesaria calidad y excelencia del lenguaje que informa el poema. Alguien
dijo que el poema puede darse el lujo de ser ciego pero que un poeta sordo
es una contradictio in terminis.
El poeta tiene el oído adherido al habla de la gente pero su tesaurus
lexicográfico procesa y transmuta el lenguaje común y lo ennoblece aristocratizándolo hasta convertirlo
en patriciado del espíritu.